ADN aclara historia de primeros americanos
Antropólogos y genetistas rescataron el ADN de los restos óseos de una niña que vivió en Alaska hace 11.500 años para resolver uno de los primeros capítulos del poblamiento del continente.
Redacción VIVIR
En 2010, el antropólogo Ben Potter, quien llevaba 15 años recorriendo Alaska en busca de pistas sobre los primeros americanos, se topó en una zona conocida como Upward Sun River con lo que alguna vez, hace unos 11.500 años, debió ser un hogar de paso para alguna familia. Al escarbar en el lugar junto a sus colegas de la Universidad de Alaska descubrieron los restos de una niña que murió con apenas seis semanas y otra de tres años. Potter supo muy pronto que su hallazgo podía replantear la historia del poblamiento de América.
Una niña fue bautizada como Xach’itee’aanenh T’eede Gaay, que en la lengua de la comunidad local actual significa “niña del amanecer”, y la otra Yełkaanenh T’eede Gaay, “niña del atardecer”. La noticia del descubrimiento se propagó con velocidad. Se trataba de los segundos restos más antiguos hallados en Norteamérica y, por lo tanto, era necesario conocer mejor su linaje.
Los nativos americanos, como lo explicó el periodista Carl Zimmer en un reportaje para The New York Times, descienden de dos grupos ancestrales, dos ramas de algún ancestro común que emigró desde Asia. La rama norte incluye varias comunidades en Canadá, junto con algunas tribus en los Estados Unidos, como navajo y apache. La rama sur incluye a las otras tribus de los Estados Unidos, así como a todos los pueblos indígenas de América Central y América del Sur.
Para establecer a cuál de las dos ramas genéticas pertenecían la Niña del Amanecer y la Niña del Atardecer, Potter y su equipo recurrieron a Eske Willerslev de la Universidad de Copenhague y su grupo de investigación en geogenética. Willerslev se ha especializado en estudios de ADN de restos óseos para reconstruir más de 50.000 años de historia humana. Su tarea consistió en buscar las mejores muestras de huesos para extraer el ADN mitocondrial, sólo transmitido por vía materna, analizarlo y compararlo con los de otros ancestros identificados.
Esta semana, los científicos publicaron su veredicto en la revista Nature. Para sorpresa de todos, resultó que las dos niñas no pertenecen a ninguna de las dos ramas del árbol genealógico de los americanos sino a un nuevo linaje, que, según la hipótesis de Potter, se desprendió inmediatamente después o poco antes de los primeros americanos. La nueva rama fue bautizada como “antiguos beringianos”, haciendo referencia al estrecho de Bering, el punto más cercano entre América y Asia y por donde se sospecha que entraron los primeros americanos.
“Los resultados proporcionan evidencia genómica directa de que todos los nativos americanos se remontan a la misma población de origen de un solo evento fundacional del Pleistoceno tardío (hace 20.000 años)”, concluyeron Potter, Willerslev y sus colaboradores. Mientras los antiguos beringianos se adaptaron a algunas zonas de Alaska, sus primos se dividieron en las otras dos ramas (norte y sur), que finalmente se convirtieron en los antepasados de la mayoría de las poblaciones indígenas de las Américas.
Willerslev explicó a medios de comunicación que la nueva evidencia también plantea dudas frente a la hipótesis de que los primeros pobladores de América se puede remontar a hace 30.000 o 40.000 años: “No podemos probar que esas afirmaciones no sean ciertas, pero sí decimos que, si fueran correctas, (esas gentes) no podrían haber sido los ancestros directos de los nativos americanos contemporáneos”.
En 2010, el antropólogo Ben Potter, quien llevaba 15 años recorriendo Alaska en busca de pistas sobre los primeros americanos, se topó en una zona conocida como Upward Sun River con lo que alguna vez, hace unos 11.500 años, debió ser un hogar de paso para alguna familia. Al escarbar en el lugar junto a sus colegas de la Universidad de Alaska descubrieron los restos de una niña que murió con apenas seis semanas y otra de tres años. Potter supo muy pronto que su hallazgo podía replantear la historia del poblamiento de América.
Una niña fue bautizada como Xach’itee’aanenh T’eede Gaay, que en la lengua de la comunidad local actual significa “niña del amanecer”, y la otra Yełkaanenh T’eede Gaay, “niña del atardecer”. La noticia del descubrimiento se propagó con velocidad. Se trataba de los segundos restos más antiguos hallados en Norteamérica y, por lo tanto, era necesario conocer mejor su linaje.
Los nativos americanos, como lo explicó el periodista Carl Zimmer en un reportaje para The New York Times, descienden de dos grupos ancestrales, dos ramas de algún ancestro común que emigró desde Asia. La rama norte incluye varias comunidades en Canadá, junto con algunas tribus en los Estados Unidos, como navajo y apache. La rama sur incluye a las otras tribus de los Estados Unidos, así como a todos los pueblos indígenas de América Central y América del Sur.
Para establecer a cuál de las dos ramas genéticas pertenecían la Niña del Amanecer y la Niña del Atardecer, Potter y su equipo recurrieron a Eske Willerslev de la Universidad de Copenhague y su grupo de investigación en geogenética. Willerslev se ha especializado en estudios de ADN de restos óseos para reconstruir más de 50.000 años de historia humana. Su tarea consistió en buscar las mejores muestras de huesos para extraer el ADN mitocondrial, sólo transmitido por vía materna, analizarlo y compararlo con los de otros ancestros identificados.
Esta semana, los científicos publicaron su veredicto en la revista Nature. Para sorpresa de todos, resultó que las dos niñas no pertenecen a ninguna de las dos ramas del árbol genealógico de los americanos sino a un nuevo linaje, que, según la hipótesis de Potter, se desprendió inmediatamente después o poco antes de los primeros americanos. La nueva rama fue bautizada como “antiguos beringianos”, haciendo referencia al estrecho de Bering, el punto más cercano entre América y Asia y por donde se sospecha que entraron los primeros americanos.
“Los resultados proporcionan evidencia genómica directa de que todos los nativos americanos se remontan a la misma población de origen de un solo evento fundacional del Pleistoceno tardío (hace 20.000 años)”, concluyeron Potter, Willerslev y sus colaboradores. Mientras los antiguos beringianos se adaptaron a algunas zonas de Alaska, sus primos se dividieron en las otras dos ramas (norte y sur), que finalmente se convirtieron en los antepasados de la mayoría de las poblaciones indígenas de las Américas.
Willerslev explicó a medios de comunicación que la nueva evidencia también plantea dudas frente a la hipótesis de que los primeros pobladores de América se puede remontar a hace 30.000 o 40.000 años: “No podemos probar que esas afirmaciones no sean ciertas, pero sí decimos que, si fueran correctas, (esas gentes) no podrían haber sido los ancestros directos de los nativos americanos contemporáneos”.