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De nuestras clases de biología en el colegio es probable que aún nos acordemos de Darwin y su teoría de la selección natural. De cómo Charles Darwin, el padre de la evolución, tras viajar con una expedición científica entre 1831 y 1836, regresó con un montón de observaciones sobre plantas y animales que lo llevaron a crear una especie de hito fundacional sobre cómo se adaptan las especies al medio ambiente en el que viven. (Le puede interesar: “Evolutivamente, las mujeres queremos sexo, pero no necesariamente hijos”)
La lógica detrás es sencilla: cuando un individuo tiene un rasgo que lo ayuda a sobrevivir a ese medio ambiente, como ser oscuro si vive en el lodo, es más probable que pueda sobrevivir y reproducirse. Ese espécimen tendrá crías con rasgos parecidos que también se reproducirán y, con el tiempo, los individuos con rasgos que no los benefician, como tener un color claro para este caso, terminarán desapareciendo.