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Crecimos con la idea de que existen sentimientos “buenos” y “malos”, cuando en realidad son ciertas situaciones las que activan nuestras reacciones y pensamientos, provocando diversas respuestas físicas y psicológicas.
La tristeza ha sido una de las emociones más estigmatizadas: durante años se asoció con debilidad, falta de carácter o sensibilidad desmedida. Y en hombres, por ejemplo, se sostenía alrededor del discurso de “así no se comporta un varón” o “las que lloran son las niñas”.
Ahora, gracias al paso del tiempo, esa lectura se ha ido deconstruyendo cada vez más. Hoy es posible reconocer que la tristeza cumple una función necesaria, sobre todo para el desarrollo de la autocompasión y el equilibrio psicológico.
Para que esa emoción cumpla sus funciones, lo primero que hay que hacer es permitirse sentirla. La red de servicios médicos asistenciales OSDE, en Argentina, explica que reprimir el llanto de forma seguida puede incrementar la “propensión al estrés, a la agresividad y a la vulnerabilidad al desarrollo de demencias”. Además, aseguran que esto es muy importante, sobre todo en la infancia y en la adolescencia (entre los cuatro y los 14 años) por la reorganización de las estructuras cerebrales vinculadas a la gestión emocional.
¿Qué ocurre cuando lloramos?
La Gaceta de la Universidad Nacional Autónoma de México explica que el llanto produce un aumento del metabolismo cerebral. En condiciones normales, el cerebro recibe cerca del 20% de la sangre que bombea el corazón, pero durante el llanto ese flujo puede incrementarse.
Este proceso va acompañado de un aumento en la frecuencia respiratoria que, de hecho, mejora la oxigenación cerebral y contribuye a una sensación posterior de cansancio y alivio. Además, el dolor —físico o emocional— activa múltiples áreas del cerebro relacionadas con la memoria, el aprendizaje y la interpretación de lo que vivimos. Como explican desde allí, “la tristeza acompañada del llanto es una de las emociones que más rápido se autolimitan”, ya que el cerebro necesita agotarse en cierto punto.
¿Cuáles son los beneficios de llorar?
Primero, la posibilidad de reconocernos como humanos, y no como seres programados para funcionar sin sentir.
OSDE comparte que “el llanto es terapéutico porque alivia tensiones”, y esa descarga emocional suele traducirse en una sensación de liviandad, de tranquilidad. Incluso, tiene efectos en el entorno. Desde la Gaceta de la UNAM dicen que el hecho de ver llorar a otra persona puede disminuir actitudes agresivas y modificar el tono y la forma de comunicarse con los demás.
Algo muy importante es que el llanto puede ofrecer señales sobre el estado de la salud mental de una persona. Cuando en la infancia o adolescencia se castiga o se ridiculiza la acción misma, el estrés tiende a acumularse y puede manifestarse más adelante en conductas denominadas agresivas o dificultades en la regulación emocional.
Por ende, la imposibilidad de llorar cuando existe la necesidad de hacerlo puede ser un indicador de experiencias traumáticas previas y, en algunos casos, de la necesidad de acompañamiento profesional.
Esto último también es una posibilidad si, por el contrario, hay exceso de la emoción y de sus efectos. Un llanto llevado al extremo, que se sale del control que podemos ejercer sobre nuestro cuerpo y que parece más grande que las herramientas que tenemos a nuestro alcance, puede indicar que algo no está funcionando del todo bien en el proceso de gestionarlo.
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