Hace unas pocas semanas, un amigo puso en mis manos un libro que resultó imposible dejar en la base de la pila de libros por leer: Otras mentes. El pulpo, el mar y los orígenes profundos de la conciencia. El autor, Peter Godfrey-Smith, es profesor de historia y filosofía de la ciencia en la Universidad de Sydney y en los ratos libres se sumerge en los mares australianos en busca de uno de los animales más fascinantes: los pulpos.
Desde un punto de vista narrativo el libro es un poco flojo y esquemático. En algunos pasajes puede generar el sopor de una clase de biología después del almuerzo. Pero superadas esas pocas páginas, salteadas aquí y allá, en el resto del libro Godfrey se encarga de explicar, con datos desconcertantes, por qué los pulpos pueden ser lo más parecido a una inteligencia extraterrestre que vamos a conocer.
Lo primero que hace Godfrey es situarnos en el extenso y frondoso árbol de la vida. La Tierra se formó hace 4.500 millones de años. Las primeras formas de vida debieron surgir hace 3.800 millones de años. El último pariente en común entre nuestra especie y la de los pulpos debió existir hace 600 millones de años. A partir de esa bifurcación, la vida comenzó a evolucionar de forma tan azarosa que por un lado desembocó en nosotros, seres humanos capaces de usar un traje de buzo para sumergirse en el océano; por otro, en los pulpos, seres con una anatomía totalmente distinta pero no exentos de sorprendentes rasgos de inteligencia y seguramente de conciencia.
Los pulpos tienen un sistema nervioso complejo. Se calcula que sus cuerpos albergan cerca de 500 millones de neuronas. Los humanos muchas más, claro, cerca de 100 mil millones. Pero las comparaciones son odiosas y también pueden ser injustas. Sobre todo cuando se trata de inteligencias. “Cuando tratamos de comparar el poder cerebral de un animal con el de otros, rápidamente descubrimos que no existe una escala con la que la inteligencia se pueda medir con precisión. Diferentes animales son buenos en diferentes tareas, teniendo en cuenta que viven vidas diferentes”, advierte Godfrey. Lo interesante en el caso de los pulpos es que un buen número de esas neuronas no están en su cerebro, están dispuestas a lo largo de su cuerpo, distribuidas por sus ocho tentáculos. Una característica que les otorga un poder casi sobrenatural: pueden “ver” con las “patas” por su alta sensibilidad táctil.
No es lo único que los hace extraterrestres en el agua: el esófago pasa por la mitad del cerebro, así que si algo afilado se escurre por ahí, corren el riesgo de un trauma cerebral. Otra rareza: tienen tres corazones y esos corazones bombean sangre azul-verde porque el elemento que transporta el oxígeno no es el hierro como en nuestro caso, sino el cobre. Cuerpos distintos, inevitablemente conducen a psicologías diferentes.
Muchos años de investigación con pulpos han permitido a los científicos documentar una larga lista de habilidades. Los pulpos aprenden rápidamente a navegar y resolver laberintos simples. Saben identificar claves ambientales para ubicarse y encontrar la ruta correcta para escapar de un lugar. Han demostrado que pueden aprender a desenroscar frascos para obtener comida. En los laboratorios de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, los pulpos en cautiverio aprendieron a romper los bombillos de iluminación de los acuarios cuando nadie los vigilaba. Y entre los científicos que trabajan con ellos son comunes las anécdotas de intentos de fuga y también el reconocimiento a miembros de los laboratorios.
En 2010, un experimento confirmó que los pulpos gigantes del Pacífico podían reconocer individuos humanos y lo podían hacer incluso si vestían uniformes idénticos, cuenta Godfrey en su libro. Buceando en la costa este de Australia, en un lugar conocido como Octopolis, donde vive una gran colonia de ellos, un colega de Godfrey fue sorprendido por un pulpo que enlazó su tentáculo alrededor de uno de sus dedos y durante unos minutos parecía estar guiándolo en el lugar.
El hecho de tener más de 10.000 neuronas en sus tentáculos les permite oler y saborear cada cosa que tocan. “Parece que los pulpos tienen dos formas de control nervioso trabajando en equipo: existe un control central de los tentáculos a través de los ojos, combinado con un control fino de los movimientos por el mismo tentáculo”. Como se dice popularmente, los pulpos sí pueden pensar con las patas.
Otros estudios sobre pulpos han llevado a los científicos a concluir que, como nosotros, poseen una memoria de corto plazo y otra de largo plazo. En sus parientes los calamares se ha registrado una forma de “movimientos rápidos de los ojos”, conocido como REM, que en los humanos se asocia a una etapa del sueño. ¿Con qué sueñan? No lo sabremos. Tal vez nadando libres en un mar infinito.
En 2009, investigadores en Indonesia se sorprendieron al ver un grupo de pulpos cargar cortezas de cocos partidas para usarlas como escudos. “Ellos son inteligentes en el sentido de ser curiosos y flexibles, son aventureros, oportunistas”, anota Godfrey. La gran pregunta aquí es: ¿tienen conciencia? William James, en su famoso libro Principios de psicología, escrito en 1890, advertía que la “continuidad” en la naturaleza había probado ser una idea “profética” y por ello debíamos concebir “el amanecer de la conciencia” como un proceso y no una propiedad que irrumpió en la naturaleza de la nada.
Para los organismos, nos explica Godfrey, resulta una necesidad que sus sistemas nerviosos tengan clara la distinción entre “yo” y el mundo externo. De otra manera no sabrían distinguir cuando una acción, como tocarse dos patas, es producto de un estímulo externo (otro animal del que deben huir) o su propio cuerpo: “en algún momento de la evolución, surgieron aptitudes adicionales que dan lugar a la experiencia subjetiva: luego se unificaron con las corrientes sensoriales, surgió un modelo interno del mundo y hubo un reconocimiento del tiempo y del yo”.
El neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás ha sido un defensor de la existencia de conciencia en animales con sistemas nerviosos simples y complejos. Sólo que, en sus propias palabras, cometemos el error de definir la “conciencia a la humana”. Godfrey dice que en el caso de los pulpos cuentan con “un director de orquesta central, pero otras partes del cuerpo son como músicos de jazz inclinados a la improvisación, dispuestos a aceptar sólo una cierta cantidad de dirección”. (Lea acá: Adelantamos en exclusiva el primer capítulo de "Rodolfo Llinás. La pregunta difícil")
Última sorpresa
La piel de los pulpos es lo más parecido a una pantalla de televisión que encontraremos en la naturaleza. Las neuronas bajan desde el cerebro hasta la piel y controlan los músculos. Los músculos a su vez controlan millones de sacos de color, cromatóforos, que son como pixeles. Cuando sienten o deciden algo, el color de la piel cambia inmediatamente.Cada cromatóforo contiene un solo color. Usualmente un cefalópodo (familia de los pulpos) tiene tres tipos de colores: rojo, amarillo y negro. Cada uno tiene menos de un milímetro. Pueden expresar un solo color sobre la piel o mezclar dos para producir otro. Más abajo en las capas de piel existen células reflectoras, los iridóforos, que explican otra parte de la gama de colores que expresan. Estos iridóforos filtran la luz y así aparecen trazos verdes y azules. Mas abajo los leucóforos reflejan la luz y multiplican el poder “artístico” de los pulpos.
Lo paradójico es que estos magos del camuflaje, capaces de reproducir sobre su piel patrones de color idénticos a rocas marinas, “en prácticamente todos los casos, son ciegos al color”. Un investigador, Tod Oakley, ha demostrado que la piel de estos animales es sensible a la luz aun cuando se separa del cuerpo. “La piel del pulpo puede sentir la luz y producir una respuesta que afecta el color. No se sabe si la piel reporta esto al cerebro y en ese sentido la sensibilidad visual del animal se expande más allá de lo que perciben los ojos”, reflexiona Godfrey.
Godfrey cierra su libro diciendo que “hay muchas razones para que apreciemos y cuidemos los océanos, y espero que este libro añada una más. Cuando te sumerges en el océano, te sumerges en el origen de todos nosotros”.