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2 Jun 2020 - 6:05 p. m.

El hombre que con esfuerzo le dijo sí a su sueño

Sobre las manos de Alfredo Barreto recae la responsabilidad de que los medicamentos que se distribuyen en el país lleguen libres de COVID-19.
En el Cedi, Alfredo es el encargado de hacer cumplir los protocolos de salud y seguridad en el trabajo.
En el Cedi, Alfredo es el encargado de hacer cumplir los protocolos de salud y seguridad en el trabajo.
Foto: JOSE VARGAS ESGUERRA

Quizás esta sea una de esas historias para ser contada cronológicamente, porque trazada contra el tiempo adquiere una forma simple. La escalada de un hombre criado en el corazón de la zona rural de Cajicá (Cundinamarca), que cruzó un sinfín de obstáculos, hasta llegar a ocupar uno de los cargos más importantes en la cadena de suministro de medicamentos para toda Colombia. Sus sacrificios personales, para darle una mejor calidad de vida a su familia; las noches de desvelos y las largas jornadas laborales, hasta conseguir, empeñoso, su título universitario a los 42 años.

La historia comienza con Alfredo Barreto, a sus 16, abandonando los estudios de bachillerato para emprender la búsqueda de su destino. Ese camino lo llevó a trabajar como fabricante de objetos de latón, panadero, constructor y operario de maquinaria pesada. Incluso, llegó a prestar servicio militar entre 1997 y 1998 en La Palma, Cundinamarca, en plena zona roja, en donde alcanzó a ser dragoneante, cargo al que le atribuirá párrafos después a su carácter firme y espíritu enérgico.

Pero como suele ocurrir con quienes buscan afanosamente su lugar en el mundo, Alfredo primero tendría que sortear varios giros en su carrera, antes de convertirse en uno de los responsables de que cada medicamento que llega a las manos de las familias colombianas estén en óptimas condiciones.

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Siendo auxiliar de almacén en Cruz Verde, en Bogotá, sufrió un accidente: un montacargas le fracturó la pierna. Con esa parte de su cuerpo inmóvil, pero con una voluntad inquebrantable, pasó 21 días encerrado en casa. Allí, en su condición de inutilidad, uno de sus cuatro hijos le pidió que lo llevara al parque. De inmediato comprendió lo que habría pasado si ese día hubiera perdido su pierna. “Desde ese día me propuse estudiar algo con lo que pudiera ayudar a los demás, para que no les pasara lo que a mí casi me pasó”, habla, mientras mira hacia arriba, como imaginando algo.

Con 31 años, Alfredo decidió terminar lo que a sus 16 no había hecho: terminar el bachillerato. Inició sus estudios técnicos en salud y seguridad en el trabajo, luego realizó una tecnología y, finalmente, a sus 41 años, su carrera profesional como ingeniero en salud y seguridad. Se dio cuenta de que nunca es tarde y que los impedimentos para alcanzar sus metas los tenía él mismo. “Veía que todos mis compañeros de trabajo crecían en la empresa, iban para arriba y me quedaba allí, en la misma silla. Empecé a pensar: ¿cuál es mi problema para crecer? Y era yo mismo, por eso empecé a estudiar”, dice.

Para alcanzar esta cima, el hombre tuvo que alternar sus estudios con el trabajo. Durante cinco años seguidos se acostumbró a la difícil rutina de levantarse en el corazón de la madrugada, para llegar a su trabajo en punto de las 6:00 y de allí salir a las 5:00 de la tarde para su universidad. Regresaba a casa a las 11:00 de la noche y, al principio, su familia le decía que querían pasar más tiempo con él. “Fue duro”, confiesa Alfredo con aire reflexivo, “tanto, que sentí en algún momento que me estaba alejando mucho de mi familia”.

María Cristina Fontecha, su esposa, explica que el apoyo de la familia fue una pieza clave en esa lucha. “Lo animaba, le decía que siguiera adelante, que a pesar de que se sintiera cansado y muchas veces con ganas de decir: ‘no, no más’, luchara. ¡Y lo pudo hacer!”. Sí, la clave fue la constancia, pero también su don de servicio, dice la mujer. Y no se equivoca.

Alfredo ahora es el líder de procesos de la Cadena de Abastecimiento del Centro de Distribución de Cruz Verde (Cedi). Allí se seleccionan, envían y reparten los productos a las distintas farmacias y hospitales aliados de todo el país. Su función se centra en coordinar el mantenimiento de los equipos de las cinco bodegas en las que trabaja. Además, es el encargado de que los más de 20 mil metros cuadrados del Centro se mantengan impecables, como pasillos de hospital, por lo que supervisa que todos los residuos sólidos se traten de acuerdo con los protocolos de higiene que ha dicho el Distrito.

Uno de los retos que ha enfrentado durante la pandemia del coronavirus es sensibilizar a los más de 650 trabajadores con respecto al uso de tapabocas, el lavado de manos y el distanciamiento social, para reducir el riesgo de contagio. A su vez, sobre sus manos recae un peso enorme: garantizar que los medicamentos que llegan a la central estén libres de COVID-19, antes de ser enviados a las farmacias. En este lugar, repleto de estantes, cajas de cartón y máquinas se albergan al menos 11 millones de productos. “Cuando alguien dice: usted no sabe por cuántas manos pasó ese frasco” y señala uno de los productos, “tengo que cerciorarme de que cuando pasó por las nuestras, estuvieran limpias”.

Al ver a este hombre, de 1,65 metros de estatura y andar ligero, el lector podría preguntarse, ¿dónde adquirió Alfredo su carácter y seguridad para dirigir a tantas personas? Este hombre, de piel trigueña, lo dice sin rodeos: “En el Ejército adquirí disciplina y carácter. Uno va aprendiendo en el camino; tanto de las caídas como de las oportunidades uno va sacando aprendizajes”. Sí, esas son realmente las armas más potentes de la vida, la perseverancia y el esfuerzo.

Redacción Bogotá

Por Redacción Bogotá

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