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Los primeros pasos de Leszli Kalli

Después de haber sido secuestrada por la guerrilla del Eln tuvo que afrontar una amenaza de violación en la alcaldía de Gustavo Petro.

Redacción Bogotá
10 de julio de 2013 - 10:15 a. m.
Portada del libro. /Tomada de Internet
Portada del libro. /Tomada de Internet

Hay momentos en que Leszli Kalli regresa a lo que ella misma llama "una especie única de angustia"; estado nostálgico en el que se podría decir que reina le incertidumbre. "Estoy agotada", dice por teléfono. Probablemente conoció la profundidad del agotamiento hace 14 años, cuando fue secuestrada por la guerrilla del Eln (Ejército de Liberación Nacional). El 12 de abril de 1999 abordó un avión en Bucaramanga con destino a Bogotá. El Eln se tomó el avión y vuelo Fokker 50 de Avianca terminó aterrizando en las selvas del sur de Bolívar.

"— ¿Qué pasa aquí?— le pregunté a papá.
—Esto, Leszli, es un secuestro.
Cada día, a cada instante, me pregunto: "¿Por qué esto nos pasa a nosotros? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?". Lo único que he conseguido es llenarme de odio hacia la vida, porque siento que me había dado la espalda", narra Leszli Kálli en su libro 'Secuestrada': una historia de la vida real (Editorial Planeta, año 2000).

Leszli Kálli tenía 19 años cuando la secuestraron. Bogotá era apenas una escala en el vuelvo que la llevaría a kibutz, Israel: "Ya tenía la maleta hecha, los pasajes listos, unos dólares y muchísimas ganas de iniciar mi aventura en Israel. Una vez saliera del kibbutz iría a pasar unos días en dos de los países que siempre he querido conocer: Egipto y Grecia. Me habían comentado cómo se podía lograr sin que saliera tan costoso. Una vez terminada mi aventura llegaría a Colombia para ponerme a estudiar juiciosa en una universidad. ¿Qué más le podía pedir a la vida?".

Dice Kálli que sentía un pálpito (esa ansiedad única) antes de tomar el avión. En pleno vuelo entendió que no se trataba de una paranoia: escucho unos ruidos en las últimas filas del avión: "Quedé sin respiración: un tipo que se estaba poniendo una capucha le apuntaba al auxiliar en la cabeza con una pistola. Después de unos segundos se paró otro hombre que iba atrás, y que se haría a mi lado por el resto del trayecto". Hoy dice que "hay ausencias que causan gratitud". También dice que tiene la intuición de que le falla la intuición.

En tierra supo de qué se trataba: "—Nosotros somos del Ejército de Liberación Nacional. Esto, compas, es una retención". Esa misma noche empezó a sospechar sobre los días se aproximaban: "Esa noche nos repartieron linternas, pilas, crema dental y cepillos de dientes. Cuando vi que repartían estas cosas miré a papá, y él me dijo, como si supiera lo que yo le quería decir: —Sí, nena, esto va pa’ largo". Fueron 373 días en cautiverio.

En el interior de la selva aprendió sobre el aislamiento de las costumbres. Cuenta en su diario: "Esta vez nos tocó dormir en un cambuche en medio de la selva. No se podía prender una linterna porque llegaban millones de zancudos. Estábamos todos sudados, y cuando nos quitamos las botas fue tenaz: salió una pecueca impregnante (…) Nos acomodamos y después nos bañamos en la quebrada, que era lo único lindo que tenía el campamento". El 7 de mayo del año 2000 la liberaron.

Petro y Kalli se conocen

Empezó otro capítulo. Leszli Kálli viajó a Canadá, en donde vivió ocho años bajo un programa de protección de las Naciones Unidas. Desde este país escribió una columna para la Revista Soho: "Me angustia no ver nunca la cara inconfundible de la gente colombiana, esa gente que vive feliz, que ríe, que está contenta a pesar de tantos problemas. Gente que mira directo a los ojos, con mezcla de malicia y dulzura, que quiere saber todo y sabe de todo así no sepa nada. Aquí la gente camina como colgada de hilos invisibles que no manipulan Dios sino una rutina gris. He cambiado a la capital del ruido por la capital del frío y el silencio. Y duele".

Luego de estudiar diseño gráfico en Canadá regresó a Colombia y trabajó con la Revista Soho y más tarde con la periodista Ana Mercedes Ariza en Bucaramanga. "Cuando el alcalde Gustavo Petro era candidato a la presidencia me llamaron y me dijeron que me lanzara al Concejo pero eso no pasó de un chiste. Tuve contacto con él y me dijo que iba a haber una reunión en Bucaramanga con los miembros del Partido Progresistas pero yo no pude asistir". Luego, dice Leszli Kálli, "empecé a apoyarlo en las redes sociales. El me retuiteaba".

La razón de esta empatía con el hoy alcalde Gustavo Petro estaba en las políticas dirigidas a la protección animal: "nunca he apoyado candidatos ni de izquierda ni de derecha. Pero me gustó el discurso proactivo por los animales. Durante la campaña para la alcaldía le dije: me encantaría trabajar con usted. Y él me dice: véngase para Bogotá". Por esa época Kálli trabajaba con Luis Eduardo Cote Peña, candidato a la gobernación de Santander.

En la oficina de comunicaciones Kálli se dio cuenta de que no era tan fácil cumplir con todas las políticas que el alcalde prometió en campaña: "era la primera vez que iba a trabajar en un sector público. Llegué y pensé que todos los que estábamos ahí queríamos transformar la ciudad. Sin embargo, las cosas no van al paso que uno quiere que vayan. Todo es tan lento…". El objetivo más inmediato de la nueva funcionaria de la administración Petro era ayudar a que el centro de bienestar animal prometido por el alcalde se hiciera realidad. "Iba de un lado a otro. Siempre intenté que la Secretaría de Salud y la Secretaría de Ambiente se pusieran de acuerdo. Hasta busqué que por lo menos conseguíamos un lote..."

Para hablar sobre el interés por los animales Kálli se remonta a la historia de su padre como cofundador de la Asociación Defensora de los animales y el medio ambiente: "he trabajado toda mi vida apoyándolos, en las campañas y en las estrategias de comunicación. Esa lucha para mí siempre ha estado presente".

En 2012, Leszli Kalli denunció una amenaza de violación que sufrió al interior de la Alcaldía de Bogotá. Este caso se sumó a otros altercados con otros funcionarios de la alcaldía: "Ellos me llenaron de rabia e impotencia". En su diario de secuestro, Kalli concluye: "Sentí que todo se me desmoronaba. Me hice la fuerte, traté de no llorar... Odio las despedidas. Además, sabía que me tocaría sola, única mujer en el grupo de la tripulación".

Por Redacción Bogotá

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