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Heroína: despacio es mejor

Continúa la obsesión del Distrito por aplicar modelos alternativos de tratamiento para las adicciones, sus riesgos y daños. El Estado busca evitar la propagación del consumo.

Camilo Segura Álvarez
21 de mayo de 2013 - 11:35 p. m.
Los consumidores de heroína en Colombia no superan el 1,5% del universo de usuarios de sustancias ilícitas, según estudios del ministerio de Salud.
Los consumidores de heroína en Colombia no superan el 1,5% del universo de usuarios de sustancias ilícitas, según estudios del ministerio de Salud.

La publicación de los informes de la Organización de Estados Americanos y de la Comisión Asesora del Ministerio de Justicia para la Política de Drogas ponen de relieve los problemas de consumo de sustancias ilícitas que está afrontando el país. Ambos documentos coinciden en la necesidad de despenalizar el consumo de drogas blandas, como la marihuana, y de afrontar como un problema de salud pública el consumo de drogas duras, como la heroína. En este marco aparece información científica que ya está en poder del Distrito y que apunta a la resocialización y la oferta de alternativas de salubridad a los heroinómanos mediante el suministro de la misma sustancia.

Durante las últimas tres semanas, funcionarios del Distrito muy cercanos a Guillermo Alfonso Jaramillo, secretario de Gobierno y antiguo responsable de la cartera de Salud, estuvieron en Barcelona. Allí, por invitación de la Generalitat de Cataluña y varias ONG, vieron cómo están tratando a los heroinómanos que, sólo en esa ciudad, exceden el 6% de los consumidores de drogas. También tuvieron acceso a una investigación que “da cuenta de un método de tratamiento que puede ser muy efectivo porque la metadona (la base del tratamiento para dejar la adicción y que ya está en el Plan Obligatorio de Salud en Colombia) ha generado depresión en un gran porcentaje de los pacientes que se someten a ese procedimiento, y si el heroinómano tiene depresión, deserta. Se ha visto que cuando la persona sabe que tiene dónde conseguir la droga y sabe cómo y cuándo, reduce su consumo”, le explicó Jaramillo a este diario.

Los efectos positivos de ese tratamiento serían que el consumidor abusivo “baja sus niveles de ansiedad y los síndromes de abstinencia. Además, con quienes fueron objeto de la investigación se ha logrado que vuelvan a trabajar y se hagan responsables de sí mismos. Eso en pacientes que son recuperables”, explicó Jaramillo. Sin embargo, es prudente enfatizar en que esta es sólo una parte de la información que viene recopilando el Distrito para hacerle frente al problema antes de que se convierta en uno de salud pública.

Aldemar Parra, coordinador del área de reducción del consumo de sustancias psicoactivas del Ministerio de Salud, es un defensor del suministro de metadona. “No hay evidencia científica que diga que la metadona produce ansiedad —asegura—. De lo que sí hay evidencia es de que una buena parte de los heroinómanos tienen patologías psiquiátricas como esa. Por eso no se puede ver a la metadona como el único elemento de un tratamiento que debe ser integral y focalizado”.

En ese sentido, la experiencia de Barcelona, que ya completa 20 años, puede ser enriquecedora. Lo primero que hicieron allí fue patrocinar estudios sobre la población consumidora. Posteriormente regularon el suministro de metadona, siempre bajo la voluntad del paciente. Con quienes no quieren someterse al tratamiento, o médicamente no han sido aptos, se hizo un programa de educación que consistía en entregarles kits (que incluyen jeringas) para que se inyectaran la heroína en condiciones de salubridad, evitaran el intercambio de jeringas entre consumidores y desarrollaran su vida sexual con métodos de prevención de transmisión de enfermedades venéreas. Por último, con resultados positivos, tienen salas de consumo en las que el Estado no entrega la sustancia pero pone a disposición del consumidor —que consigue la heroína por sus propios medios— personal médico y psiquiátrico que garantiza la salubridad.

Por ahora, en Colombia, lo único que se ha desarrollado son estudios y el suministro de metadona. Está en ciernes un modelo de intercambio de jeringas, acompañado de campañas de prevención y mitigación, que busca reducir los riesgos de los consumidores de contraer enfermedades o infecciones producto del acto de consumo.

¿Qué sabe el Estado sobre la heroína?

Un informe del Centro de Estudio y Análisis en Seguridad y Convivencia (Ceacsc), de la Secretaría de Gobierno, señala las principales características de los mercados y el consumo de heroína en la capital, que “está creciendo vertiginosamente. Se ha establecido que la localidad de Chapinero, particularmente el sector comprendido entre las calles 53 y 63 y las carreras 7ª y Caracas constituyen el epicentro de expendio y consumo más importante”.

También, el informe da cuenta de la victimización invisible que sufren los consumidores de heroína en varias localidades: “Existen lugares en los que se alquilan habitaciones en mal estado sanitario para que por un tiempo determinado personas solas, parejas y grupos consuman heroína. Esporádicamente los dueños golpean las puertas y tratan de verificar que sus huéspedes no estén muertos por sobredosis. Estos centros de consumo no controlado constituyen un problema de salud pública y prenden las alarmas en materia de intercambio de jeringas y transmisión de VIH, hepatitis, tuberculosis y otras enfermedades entre consumidores”.

A nivel nacional, las cifras durante los últimos diez años han mostrado que el número de consumidores no asciende a más del 1,5%, muy por debajo de sustancias como la cocaína y el bazuco, que exceden el 5%. La Encuesta Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas en Jóvenes de 2004 indicaba que la heroína tenía para esa época una baja utilización, con una prevalencia nacional de 1,32%. La última encuesta de Consumo en Jóvenes, de 2011, indica que de una muestra extrapolada a 301.655 alumnos de secundaria y universidad, 3.997 (1,33%) dijeron haber usado heroína en el último año.

Si el Estado colombiano tuviera que presentar un caso de trabajo metódico, estudiado, focalizado y ante todo discreto en el tema de sustancias prohibidas, es el de la heroína. En el año 2002 se realizó el primer estudio de heroína en Bogotá, a cargo de la Universidad de los Andes. El estudio no arrojó cifras de consumo mayores al 1% de los usuarios de sustancias y no se pudieron establecer patrones de adquisición, forma de suministro, ni características sociales o económicas de los consumidores.

Sin embargo, entre 2005 y 2006 se reportó un crecimiento notable en los casos de solicitud de atención en rehabilitación por consumo de heroína. Especialmente en Santander de Quilichao (Cauca), Cúcuta, Medellín y Bogotá. Y las alertas se prendieron. Por eso, para el año 2007 la política pública para la reducción del consumo de sustancias psicoactivantes (SPA) ya estimaba a la heroína como una de sus principales perspectivas de acción.

La conclusión a la que llegaron el Estado y diversas ONG es que con esta sustancia se presenta un consumo doblemente oculto (en lo social y en lo estadístico). No obstante, los casos de sobredosis o solicitud de tratamientos seguían siendo notables, mas no masivos. Entonces, en 2008, a través de los ministerios de Salud y de Justicia se emprendió una serie de estudios en ciudades donde el sistema de salud y el judicial reportaban la presencia del consumo. Santander de Quilichao (2008), Pereira y Medellín (2010), Cúcuta y Pamplona (2011) y Cali (2012), sin resultados finales aún. Bogotá se prepara para realizarlo en el segundo semestre de 2013.

“Si usted se da cuenta, el corredor de ciudades con situación de consumo es el mismo que están utilizando los narcos. Santander de Quilichao es la puerta del Cauca, donde se cultiva la mayoría de la amapola que hay en Colombia. Sigue el Eje Cafetero, donde tenemos problemas en Pereira y Armenia. Tenemos situación de consumo alto en Medellín, Cali y Bogotá. Y por último, en Cúcuta, que creemos es la salida de la heroína hacia el exterior”, dice Parra.

El Estado también ha detectado que la heroína tiene características muy específicas frente a otras sustancias. No se la considera una sustancia psicoactiva recreativa por su nivel de adicción y de daño, y su síndrome de abstinencia genera calambres, lagrimeo, escalofrío y síntomas en el cuerpo insoportables. “Se genera una necesidad que lleva a la repetición del consumo en un lapso de horas para quienes tienen un alto grado de adicción. La búsqueda del consumo lleva a la dependencia y en muchas ocasiones al delito, su consumo (preferible por vía inyectada) genera prácticas como el intercambio de jeringas usadas en contextos de pobreza y marginalidad que llevan a la expansión de enfermedades como el VIH y la hepatitis”, dice Julián Quintero, quien coordinó el estudio realizado en Cúcuta y Pamplona.

Para Quintero, la ventaja que tiene Colombia a la hora de abordar el problema es que, “como ninguna otra sustancia en el país, la heroína ha sido estudiada desde la historia de consumo hasta el contexto sociocultural: cómo en unas ciudades se manifiesta en sectores populares y en otras, en clases medias, universitarias y estratos altos; rituales de consumo, motivaciones, guetos y círculos sociales. Combinaciones con otras sustancias, descripción del microtráfico, rutas de atención del sistema de salud, barreras de acceso al servicio y aspectos epidemiológicos”.

El freno a la epidemia y a la muerte

En el año 2010 el Ministerio de la Protección Social realizó en Bogotá un evento con los principales expertos del mundo y allí se definieron acciones para mantener el fenómeno en los mínimos indicadores, con la plena conciencia de que su desaparición total es imposible. En ese evento se concluyó que era necesaria una forma de acción que impidiera la “colombianización” de lo que ocurrió en otros países (Europa, Asia Suroriental y Oceanía), donde el consumo se propagó en corto tiempo (menos de 10 años), llegando a cifras cercanas al 6%.

Ahora el riesgo no es sólo el consumo sino el aumento de casos de muertes por sobredosis entre los más jóvenes. Colombia tiene uno de los promedios de edad de consumo más preocupantes del mundo (23 y 24 años), mientras Europa lo tiene por encima de los 30 años. También las tasas de VIH en consumidores han crecido de manera alarmante. El porcentaje de heroinómanos infectados es del 2,5% en Pereira, 4,5% en Medellín y 9% en Cúcuta. Para detener una posible epidemia, la fórmula usada mundialmente, probada y exitosa, ha sido entregar jeringas limpias a cambio de jeringas usadas y educar a los usuarios en conductas de autocuidado. Para esto el Estado ha venido diseñando desde hace un par de años estrategias que se concretarán en los próximos meses en ciudades intermedias con alto consumo.

Actualmente el Ministerio de la Salud, en cabeza de Inés Elvira Mejía, está terminando de diseñar el Plan Nacional de Heroína y VIH para los próximos cinco años, de la mano de ONG asesoradas por la Open Society Foundation, con experiencia en más de 24 países en este tipo de proyectos. Representantes de cada una de estas instituciones llevan más de un año conociendo experiencias de países como Canadá, España, Holanda y Suiza, con la mayor discreción.

¿Tratamiento con salas de consumo?

La orden del presidente Juan Manuel Santos de acabar las “ollas” no sólo tiene un componente policial. Aldemar Parra le confirmó a este diario que “crearemos en las ‘ollas’ de todo el país algún tipo de tratamiento comunitario. Eso contempla unos centros de escucha que, además de proveer información y servicios médicos para quien quiera rehabilitarse, estarán disponibles para que las personas puedan consumir allí con seguridad física y psiquiátrica la sustancia que les genere dependencia. Aclaro: el Estado no les dará las drogas. Es una forma de dignificar al habitante de calle y darle derechos sin que el Estado patrocine el consumo”.

Un paso de vanguardia que no implica que el Estado vaya a establecer salas de consumo, que son entendidas como espacios protegidos para el consumo higiénico de drogas previamente adquiridas, en un ambiente libre de consideraciones morales y bajo la supervisión de personal especializado. Necesariamente están incluidas en una red más amplia de servicios y, en el mundo, están destinadas a evitar el consumo de sustancias, especialmente inyectadas, en espacios públicos.

Según las cifras del Minsalud, 7.000 personas consumen heroína en Colombia, de las cuales 2.000 han sido atendidas con metadona, sin que exista un registro contundente sobre la superación de la adicción a través de ese método.

En Bogotá, según la Secretaría de Salud, ese tratamiento ha sido solicitado por cerca de 100 personas a través de los Camad (Centro de Atención Médica a Drogodependientes), principalmente. Todavía no se puede considerar que el consumo sea masivo, pero sí que hay que prender las alarmas sobre su expansión y, sobre todo, sobre las muertes asociadas a él. El método, por ahora, puede apoyarse en las estrategias del Ministerio, intervenciones sociales como las de intercambio de jeringas o la entrega de kits de salubridad. El problema aún no está tan diagnosticado, ni expandido, como para pensar en un programa de entrega de heroína para hacer frente a los daños y riesgos producidos por la sustancia.

csegura@elespectador.com

Por Camilo Segura Álvarez

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