Cuando regresé había un promedio de ocho personas rodeando a la camada. Le entregué la leche al señor y me di cuenta de que las personas estaban discutiendo con él. Preguntaban por la mamá de los perritos y el hecho de que su “protector” los tuviera tirados en la calle sin protegerlos del frío. Me metí en la discusión y le pregunté al señor cuándo habían nacido los cachorros, a lo que me respondió que tenían dos días de nacidos. La indignación fue general. ¿Cómo era posible que estos cachorros no estuvieran con su mamá? El señor decía que la mamá de los cachorros era de él, que estaba enferma y que era peor si los dejaba con ella.
Una de las personas se ofreció a recoger a la mamá, pero el señor —que decía ser un reciclador— se hacía el loco cuando tocábamos el tema. Le dijimos que estaba encartado y que era mejor que nos entregara a los perritos para evitar que se murieran. En ese momento dijo que los vendía y que cada uno costaba $20.000. Un joven se molestó y empezó a reclamarle a los gritos que lo único que quería era hacer negocio y que no estaba dispuesto a darle un peso. El aludido se levantó, empezó a coger a los cachorros uno por uno y a embutirlos en un maletín como si fueran papas. Asustadas, dos jóvenes y yo le pedimos que no se fuera y que considerara hacer un negocio. Después de mucho discutir, el señor aceptó entregarnos todos los cachorros por $50.000.
Hicimos una vaca para recoger el dinero y recibimos los perritos. Ahí mismo logramos entregar cuatro cachorros a personas dispuestas a brindarles hogares definitivos. Dos mujeres y yo intercambiamos datos y nos responsabilizamos de cuidar a los cinco perritos restantes y darlos en adopción.
Sigue a El Espectador en WhatsAppAhora creo que el señor nos mintió. Seguramente se encontró en la calle a una perra con su camada y vio la oportunidad de negocio. Pero en medio de todo, los cachorros fueron muy afortunados porque se encontraron con ocho transeúntes que, aunque desconocidos entre sí, se solidarizaron con la causa y los salvaron de una muerte segura. Al primer perrito que di en adopción lo bautizaron Chingue Guayuco.
*Las crónicas en este espacio han sido escritas para El Espectador por los reporteros de Directo Bogotá, revista de periodismo de la Pontificia Universidad Javeriana.