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                                                                                                                              Toros: cultura y tradición en Bogotá

                                                                                                                              Desde su nacimiento en España hasta su regreso hoy a la plaza de toros de Santamaría, el espectáculo taurino tiene una larga tradición, llena de historias, ilustres aficionados y opositores.

                                                                                                                              Alfredo Molano Bravo

                                                                                                                              Luego de cuatro años, la fiesta brava regresa esta tarde a Bogotá. / Gustavo Torrijos
                                                                                                                              Foto: GUSTAVO TORRIJOS

                                                                                                                              A la memoria de don Guillermo Cano, gran aficionado a los toros.

                                                                                                                              Desde luego, ni en los indígenas encontrados por Colón ni en los negros traídos de África se encuentra el origen de la fiesta de los toros en América. Fue en España donde nació la afición de enfrentar un hombre con un toro. Los árabes cambiaron el espectáculo del circo romano, donde se enfrentaban gladiadores con fieras, por la lidia de los toros. Los castellanos rivalizaron con los árabes toreando a caballo y se dice que para festejar la toma de Granada, el propio papa asistió a una corrida en 1492. En la Nueva Granada, unos pocos años después, en 1532, en Acla, Darién, “la gente se salió a la plaza y corrió y capeó un torillo pequeño” para recibir al gobernador Julián Gutiérrez. (Lea también: Los oficios que renacen con las corridas en Bogotá) 

                                                                                                                              En el siglo XVI se tiene noticia cierta de otras seis corridas para celebrar la llegada de autoridades españolas como Alonso de Lugo (1545), Pedro de Urzúa —el personaje de la novela de William Ospina— (1547), el establecimiento de la Real Audiencia (1549) y posesiones de Miguel Díez de Armendáriz (1550), Juan Montalvo (1551) y Andrés Díaz Venero de Leyva (1564). Durante la Colonia, las corridas de toros fueron parte de las fiestas civiles y religiosas: “Se agasajaba a los presidentes y a los obispos, se celebraba la coronación de los reyes y las noticias del nacimiento de los infantes y con ello se daba alegría al festejo de los santos patrones”. Durante el reinado de Felipe II, a fines del siglo XVI, el papa quiso acabar con las corridas de toros, pero “el pueblo se sublevó contra la prohibición” y el rey levantó la medida. Las corridas de toros eran entonces una afición de la nobleza y se practicaban a caballo. Los afrancesados Borbones, al insistir en la prohibición, lograron que los nobles abandonaran la práctica, pero —apunta Fernández de Moratín— “no faltando la afición de los españoles, se dio la plebe a ejercitar su valor matando toros a pie, cuerpo a cuerpo, con la espada…”. Es la revolución del toreo a pie, cuya gran figura fue Francisco Romero, “el de Ronda” (1754-1839). (Lea aquí la postura a favor del regreso de las corridas de toros por parte del presidente de la Corporación Taurina) 

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                                                                                                                              José María Cordovez Moure dejó unas muy vívidas páginas sobre la fiesta de los toros, la más popular entre las diversiones de la época. Las de la celebración de la Independencia comenzaban con una “licitación para adecuar la plaza, suministrar los toros, pagar y vestir a los toreadores, proporcionar tablados al presidente de la república y construir la barrera y el toril”. Antes de las fiestas “se notaba un movimiento inusitado en la ciudad: la gente se endeudaba, los notarios tenían oficio, las transacciones de finca raíz se multiplicaban. Durante las fiestas no se prende candela en la casa ni se hace mercado”. El 19 de julio había fuegos artificiales, se instalaban mesas de juego, ventas de comida, y las bandas de música del Ejército tocaban bambucos y pasillos. Durante 10 días “el pueblo se daba al desenfreno, superior a los saturnales”. El 20 de julio se iniciaba con un tedeum por la mañana y terminaba con desfiles militares por la noche. El 21 empezaban las “bulliciosas corridas” con la traída de los toros. Los tablados se atestaban y la gente gritaba: “¡Al toro!”. Empezaba la distribución de ramilletes, dulces, vinos y brandy. Muchos bebían de la misma botella. Enseguida se soltaba el toro. “¡A las 3 y media el aspecto de la plaza era comparable a un horno!”. No bajarían de 20.000 personas reunidas allí para gozar de la corrida; las barreras se colmaban de hombres de diferentes clases sociales. En la arena, el pueblo y los cachacos estaban dispuestos a correr los riesgos. La corrida comenzaba con el despeje a cargo del Ejército y luego salían los toreadores, que eran apenas vaqueros diestros vestidos con frac, calzón corto de percal, medias blancas, alpargatas y gorro frigio. Una vez el toro en la arena, mugiendo de coraje acometía a diestra y siniestra contra un remolino de seres humanos. Los estudiantes toreaban con capote; el pueblo, con la ruana; los cachacos, con pañuelo. Después salían los toreadores a poner banderillas y a veces a montar sobre el toro a golpe de bambucos, y no faltaban picadores con garrocha. A las 6 terminaban las corridas, ponderando la bondad de los toros. En las fiestas había también diversos juegos: varas de premio, carreras de hombres encostalados, manteo al estilo Sancho Panza, vacaloca, cuadrillas de lanceros, tiro de pistola y riña de gallos. Sobra decir que la celebración de la Independencia se hacía en otras ciudades y pueblos bajo diferentes modalidades, aunque las de Bogotá marcaban la pauta.

                                                                                                                              Sin una relación clara, con la derrota del radicalismo y el comienzo de la economía cafetera se terminó, por lo menos en Bogotá, el toreo como manteo, donde la única regla impuesta por el toro es no dejarse coger. Más que matar toros, se corrían toros. Cordovez apunta que “estos espectáculos” entraron en desuso hacia 1880, con la declinación del radicalismo y la sentencia de Rafael Núñez: Regeneración administrativa fundamental o catástrofe.

                                                                                                                              (1) Tavera Aya, Fernando, Los toros en Bogotá y Cartagena: dos siglos de tradición republicana.

                                                                                                                              Luego de cuatro años, la fiesta brava regresa esta tarde a Bogotá. / Gustavo Torrijos
                                                                                                                              Foto: GUSTAVO TORRIJOS

                                                                                                                              A la memoria de don Guillermo Cano, gran aficionado a los toros.

                                                                                                                              Desde luego, ni en los indígenas encontrados por Colón ni en los negros traídos de África se encuentra el origen de la fiesta de los toros en América. Fue en España donde nació la afición de enfrentar un hombre con un toro. Los árabes cambiaron el espectáculo del circo romano, donde se enfrentaban gladiadores con fieras, por la lidia de los toros. Los castellanos rivalizaron con los árabes toreando a caballo y se dice que para festejar la toma de Granada, el propio papa asistió a una corrida en 1492. En la Nueva Granada, unos pocos años después, en 1532, en Acla, Darién, “la gente se salió a la plaza y corrió y capeó un torillo pequeño” para recibir al gobernador Julián Gutiérrez. (Lea también: Los oficios que renacen con las corridas en Bogotá) 

                                                                                                                              En el siglo XVI se tiene noticia cierta de otras seis corridas para celebrar la llegada de autoridades españolas como Alonso de Lugo (1545), Pedro de Urzúa —el personaje de la novela de William Ospina— (1547), el establecimiento de la Real Audiencia (1549) y posesiones de Miguel Díez de Armendáriz (1550), Juan Montalvo (1551) y Andrés Díaz Venero de Leyva (1564). Durante la Colonia, las corridas de toros fueron parte de las fiestas civiles y religiosas: “Se agasajaba a los presidentes y a los obispos, se celebraba la coronación de los reyes y las noticias del nacimiento de los infantes y con ello se daba alegría al festejo de los santos patrones”. Durante el reinado de Felipe II, a fines del siglo XVI, el papa quiso acabar con las corridas de toros, pero “el pueblo se sublevó contra la prohibición” y el rey levantó la medida. Las corridas de toros eran entonces una afición de la nobleza y se practicaban a caballo. Los afrancesados Borbones, al insistir en la prohibición, lograron que los nobles abandonaran la práctica, pero —apunta Fernández de Moratín— “no faltando la afición de los españoles, se dio la plebe a ejercitar su valor matando toros a pie, cuerpo a cuerpo, con la espada…”. Es la revolución del toreo a pie, cuya gran figura fue Francisco Romero, “el de Ronda” (1754-1839). (Lea aquí la postura a favor del regreso de las corridas de toros por parte del presidente de la Corporación Taurina) 

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              José María Cordovez Moure dejó unas muy vívidas páginas sobre la fiesta de los toros, la más popular entre las diversiones de la época. Las de la celebración de la Independencia comenzaban con una “licitación para adecuar la plaza, suministrar los toros, pagar y vestir a los toreadores, proporcionar tablados al presidente de la república y construir la barrera y el toril”. Antes de las fiestas “se notaba un movimiento inusitado en la ciudad: la gente se endeudaba, los notarios tenían oficio, las transacciones de finca raíz se multiplicaban. Durante las fiestas no se prende candela en la casa ni se hace mercado”. El 19 de julio había fuegos artificiales, se instalaban mesas de juego, ventas de comida, y las bandas de música del Ejército tocaban bambucos y pasillos. Durante 10 días “el pueblo se daba al desenfreno, superior a los saturnales”. El 20 de julio se iniciaba con un tedeum por la mañana y terminaba con desfiles militares por la noche. El 21 empezaban las “bulliciosas corridas” con la traída de los toros. Los tablados se atestaban y la gente gritaba: “¡Al toro!”. Empezaba la distribución de ramilletes, dulces, vinos y brandy. Muchos bebían de la misma botella. Enseguida se soltaba el toro. “¡A las 3 y media el aspecto de la plaza era comparable a un horno!”. No bajarían de 20.000 personas reunidas allí para gozar de la corrida; las barreras se colmaban de hombres de diferentes clases sociales. En la arena, el pueblo y los cachacos estaban dispuestos a correr los riesgos. La corrida comenzaba con el despeje a cargo del Ejército y luego salían los toreadores, que eran apenas vaqueros diestros vestidos con frac, calzón corto de percal, medias blancas, alpargatas y gorro frigio. Una vez el toro en la arena, mugiendo de coraje acometía a diestra y siniestra contra un remolino de seres humanos. Los estudiantes toreaban con capote; el pueblo, con la ruana; los cachacos, con pañuelo. Después salían los toreadores a poner banderillas y a veces a montar sobre el toro a golpe de bambucos, y no faltaban picadores con garrocha. A las 6 terminaban las corridas, ponderando la bondad de los toros. En las fiestas había también diversos juegos: varas de premio, carreras de hombres encostalados, manteo al estilo Sancho Panza, vacaloca, cuadrillas de lanceros, tiro de pistola y riña de gallos. Sobra decir que la celebración de la Independencia se hacía en otras ciudades y pueblos bajo diferentes modalidades, aunque las de Bogotá marcaban la pauta.

                                                                                                                              Sin una relación clara, con la derrota del radicalismo y el comienzo de la economía cafetera se terminó, por lo menos en Bogotá, el toreo como manteo, donde la única regla impuesta por el toro es no dejarse coger. Más que matar toros, se corrían toros. Cordovez apunta que “estos espectáculos” entraron en desuso hacia 1880, con la declinación del radicalismo y la sentencia de Rafael Núñez: Regeneración administrativa fundamental o catástrofe.

                                                                                                                              (1) Tavera Aya, Fernando, Los toros en Bogotá y Cartagena: dos siglos de tradición republicana.

                                                                                                                              Por Alfredo Molano Bravo

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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