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Germán Samper, el aprendiz

Con 24 años de edad, es uno de los arquitectos del estudio de Le Corbusier, genio suizo que revolucionó la arquitectura.

Santiago La Rotta
26 de abril de 2010 - 10:00 p. m.

Septiembre de 1947. Filas y filas de jóvenes ansiosos esperaban en la salida del antiguo aeropuerto de Techo para ver un poco del ídolo. En una época anterior a la televisión, su presencia era casi un milagro, la llegada del mesías de la modernidad. La espera valió la pena y ahí estaba el hombre, el arquitecto, el genio: Le Corbusier en Bogotá.

En aquel viaje, el primero de cinco más, el arquitecto suizo se alojó en el Hotel Granada y su presencia alteró el engranaje de la vida bogotana. Todos tenían que ver con Le Corbusier: el alcalde, el presidente, la alta sociedad, todos. Una de tantas reuniones fue con los alumnos de la facultad de arquitectura de la Universidad Nacional, única en el país. Camuflado entre los demás, se encontraba el estudiante de último semestre Germán Samper, a quien la timidez y la falta de francés le impidieron acercarse para conversar con el maestro, como sí lo hicieron Rogelio Salmona, entre otros.

El genio se fue y las cosas retornaron a la normalidad. A la semana de su partida, Samper ya estaba estudiando francés en la Alianza Francesa. “Tenía que trabajar con Le Corbusier”. Unos meses después de El Bogotazo, el joven de 24 años, ya graduado, aterrizó en París por cuenta de una beca para estudiar en el Instituto de Urbanismo de la capital francesa. “No puedo estudiar acá porque lo que aprenda no lo voy a poner en práctica en mi ciudad, que es pequeña, no como París”, dijo como excusa. “Está bien. Estudia otra cosa: historia, literatura…”, le dijeron. “No, lo que quiero es trabajar con Le Corbusier”, respondió.

Samper entró al estudio del arquitecto como dibujante de unos planos para un congreso de arquitectura en Italia. Un día, Le Corbusier solicitó un voluntario para ayudarle a organizar la biblioteca de su casa. No lo dudó, levantó la mano. Las siguientes tres semanas las pasaría descubriendo al hombre por sus libros, conversando ocasionalmente con él, saciándose con la cercanía a la mente del que ha sido denominado por algunos como el arquitecto más importante del siglo pasado.

Un buen día encontró entre los papeles el manuscrito de “La ciudad radiante”. Tembló de emoción. “¿Te gusta?”, le preguntó el autor. Asintió. “Bueno, es tuyo”.

Después de esto ya era uno de los arquitectos del estudio de Le Corbusier, la fábrica de donde surgieron algunos de los paradigmas de la arquitectura moderna y los planes de renovación de varias ciudades, entre ellas Bogotá.

En 1949, la ciudad le comisionó al arquitecto suizo el Plan Director, un proyecto que buscaba darle un orden al crecimiento de la ciudad. En él quedaron consignadas obras como la calle 26, la ciudad universitaria, el CAN, entre otras. Samper fue uno de los encargados de dibujar en color, a mano, el documento final en donde quedó consignada la Bogotá soñada por Le Corbusier. Más adelante, la firma liderada por los arquitectos Josep Lluis Sert y Paul Lester Wiener le entregó al presidente Gustavo Rojas Pinilla el Plan Regulador (el documento que aterrizaba los planteamientos del Plan Director). Hasta ahí llegó el sueño de la Bogotá planeada. “Hizo falta voluntad política para realizar el proyecto. Bogotá no estaba preparada para eso. El Plan proponía la creación de viviendas en edificios y ni siquiera existía la Ley de Propiedad Horizontal”.

Samper, hoy de 86 años y con una larga y productiva carrera detrás (que incluye, entre otras cosas, la ampliación del Museo del Oro), aún sonríe al recordar sus años al lado de Le Corbusier, las tardes al frente de la mesa de dibujo mientras recibía los consejos del maestro. También sonríe al caminar por una de las dos exposiciones que le rinden tributo al genio suizo mientras dice: “Todos estos documentos son míos. Ese dibujo me lo regaló él. Aquel papel también. Cuando mi primer hijo nació, le dedicó un dibujo que aún conservo. Fue a mi matrimonio, realizado en mi ausencia, y en el que me representó mi papá. Fue mi amigo”.

Por Santiago La Rotta

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