
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Recuerda a Wendy, la niña del cuento de Peter Pan? Probablemente la imagen que viene a su mente es la del clásico de Disney: moño, vestido azul y una actitud que, es posible afirmar, desentonaba con su edad. Wendy, la hermana mayor de John y Michael, parecía más una adulta que una niña. Cuidaba, ordenaba, contenía y asumía responsabilidades que no le correspondían cuando sus papás estaban ausentes.
En la historia -o al menos en la película-, su madurez no estaba muy explicada, pero era presentada como una virtud. Esa representación es la que hoy nos funciona como referencia para describir a quienes, desde muy temprana edad o dentro de sus relaciones, aprenden a cuidar a los demás antes de aprender a cuidarse.
Pero el Síndrome de Wendy es un concepto que no corresponde a un diagnóstico clínico o a un trastorno. Así lo explica el Instituto Europeo de Psicología Positiva, que aclara que únicamente se emplea para identificar perfiles de personas que tienden a colocarse sistemáticamente en un rol de cuidado, sacrificio y postergación personal dentro de sus vínculos.
Y aunque ya dijimos que hablar de patologías sería incorrecto, no significa que sus efectos emocionales sean menores. Al contrario, este patrón puede generar malestar emocional, físico y mental cuando se sostiene durante un largo tiempo.
El cuidado no siempre es una elección
De acuerdo con un análisis publicado por UNAM Revista Global, uno de los factores que explica la aparición del Síndrome de Wendy es la dificultad para construir una identidad propia al margen de los mandatos o los roles de género. En muchas culturas o sociedades, el “ideal de feminidad” sigue asociado al cuidado, la entrega y la capacidad de sostener emocionalmente a otros.
No solo espera que las mujeres cuiden, sino que lo hagan sin quejarse, sin priorizarse y sin exigir reciprocidad. Cuando el cuidado no se cumple aparece el reclamo, el regaño o el rechazo social, que puede expresarse a través de las críticas, culpas o etiquetas (como que se es egoísta, por ejemplo).
Según señalan, muchas mujeres concentran gran parte de su energía emocional en atender las necesidades de hijos, parejas y familiares, hasta el punto de quedar fuera de su propio proyecto de vida. Pero, no siendo suficiente, también asumen responsabilidades emocionales que no les corresponden: median conflictos ajenos, creen poder hacerlo todo solas y buscan resolverle o facilitarle la vida a quienes componen su entorno.
Todas esas acciones suelen ir acompañadas de una necesidad de reconocimiento que, si no llega o no es constante, puede provocar una sensación de vacío y una pérdida de sentido cuando no se está en función de los demás.
El vínculo y el malestar psicológico
Uno de los puntos centrales del síndrome es que el cuidado se convierte en una obligación. El Instituto Europeo señala que estas personas -porque, aunque mencionamos a las mujeres como la mayoría de quienes presentan este síndrome, los hombres hacen parte de ese grupo- también suelen sostener vínculos desequilibrados, en donde el esfuerzo no se distribuye ni se “celebra” de forma equitativa.
Cuando evoluciona, el Síndrome de Wendy puede relacionarse también con síntomas de ansiedad y depresión. Se habla, además, del miedo a la soledad, al rechazo y a la desaprobación como “síntomas” frecuentes, así como la dificultad para tomar decisiones propias sin sentir culpa por ello.
También puede aparecer una tendencia al control excesivo de las cosas simples o cotidianas, la irritación y la frustración porque existe la necesidad de que todo funcione para evitar conflictos o desestabilizaciones emocionales.
¿Existe una solución?
Las fuentes consultadas para este artículo comparten que el primer paso es tomar conciencia del rol que se tiene: revisar de dónde proviene ese concepto de amor y valor propio que se ha construido, aceptar que el cuidado no define por completo la identidad de una persona y reconocer la importancia del autocuidado, que no hace menos a quien lo practica.
El acompañamiento terapéutico puede ayudar a trabajar la autoestima, y cuestionar creencias aprendidas sobre el amor y el sacrificio para aprender a redistribuir responsabilidades dentro de los vínculos.
Algo importante -e ideal- sería comenzar a abordar estos temas desde la infancia. Evitar esa asignación rígida de roles, prevenir que los niños crezcan siendo adultos complacientes que se abandonan por no abandonar a los demás, y que el Síndrome de Wendy esté presente, cada vez más, simplemente en un cuento.
👗👠👒 Entérese de otras noticias sobre Amor en El Espectador.