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El envejecimiento es un proceso natural e inevitable que afecta a todas las personas a lo largo de su vida. Tradicionalmente, se ha considerado que este ocurre de manera progresiva y lineal, con cambios graduales en la estructura celular, la función de los órganos y la capacidad del cuerpo para regenerarse. Sin embargo, hay quienes afirman que los seres humanos experimentan dos periodos específicos en los que el envejecimiento se acelera de manera significativa: uno alrededor de los 44 años y otro en torno a los 60. Este descubrimiento tiene profundas implicaciones en la forma en que entendemos el proceso de envejecimiento, el impacto del estilo de vida en la salud a largo plazo y la importancia de desarrollar estrategias preventivas para mejorar la calidad de vida.
En el estudio ‘Nonlinear dynamics of multi-omics profiles during human aging’ llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Stanford y la Universidad Tecnológica de Nanyang en Singapur y publicado en la revista Nature Aging, se analizaron muestras de sangre, heces y tejidos de 108 individuos sanos cuyas edades iban desde los 25 hasta los 75 años. A través de técnicas avanzadas de secuenciación y análisis de proteínas, los científicos lograron identificar más de 135.000 moléculas que mostraban patrones de cambio en el tiempo. En lugar de encontrar una disminución gradual y constante, descubrieron que el envejecimiento se acelera en momentos específicos de la vida. Los datos revelaron que los cambios biológicos más pronunciados ocurren en dos momentos cruciales:
1. Alrededor de los 44 años: en esta etapa, el cuerpo experimenta alteraciones significativas en la manera en que procesa los lípidos, el alcohol y la cafeína, además de sufrir un aumento en la inflamación sistémica y la reducción de la capacidad de regeneración celular.
2. Alrededor de los 60 años: se observan cambios más pronunciados en la función inmunológica, la regulación metabólica y el deterioro de órganos como los riñones.
Estos hallazgos sugieren que el envejecimiento no es un proceso homogéneo, sino que ocurre en “ráfagas” en momentos específicos de la vida.
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Aproximadamente a los 44 años, el cuerpo humano experimenta un conjunto de transformaciones biológicas que pueden ser imperceptibles a simple vista, pero que tienen un impacto significativo en la salud a largo plazo. Uno de los factores clave en esta etapa es la alteración en la producción hormonal. Para muchas mujeres, este periodo marca el inicio de la premenopausia, un proceso que afecta los niveles de estrógeno y progesterona, desencadenando síntomas como fatiga, cambios en la piel y una mayor susceptibilidad a ganar peso. En los hombres, aunque la disminución de la testosterona es menos pronunciada, también se observa una reducción gradual en la capacidad del cuerpo para sintetizar proteínas y reparar tejidos musculares.
El metabolismo se vuelve menos eficiente, lo que significa que el cuerpo tarda más en procesar grasas y azúcares, aumentando el riesgo de enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2. Los investigadores detectaron un aumento en los marcadores inflamatorios en la sangre de los individuos de esta edad. La inflamación crónica de bajo grado se ha relacionado con enfermedades como la artritis, el Alzheimer y diversas enfermedades cardiovasculares. A diferencia de la inflamación aguda, que es una respuesta normal del cuerpo ante infecciones o lesiones, la inflamación crónica se mantiene en el tiempo y contribuye al deterioro celular.
A partir de los 60 años, el envejecimiento se acelera nuevamente, con efectos aún más evidentes en la salud y la funcionalidad del organismo. Uno de los hallazgos más relevantes del estudio fue la disminución drástica en la eficacia del sistema inmunológico a partir de los 60 años. El cuerpo pierde la capacidad de producir ciertas células inmunitarias clave, como los linfocitos T, lo que incrementa la vulnerabilidad ante infecciones y enfermedades crónicas. Este fenómeno explica por qué las personas mayores son más propensas a sufrir complicaciones graves por enfermedades virales, como la gripe o el COVID-19. Los riñones, responsables de filtrar toxinas y regular la presión arterial, también muestran una reducción en su capacidad funcional. Además, la regulación del azúcar en la sangre se vuelve menos eficiente, aumentando el riesgo de diabetes tipo 2 y enfermedades metabólicas.
Para profundizar en estos hallazgos, El Espectador consultó al gerontólogo Ricardo Benavides, quien ayudará a entender las implicaciones de estos hallazgos.
¿Qué implicaciones tienen estos descubrimientos para la comprensión del envejecimiento?
Hasta ahora, pensábamos que el envejecimiento ocurría de manera progresiva y constante. Este estudio demuestra que hay momentos críticos en los que el cuerpo experimenta cambios abruptos. Comprender estos picos nos ayuda a diseñar estrategias para ralentizar el proceso y mejorar la calidad de vida de las personas.
¿Se puede hacer algo para retrasar estos períodos de envejecimiento acelerado?
Definitivamente. La alimentación, el ejercicio y el manejo del estrés juegan un papel crucial. Durante los 40, es fundamental controlar la inflamación mediante una dieta rica en antioxidantes y grasas saludables. A los 60, hay que enfocarse en fortalecer el sistema inmunológico y mantener la actividad física para evitar la pérdida de masa
¿Estos hallazgos podrían influir en la medicina preventiva?
Absolutamente. Ahora podemos recomendar chequeos médicos más específicos en estos momentos críticos de la vida. También abre la puerta a terapias personalizadas, como el uso de suplementos y medicamentos diseñados para contrarrestar estos efectos. El descubrimiento de estos dos momentos clave de envejecimiento acelerado marca un hito en la ciencia médica. Saber que el cuerpo atraviesa “ráfagas” de envejecimiento alrededor de los 44 y 60 años nos permite tomar medidas preventivas para minimizar sus efectos. Desde el control de la inflamación hasta la adopción de un estilo de vida más activo, los expertos coinciden en que es posible influir en la manera en que envejecemos. A medida que la ciencia avanza, es probable que en el futuro podamos desarrollar estrategias aún más precisas para ralentizar el envejecimiento y mejorar la longevidad. Hasta entonces, el conocimiento sigue siendo nuestra mejor herramienta para vivir más y mejor.