
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Si reconocer una infidelidad puede resultar complicado, en el caso de la microinfidelidad el límite suele ser más difuso o borroso. Esto es, en buena parte, porque el término se ha discutido desde la idea de que todo lo que ocurre en redes sociales —un like, un comentario, una conversación “privada”— hoy es más visible y, por esa exposición, se interpreta como una infidelidad “sin sustento”.
No obstante, las acciones de las que hablaremos no responden a una exageración de conductas cotidianas, como suele creerse. Según explica la plataforma de salud mental Selia, las microinfidelidades suelen aparecer cuando hay búsqueda de atención externa, necesidad de validación, sensación de conexión con otra persona o insatisfacción que no se ha comunicado dentro de la relación.
Aunque está claro que en lo digital esto puede reconocerse mucho más fácil: se crean perfiles secundarios, existen los mensajes que se borran, se mantienen conversaciones que se trasladan a otras aplicaciones (o a la vida real), y comienzan las interacciones casi que “clandestinas”.
¿Cómo puede definirse una ‘microinfidelidad’?
Existe una discusión alrededor del término. Para algunas personas, denominarlas como “micro” puede dar la impresión de que el daño es menor para quien las recibe. Pero el uso de ese prefijo apunta a otra cosa: nombrar acciones que no implican necesariamente una relación paralela ni un encuentro sexual, que en el imaginario popular suelen asociarse con la infidelidad “clásica”.
El término microinfidelidad se le atribuye a la psicóloga australiana Melanie Schilling, explica Valentín Elorza en el portal Psicología y Mente. A partir de comportamientos que observó de forma recurrente en consulta, la doctora definió que se trata de acciones aparentemente “pequeñas” que muestran que una persona está emocional o físicamente enfocada en alguien fuera de la relación.
Pueden ocurrir una sola vez, repetirse con el tiempo, o darse en un contexto puntual y, aun así, rompen los acuerdos de confianza.
Desde el punto de vista de la salud mental, este tipo de conductas pueden generar desconfianza, ansiedad e inseguridad en la pareja. Quien se siente afectado suele entrar en estados de vigilancia, revisar señales de forma constante —a veces interpretarlas o incluso imaginarlas—, “rumiar” conversaciones y cuestionarse una y otra vez el porqué de los comportamientos del otro.
En relaciones en donde esto se repite, incluso sin una infidelidad explícita, puede aparecer la invalidación emocional o el famoso gaslighting. Esto ocurre cuando la persona que comunica el malestar recibe respuestas que minimizan, niegan o deslegitiman lo que siente, hasta el punto de dudar de su propia realidad.
Algunos ejemplos...
En la práctica, estas conductas suelen manifestarse de formas como:
- Conversaciones seguidas con alguien que la pareja desconoce o sobre las que se miente.
- Mensajes que se eliminan para evitar explicaciones.
- Envío de fotos con intención seductora, aunque no sean explícitas.
- Coqueteo que se mantiene por chat, llamadas o encuentros presenciales.
- Insinuaciones, bromas con doble sentido o propuestas que se mantienen fuera del conocimiento de la pareja.
- Minimización u ocultamiento de vínculos con terceras personas.
El papel de los acuerdos en el cuidado mutuo
Cada integrante de una pareja define de manera distinta qué es aceptable dentro de su vínculo. Lo que para una persona puede ser algo menor, para la otra se convierte en un punto de quiebre y de daño. Ahí ya no hay un malentendido “técnico” o una confusión, sino una diferencia en los límites.
Contar con acuerdos claros y hablar a tiempo sobre aquello que genera incomodidad o inseguridad favorece la construcción de vínculos más saludables. En cambio, justificar, negar o hacer dudar al otro frente a una infidelidad —no importa si es micro o macro— puede convertirse en una forma de violencia psicológica que afecta la manera de relacionarse.
👗👠👒 Entérese de otras noticias sobre Amor en El Espectador.