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Amores en espiral: cómo se construyen los vínculos dañinos

Muchas representaciones culturales y sociales —series, libros, comentarios de amigos— refuerzan la idea de que el amor verdadero duele, que hay que “luchar” por la relación a cualquier costo.

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Paula Andrea Baracaldo Barón
19 de noviembre de 2025 - 08:32 p. m.
Identificar las señales tempranas es clave para proteger el bienestar emocional.
Identificar las señales tempranas es clave para proteger el bienestar emocional.
Foto: pixabay
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Hablar de las relaciones en terapia individual (o en alguna compartida) suele ser incómodo. Muchas veces, buscar ayuda también implica no saber por dónde empezar: cuestionar las dinámicas nos hace sentir culpables, las preguntas corretean por la mente y los recuerdos de las cosas aparentemente buenas pesan un poco más, sobre todo cuando intentamos encontrar las palabras exactas para describir lo que se vive en un vínculo desgastante.

Hace menos de un año, durante una sesión, mi psicóloga quiso compartir una infografía que explicaba las fases de lo que se denomina un “amor violento”. Al principio, el término resulta chocante y hasta abrumador. El concepto de “violencia” nos remite inmediatamente a golpes, gritos en la calle, tragedias que nunca terminamos de digerir. Pero la realidad es que las relaciones violentas no aparecen de un día para otro; se erigen y echan raíces con acciones pequeñas que, con el tiempo, se intensifican hasta volverse difíciles de identificar.

Muchas representaciones culturales y sociales —series, libros, comentarios de amigos— refuerzan la idea de que el amor verdadero duele, que hay que “luchar” por la relación a cualquier costo, que hay que “agarrar la cuerda hasta que la mano sangre”. Una vez dentro de ese espiral, comprender la propia situación y cómo salir de ella se vuelve complicado.

Las fases de un vínculo que lastima

Las relaciones violentas —en mayor o menor medida; física o emocionalmente— siguen patrones que pueden observarse y nombrarse. Las fases no siempre se presentan en el mismo orden y su duración puede variar, pero la repetición constante crea un círculo vicioso difícil de encarar y del que también es difícil huir.

  • Acumulación: se perciben irritabilidad, miedo, culpa, evitación o aislamiento. La tensión comienza a crecer y la víctima empieza a adaptarse, tratando de prever y controlar las reacciones de su pareja.
  • Explosión: el agresor pierde el control y manifiesta conductas de agresión o amenaza, acompañadas de justificaciones. Aquí la situación alcanza su punto más crítico.
  • Distanciamiento: la víctima se aleja, busca recuperar fuerzas y decide actuar de manera diferente. Es un momento de reflexión, donde se intenta redefinir la relación.
  • Luna de miel: aparecen arrepentimiento, promesas, detalles, gestos de cariño y reconciliación. La víctima puede ceder ante estas conductas, creyendo en la posibilidad de cambio.
  • Escalada: la violencia se intensifica nuevamente, cerrando el ciclo y preparando el terreno para repetirlo.

Con el tiempo, la acumulación de las agresiones puede manifestarse en el cuerpo. Aparecen señales físicas de un malestar que no siempre está verbalizado; la ansiedad, ya instalada, viene acompañada a veces de ataques de pánico; y, en situaciones más extremas, la exposición prolongada a estos patrones puede derivar en un trastorno de estrés postraumático.

La psicóloga Julia Uliaque Moll, en su artículo para Psicología y Mente, escribió que los patrones de relaciones dañinas siguen una estructura cíclica en la que las víctimas tienden a adaptarse al patrón, desarrollando expectativas irreales sobre la conducta del agresor, lo que perpetúa la dinámica. Ese hallazgo, explica allí mismo, fue documentado por Leonore Walker en 1979, quien definió el “ciclo de la violencia” tras entrevistas con mujeres maltratadas.

Walker describió que la repetición constante de las fases dificultaba que pudieran salir de la relación: la violencia requiere un desequilibrio de poder. Por eso, ignorar la dimensión asimétrica y conflictiva de la dinámica contribuye a perpetuarla.

La analogía de la rana y el daño gradual

Un estudio en pleno año de la pandemia, titulado Violencia en el noviazgo en jóvenes colombianos: Análisis de la prevalencia según género y aportes para su intervención bidireccional, realizado con 1.044 universitarios de entre 18 y 27 años, encontró que más del 90% había ejercido o recibido al menos un comportamiento violento en sus relaciones de pareja durante el último año, con predominio de violencia verbal-emocional y diferencias significativas según el género.

Reconocer la naturaleza del ciclo de violencia y sus fases permite a quienes se ven afectados y a sus redes de apoyo reconocer las señales de alerta, actuar antes de que la situación se intensifique. Sobre ello, el análisis de Walker también vinculaba las dinámicas con la Teoría de la indefensión aprendida de Seligman, que explica cómo la percepción de incapacidad para influir en la conducta del agresor incrementa la ansiedad, la depresión, y dificulta la resolución de problemas.

Entonces, la información académica y la observación clínica coinciden en que la violencia en pareja no siempre es evidente desde el inicio, y su detección temprana puede marcar la diferencia entre perpetuar un patrón dañino o buscar alternativas más saludables.


Las víctimas no son culpables de lo que han vivido. Los patrones de maltrato suelen ir instalándose de forma gradual, y uno puede acostumbrarse a ellos sin darse cuenta.

Buscando como ejemplificarlo, encontré la analogía de la rana hervida: una rana que nada en agua fría y que, poco a poco, siente cómo la temperatura sube sin que pueda reaccionar. Sigue su rutina, acostumbrándose a cada cambio, hasta que finalmente ya no tiene energía para moverse.

En las relaciones abusivas ocurre algo parecido. Los patrones de maltrato, emocional o psicológico se van instalando de manera casi que invisible, hasta que la persona queda atrapada en un ciclo del que es difícil salir.

No siempre hace falta un estallido “dramático” para que algo sea dañino. Al producirse poco a poco, la persona afectada no percibe el peligro. Es solo cuando el patrón se consolida que se hace evidente. Reconocer las señales y entender el mecanismo es, quizás, el primer paso para encontrar una salida.

Paula Andrea Baracaldo Barón

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com

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