Nuestro cuerpo experimenta cambios estructurales que no siempre se deben al paso natural del tiempo. Muchas de las decisiones cotidianas que tomamos pueden repercutir en nuestro estado físico, y eso incluye la pérdida de masa muscular.
MedlinePlus, un portal especializado en salud, publicó (respaldado por obras clínicas como Brocklehurst’s Textbook of Geriatric Medicine and Gerontology y Goldman-Cecil Medicine) que, con el transcurso de los años, disminuye el tejido magro, que incluye tanto músculos como órganos. Esa reducción se asocia con la atrofia, que es un proceso natural de pérdida de células en distintos tejidos.
El desgaste progresivo en la edad adulta temprana
Según los estudios, somos más propensos a perder masa muscular después de alcanzar los 30 años. A partir de ese momento, el músculo se encoge gradualmente mientras la grasa corporal gana espacio. Dicha grasa puede concentrarse en el abdomen y cerca de órganos internos, y su redistribución altera el equilibrio, o puede hacer más difícil el hecho de desplazarnos o sostenernos.
Incluso, si la grasa que se encuentra debajo de la piel disminuye, la interna suele aumentar, lo que altera la forma del tronco y hace más difícil los movimientos cotidianos como girar, agacharse o mantenernos de pie.
El envejecimiento, además, modifica el manejo del agua en el organismo y transforma gradualmente el sistema musculoesquelético. De la mano, los estudios también apuntan a que, con los años, la estatura puede reducirse debido al desgaste de las estructuras de la columna, a la pérdida de fuerza en los músculos que sostienen el torso y a la presencia de enfermedades óseas. De hecho, una persona pueda perder entre 2,5 y 7,5 centímetros durante su vida adulta.
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Los cambios de peso siguen trayectorias diferentes entre hombres y mujeres
De acuerdo con el portal, los hombres tienden a aumentar de peso hasta alrededor de los 55 años y luego a descender, mientras que en las mujeres esta tendencia se prolonga hasta aproximadamente los 65 años. Aun así, la disminución posterior no necesariamente indica ganancia de salud, pues la grasa puede reemplazar al músculo, y aunque pesa menos, reduce la fuerza física y la capacidad de movimiento.
Y, para entender ese deterioro muscular, debe tenerse en cuenta la capacidad del cuerpo para fabricar y descomponer proteínas. El geriatra Alfonso J. Cruz-Jentoft explica en Relevancia clínica de la pérdida de masa muscular que, en edades avanzadas, “los mecanismos que actúan en la degradación están estimulados, mientras que los mecanismos que operan en la síntesis están disminuidos”. Y, respaldado por otros estudios, escribe que existe una relación entre la ingesta insuficiente de proteínas y la pérdida muscular en personas mayores.
El National Institutes of Health (NIH) ha documentado el ritmo al que este fenómeno avanza y estima que la masa muscular puede disminuir entre 3% y 5% cada diez años en la vida adulta. Los cambios pueden no ser tan evidentes al inicio, pero su acumulación deriva en debilidad y llega a afectar el flujo de nuestras acciones cotidianas como caminar, levantarnos o cargar objetos. Cuando esta pérdida se hace más fuerte puede desarrollarse la sarcopenia, condición que, por ejemplo, incrementa el riesgo de caídas.
El NIH también señala factores que agravan la pérdida, como enfermedades crónicas, sedentarismo, falta de una alimentación equilibrada y los cambios hormonales asociados a la menopausia.
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No existe un método clínico único para medir la sarcopenia. Es decir, para calcular cuánto músculo se ha perdido ni qué nivel exacto marca el inicio de una discapacidad. Aun así, las estimaciones del NIH indican que entre el 10% y el 20% de los adultos mayores vive con algún grado de esta condición.
Entre las medidas que pueden ralentizar el deterioro muscular se encuentran hacer ejercicio con regularidad; consumir una dieta variada que incluya frutas, verduras y granos integrales; moderar el alcohol y evitar productos de tabaco y drogas ilícitas; realizar ejercicio (bajo supervisión) o practicar algún deporte. Estas acciones no detienen por completo el envejecimiento, pero sí influyen en su velocidad y en la capacidad de conservar fuerza y movilidad durante más tiempo, y a que los cambios propios de la edad sean menos limitantes en la vida diaria.
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