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Por Juan David Cárdenas*
La semana pasada en la ciudad de Montevideo, Uruguay, se llevó a cabo el IX Congreso de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política, con la presencia de más de 2000 académicos de todo el continente y en el contexto de la pregunta: “¿Democracias en recesión?”. La reflexión giró en torno al estado de las instituciones democráticas en la región.
Los temas dominantes del congreso no podían ser otros: la crisis que se vive en Venezuela y las consecuencias que esto ha traído para la región, los escándalos de corrupción que han permeado, sin excepción alguna, a todos los países de la región, y el auge de los procesos de democracia directa, movilización y canalización de demandas sociales en espacios alternativos.
El problema general, sobre el cual quiero poner énfasis, y que trasciende las ideologías dominantes en cada uno de nuestros países, tiene que ver con la falta de legitimidad, no solo de los políticos, sino de la política y las instituciones y las consecuencias que esto trae sobre la estabilidad de nuestros sistemas políticos. Esto lleva a plantear la pregunta sobre la recesión de las democracias en países que a través de distintas vías democráticas “formales liberales” habían logrado grandes avances sociales, más allá de que en la mayoría de los casos los discursos de dichos gobiernos iban en contra de la idea del liberalismo sobre todo en el ámbito de lo económico.
El escándalo Odebrecht nos ha demostrado que la corrupción y la ambición no distinguen colores e ideas políticas. Lo más grave de esta situación es que más allá de la crisis de imagen, de los problemas legales y de sanciones morales que puedan tener los políticos involucrados, en este panorama se dilapidan la poca legitimidad y credibilidad que los ciudadanos latinoamericanos tenían en sus sistemas políticos.
Adportas del comienzo de la campaña presidencial en Colombia estos debates son más relevantes que nunca. Se podría afirmar que nuestro sistema político está en un momento de transición en donde, en medio de una sociedad polarizada, los valores democráticos pueden terminar tomando ese camino hacia la recesión, y no porque pueda aparecer el fantasma del castrochavismo, sino porque las fuerzas políticas que vienen tomando fuerza podrían llegar a desmontar grandes avances democráticos que el país ha conseguido, no necesariamente ligados al proceso de paz.
Este temor no es infundado. Basta ver como los procesos de transición, unos democráticos, otros a través de la fuerza, de gobiernos de izquierda a gobiernos de derecha, no han redundado en sociedades más estables y más democráticas. Simplemente hay que mirar casos como los de Brasil, Argentina, Honduras, Guatemala y Paraguay, entre otros, para concluir que la recesión de los valores democráticos no obedece tanto a las orientaciones ideológicas de los gobiernos sino a cómo estos se ponen al servicio de intereses alejados a las necesidades de sus sociedades, lo que redunda en el mantenimiento o, en el peor de los casos, en el agravamiento de sus condiciones de vida.
Más allá de los debates teóricos sobre los distintos modelos democráticos en pugna, pareciera ser que el problema en nuestra región tiene que ver con las élites dominantes, los liderazgos hegemónicos y los modelos político-económicos imperantes. Esto ha generado una brecha cada vez más amplia entre los gobernantes y los gobernados, minando la legitimidad y la gobernabilidad de la clase política y aumentando la desconfianza ciudadana hacia sus instituciones.
Este último escenario descrito es el más peligroso de todos. Es allí, en medio de la debacle institucional y de la apatía ciudadana, donde los discursos populistas antidemocráticos encuentran el caldo de cultivo para establecer bases sólidas que lleven al poder a personajes cuya última preocupación es el respeto por los valores democráticos.
Dentro de dos años, en Monterrey, México, se volverá a reunir la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y el panorama seguramente tendrá que ser distinto. No necesariamente, mejor. Debemos esperar qué rumbo tomarán países como Chile, Colombia y México en sus elecciones presidenciales y analizar la estabilidad/inestabilidad de los gobiernos de los demás países de la región. Igualmente, el papel de Estados Unidos bajo el mando de Donald Trump y su influencia en la región marcarán un nuevo camino para la política latinoamericana. El tiempo, no el periódico, lo dirá.
*Jefe del Departamento de Comunicación Pública
Facultad de Comunicación
Universidad de La Sabana