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El anillo de compromiso o de matrimonio como símbolo de unión varía según el contexto cultural. Una recopilación de la Revista Cromos explicaba que la pregunta acerca de en qué mano debe colocarse el anillo tiene respuestas distintas según el país.
En algunos territorios occidentales, como Estados Unidos, Canadá, España y Francia, se lleva en el dedo anular de la mano izquierda, asociado tanto con la antigua creencia de la vena amoris como con interpretaciones espirituales de varias tradiciones cristianas. En otros países, como Rusia, Alemania, Grecia e India, e incluso en Colombia, predomina la mano derecha, vinculada culturalmente con “el honor y la confianza”.
Pero, ¿cómo ha evolucionado su significado? A continuación, compartimos con ustedes algunos datos que pueden orientarnos frente a las creencias que explican la importancia de este símbolo.
Algunos saltos en el tiempo
A modo de ejemplo, y sin seguir un orden específico, podemos mencionar distintos usos históricos de esta joya, como los anillos Gimmel, que estaban compuestos por dos piezas entrelazadas y fueron muy populares entre los siglos XVI y XVII. En la boda, el novio reunía ambas piezas al colocar el anillo en el dedo de la novia. Al mismo tiempo, surgieron los anillos de “poesía” en plata esterlina.
Otras culturas también desarrollaron símbolos como los bichiya hindúes para los dedos del pie y los brazaletes de hierro intercambiados en Bengala Occidental. En la América colonial puritana, por ejemplo, antes del auge del diamante, era habitual regalar un dedal como muestra de afecto.
La transición hacia el diamante se produjo mucho más tarde. Según la investigación del Museo Cape Town (cuya información respalda los datos compartidos en esta nota), durante la Segunda Guerra Mundial, los hombres comenzaron a usar anillos de boda principalmente para recordar a sus esposas durante la ausencia.
Pero la historia, claro, comienza mucho antes.
Los primeros registros de intercambios “formales” de anillos se remontan a hace aproximadamente 3.000 años, según el Museo. En el antiguo Egipto, los rollos de papiro mostraban parejas que utilizaban aros de cáñamo o juncos que, aunque frágiles y de rápida degradación, simbolizaban un compromiso “eterno”: sin principio ni fin, como el círculo. Con el tiempo, estos materiales fueron reemplazados por cuero o marfil.
En la antigua Roma, la tradición evolucionó hacia materiales más duraderos, como los metales. Los novios entregaban a sus futuras esposas anillos de hierro como símbolo de fuerza o permanencia. El Museo explica que los romanos fueron pioneros en grabar inscripciones en los anillos de metal, y que tanto ellos como los griegos llevaban el anillo en el cuarto dedo de la mano izquierda, siguiendo la creencia en la vena amoris, que “conectaba con el corazón”, aunque hoy no hay evidencia científica que lo respalde.