
Foto: NYT - BRIAN REA
Ataviada con un chaleco protector, me encontraba en el recinto de la penitenciaría federal donde apenas me habían contratado como la primera capellana de la prisión. Mi uniforme incluía esposas, espray de pimienta y una radio con una alarma que pulsaría si me atacaban. Tenía 30 años y acababa de casarme.
Mientras observaba a los hombres salir en fila de una unidad de alojamiento y entrar en la cafetería, moví mis pies y contemplé las colinas más allá de las torres de vigilancia y las líneas de alambre de púas.
Un funcionario se me acercó y me...
Por Jenna Carson | The New York Times
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