Hay un capítulo de la serie Sex and the City en el que el personaje de Charlotte York descubre gracias a Miranda Hobbes los beneficios de un juguete sexual. La mujer se vuelve adicta y se niega a salir de su apartamento durante días. Tras muchos orgasmos y una intervención de sus amigas, retoma su vida.
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Las ventas del producto, conocido como The Rabbit Pearl y fabricado por Vibratex, se dispararon al día siguiente de la emisión del capítulo. Lo que contribuyó a que la masturbación femenina dejara de ser un tabú. “Las mujeres podían admitir que se daban placer a sí mismas con juguetes sexuales sin sentirse extrañas o incluso enfermas”, dice Annabelle Hirsch en “Cosas de mujeres. Una historia en 100 objetos”.
Históricamente, la sexualidad femenina ha estado marcada por principios religiosos, morales y culturales, que han condicionado profundamente la manera en que se entiende y se vive. Además, durante siglos fue vista desde la función reproductiva y no desde el placer.
“Lamentablemente, muchos de estos fundamentos se basan en teorías arcaicas y deslegitimadas que limitan el reconocimiento del placer sexual, especialmente en las mujeres”, dice Viviana Angélica Sandoval Sánchez, docente de educación sexual integral de la Universidad del Rosario y líder del programa de salud sexual y reproductiva del Servicio Médico de la Universidad del Rosario.
“El clítoris, por ejemplo, fue ‘olvidado’ o malinterpretado en la anatomía médica por más de dos siglos. Así mismo, las secreciones sexuales femeninas eran clasificadas como ‘residuos’ sin valor fisiológico”, cuenta el Dr. Pablo Andrés Rodríguez Camargo, director de la Maestría en Salud Sexual y Reproductiva en la Universidad El Bosque.
En textos médicos del siglo XIX, incluso se asociaba la eyaculación femenina con histeria, incontinencia o disfunción psíquica.
Además, la sexualidad femenina ha sido objeto de una marcada polarización, en la que las mujeres eran clasificadas de manera dicotómica como “puras” o “concubinas”.
“Las ‘mujeres puras’ eran aquellas que cumplían con los ideales de castidad y obediencia, valoradas por su aparente inocencia y sumisión, mientras que las ‘concubinas’ o mujeres consideradas promiscuas eran estigmatizadas y marginadas socialmente. Esta dicotomía no solo limitó el reconocimiento del placer femenino, sino que también reforzó roles de género rígidos, perpetuando la idea de que la sexualidad de la mujer debía estar controlada y subordinada a la aprobación social y al deseo masculino”, explica Sandoval.
Dicha clasificación causó que muchas mujeres interiorizaran esas normas, lo que conllevó a que el placer femenino estuviera relacionado con sentimientos de culpa, vergüenza o temor, lo que aún hoy afecta el bienestar sexual y emocional.
En esa línea, Rodríguez menciona a la cultura patriarcal, que durante siglo ha proyectado sobre el cuerpo de las mujeres ideales de pureza (no sudar, no expulsar, no desear), control corporal (no perder el dominio sobre los esfínteres ni los gestos), y recato (el placer debe ser discreto, silencioso, no evidente).
Así como los juguetes sexuales y el consolador, el squirt rompe todos esos mandatos: “es líquido, es visible, es involuntario y está vinculado con una expresión intensa de placer. Por eso, durante mucho tiempo fue asociado a vergüenza, suciedad o desviación. Y todavía hoy, muchas mujeres que lo experimentan creen que ‘se orinaron’, sintiendo culpa o confusión en vez de placer o curiosidad”, afirma el doctor.
La falta de educación sexual es un factor de riesgo significativo. Crecer sin información completa sobre sexualidad no solo aumenta la probabilidad de infecciones de transmisión sexual (ITS) y embarazos no deseados, “sino que también incrementa la vulnerabilidad frente a abusos sexuales y relaciones violentas, al dificultar la identificación de conductas abusivas y la capacidad de establecer límites”, asegura Sandoval.
Así las cosas, los tabúes y las normas restrictivas internalizadas dificultan que muchas mujeres conozcan su cuerpo y comprendan sus propios deseos. Como consecuencia, “muchas desconocen cómo lucen sus genitales, cuáles son sus zonas de placer o cómo expresar sus fantasías y necesidades dentro de la relación de pareja. Esta falta de conocimiento limita la comunicación, la retroalimentación con la pareja y la capacidad de mantener relaciones afectivas sanas, lo que se traduce en desafíos significativos para su bienestar sexual y mental”.
Sandoval reitera en la importancia de entender que la educación es poder, “y aún más, el poder que nos brinda la educación sexual”. La educación también es autocuidado y permite herramientas para librarse de los mitos y los tabúes.
Por eso, una de sus recomendaciones es aprender sobre sexualidad, pues permite conocer el propio cuerpo, comprender los deseos, relacionarse sanamente y prevenir situaciones de violencia. “Cambiar el pensamiento también implica reconocer que la sexualidad no es una experiencia aislada del individuo, sino que se construye y se vive en relación con otras personas de manera dinámica”.
Rodríguez, por su parte, menciona que la educación sexual eficaz debe ser universal e inclusiva, abarcando a todas las identidades de género, orientaciones sexuales y diversidades. “Solo mediante un enfoque integral se puede fomentar una comprensión respetuosa, equitativa y responsable de la sexualidad, contribuyendo a que las mujeres disfruten de su sexualidad de manera segura y consciente a lo largo de la vida”.
Los tabúes relacionados con el placer femenino son, especialmente, sociales, que se ha construido por siglos de invisibilización del cuerpo femenino, por la represión moral del placer, por la fetichización audiovisual y por la falta de educación basada en derechos y diversidad.
A pesar de los avances sociales de las últimas décadas, hablar de sexualidad sigue siendo un desafío. Romper con los tabúes permite la posibilidad legítima y valiosa de disfrutar de la salud sexual, liberarse de culpas, validar experiencias, conocer el propio cuerpo y fomentar una sexualidad más consciente.
Consejos para explorar el cuerpo y el placer
- Explore sin exigencias: su cuerpo no tiene que “producir” ninguna respuesta específica para validarse. No está en deuda con ningún modelo de placer, ni con la pornografía, ni con la pareja, ni con usted misma. El placer no se mide en litros, gemidos ni posturas.
- Infórmese con fuentes confiables: busque educación sexual basada en evidencia, no en tendencias. Conocer su anatomía, sus zonas erógenas y sus tiempos le dará más herramientas que cualquier “tutorial para eyacular”.
- Escuche sus sensaciones, no sus expectativas: el cuerpo cambia, responde distinto cada día. Lo que importa es lo que siente, no lo que “debería” sentir.
- No compare su experiencia con la de otros: Cada cuerpo es único. Lo que a una persona le provoca squirt, a otra le puede generar incomodidad, y eso está bien.
- Incorpore el autoconocimiento como una práctica de cuidado, no de rendimiento: masturbarse, explorarse, tocarse... no es un reto por cumplir sino una forma de conocerse con compasión.
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