“El hallazgo cambia nuestro entendimiento de la historia humana”
Un estudio que demuestra el vínculo genético entre antiguos pobladores de Colombia y Polinesia hacia el año 1.200 D.C acaparó la atención mundial esta semana. El investigador mexicano al frente del descubrimiento explica el hallazgo.
“Encontramos evidencia concluyente del contacto prehistórico de individuos polinesios con individuos nativos americanos (alrededor del año 1200 d. C)”. Esta frase, escrita por un grupo de investigadores esta semana en un artículo de la revista Nature, detona la imaginación de cualquier buen lector.
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“Encontramos evidencia concluyente del contacto prehistórico de individuos polinesios con individuos nativos americanos (alrededor del año 1200 d. C)”. Esta frase, escrita por un grupo de investigadores esta semana en un artículo de la revista Nature, detona la imaginación de cualquier buen lector.
¿Quiénes emprendieron aquel viaje mucho antes de que Colón soñara con llegar a alguna orilla en sus carabelas? ¿Cuántos eran? ¿Fueron los ancestros de los zenúes, del norte de Colombia, los que llegaron a la lejana Polinesia o fueron los polinesios los que llegaron a las playas colombianas y regresaron a su tierra llevando invitados? ¿Qué se dijeron? ¿Cómo se comunicaron? ¿Fue un encuentro amistoso o brutal? ¿Los condujo el azar del océano, se extraviaron o eran navegantes con un objetivo claro?
El médico mexicano Andrés Moreno Estrada, especializado en genética de poblaciones, lleva más de una década documentando el acervo genético de poblaciones indígenas del continente americano. En colaboración con científicos de Estados Unidos, Inglaterra, Chile y otros países, han demostrado de manera bastante clara que la conjetura de este contacto, planteada previamente por historiadores, antropólogos y lingüistas, es certera.
¿Cuál fue su rol en este trabajo?
El papel que he jugado, como en otros que hemos hecho en Latinoamérica, es acercarnos a comunidades originarias con un gran interés de invitarlos a participar en proyectos de diversidad genética. Soy médico de formación, pero me he dedicado a la genética de poblaciones desde hace una década. Desde que hice el posdoctorado con mi esposa, que es antropóloga, la doctora Carla Sandoval, quien realmente ha hecho gran parte de todo el trabajo de acercamiento con todas las comunidades, nos hemos interesado por entender las raíces genéticas de los pueblos latinoamericanos. Mi rol ha sido extender la diversidad que representan estos pueblos en las bases de datos genéticas mundiales, porque sabemos que han estado históricamente sesgadas a la diversidad de origen europeo.
¿En qué consistió la investigación?
Analizamos el primer set de datos trans-Pacífico para preguntarnos cuál es la conexión entre estas dos grandes regiones que siempre hemos visto como dos compartimentos separados. Latinoamérica es una cosa y el Pacífico otra. Pero la biología no entiende de fronteras. Esto nos habla de un encuentro donde la cultura nativa americana influyó en las raíces de lo que hoy llamamos población polinesia. Primero creamos un mapa de coordenadas genéticas. Por la longitud de cada fragmento en los linajes podemos determinar qué tan antiguos son. Los segmentos más largos reflejan migraciones recientes, porque conforme pasan generaciones hay recombinación, mezcla de información, y ese segmento original se va reduciendo. Eso mismo hicimos acá y encontramos que había individuos en la Polinesia que tienen esa huella nativa americana, pero cuyos segmentos eran muy cortos. Analizando estos segmentos, nos dio una fecha que corresponde a la de 25 generaciones atrás.
¿Cómo llegan a esta pregunta entre tantas preguntas históricas sin respuesta hasta ahora?
Es una pregunta que había permanecido inconclusa por décadas. Nuestra idea no fue reconstruir el poblamiento de Polinesia ni debatir acerca de los rapanuis en la Isla de Pascua. Eso está clarísimo. Existió una migración que partió de Taiwán hace 4.000 a 5.000 años y se fue extendiendo por todo el Pacífico. Eso no está en duda. Pero siempre había estado esta pregunta sobre si había o no cierta influencia de la diversidad nativa americana en la Polinesia. Y también el contacto contrario. Es decir, demostrar que hay vestigios polinesios en América, aunque hasta ahora no se ha demostrado.
Existían pruebas indirectas de este posible encuentro. ¿Cuáles eran?
Ni siquiera tan indirectas. Había artículos previos en que se hablaba de la presencia de la batata en Polinesia antes de presencia europea. Esto era indicativo desde el punto de vista biológico de un cultivo que es originario de América. Incluso evidencia directa por análisis recientes de genética en que esta misma pregunta se había intentado resolver. Un estudio de 2014 analizó ocho muestras genéticas de Rapa Nui y encontró evidencia de esta mezcla. Nuestro hallazgo confirma esta muestra y añade detalles, porque tenemos un muestreo mayor de 160 individuos de la Isla de Pascua.
¿Cuál es la razón por la que no se había resuelto esta pregunta? ¿Era simplemente el tamaño de muestras o hubo innovación en los métodos de investigación?
Hay varias innovaciones. Y definitivamente el tamaño del muestrario es una de ellas. Imagina que buscas un componente poco frecuente, que en este caso es un vestigio de origen indígena. Por pura probabilidad, si tomas cinco boletos de la lotería la probabilidad es mucho menor a que si tomas muchos más. Es la paradoja de la aguja en el pajar. También nos ayudó la diversidad de la base de datos contra la cual comparamos. Porque estudios previos que encontraron esta señal se limitaban a decir si había presencia europea, polinesia e indígena, pero ignoraban la diversidad dentro del continente. La tercera innovación fueron los métodos modernos de aprendizaje automatizado y de detecciones de ancestría a escala cromosómica. Imaginemos que se trata de una carretera y puedo, kilómetro por kilómetro, inferir de dónde viene cada fragmento de la carretera.
¿Los sorprendió descubrir que pudieron ser indígenas zenúes del norte de Colombia los que hicieron el contacto?
No estaba en el panorama. Por eso me da mucho gusto hablar con la prensa colombiana, porque puede ser de mucho interés y emoción local. Incluso me sorprendió ver que la señal local no venía de Perú ni de Chile, que son los dos candidatos naturales por ser las zonas geográficas más cercanas. Sin embargo, claramente la señal es contundente de esta región de Suramérica. No necesariamente serían los zenúes de Colombia, porque pudo ser alguna otra relacionada con ellos. Incluso pudo ser una ecuatoriana que no tengamos muestreada por ahora. Con lo que tenemos hasta ahora, la más cercana de nuestro panel de posibilidades es esta población colombiana.
¿Cómo se imagina el viaje en el que se encontraron los nativos americanos y los polinesios?
Es fascinante. Pero será pura imaginación. No podemos reconstruir cómo ocurrió el contacto. Es importante enfatizar que nuestro estudio no apoya ni descarta cómo ocurrió la dirección del contacto. Da evidencia de que hay presencia nativa americana en los genes polinesios, pero la dinámica de quién viajó hacia dónde es controvertida. Desde el punto de vista genético, no podemos descartar que los polinesios hayan viajado a América. De hecho tenían las credenciales para viajes de larga distancia, la tecnología de navegación, y regresaron con este componente o con algunos individuos que dispersaron la señal a otras islas. Nos podemos imaginar ambos escenarios, pero este estudio no tiene la respuesta. Lo cierto es que la diversidad actual adquirió riqueza.
¿De qué manera el hallazgo cambia las construcciones históricas sobre el poblamiento del planeta?
Creo que cambia nuestro entendimiento de la historia humana, las dinámicas que se dan durante la expansión humana. Mas no creo que cambie ninguna de las teorías ya sólidas sobre poblamiento de ninguna de estas dos regiones. Lo que sí agrega es detalles no pensados sobre la extensión a la que llegó la expansión americana o polinesia. Ambas tuvieron un alcance mayor del que imaginamos.
¿Qué investigación sigue para usted? ¿Qué misterio de la historia le gustaría resolver?
Más que misterios son retos. Tenemos la responsabilidad de enriquecer las bases de datos mundiales con poblaciones no representadas. Con una coalición de toda Latinoamérica estamos trabajando precisamente en biobancos de gran escala. Eso sería útil, por ejemplo, en circunstancias como la de esta pandemia. Permitiría conocer la distribución de variantes genéticas de riesgo o protección frente al virus y acercaría las poblaciones a potenciales beneficios de la medicina genómica.