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El 1 de septiembre de 2022, la ilustración de lo que puede suceder en Argentina fue nítida, clara. Un hombre joven, de ciudadanía brasilera, admirador del nazismo, intentó asesinar a la vicepresidenta Cristina Kirchner, a quien sus enemigos -los grupos económicos más importantes del país- acusan de graves delitos por corrupción: realizar una asociación ilícita para contratar con el Estado y quedarse millonarios desembolsos de la obra pública. El 2 de septiembre, un día después, su hijo Máximo, delfín político y líder de la militancia dura del kirchnerismo, tras el atentado, salió a acusar a la oposición como responsables de lo sucedido, oposición que se organiza en una coalición llamada Juntos por el Cambio, de la cual hace parte el ex-presidente Mauricio Macri.
Días atrás, el país se polarizó a niveles extremos por el pedido de prisión por 12 años del Fiscal para Cristina. El Fiscal es cercano del ex-presidente Macri, y Mauricio, hijo de una de las familias cuya riqueza fue posible bajo oscuros negocios en la última dictadura, acusado de haber endeudado al país con la deuda más alta, jamás registrada ante el FMI, y que permitió la fuga de millones de dólares de su clase empresarial, una de las causas del problema económico actual. Bajo estas dos “verdades”: los que acusan a Cristina, y los que acusan a Macri, se organiza el relato de dos fuerzas antagónicas, que se cubren el rostro apelando al eterno binomio: peronismo vs anti-peronismo.
Y es ahí, justo ahí, en ese binomio: peronismo vs anti-peronismo, que desde el regreso a la democracia hasta hoy, el mapa político de Argentina parece un laberinto sin salida. Es claro que el país es insostenible sin producción. Y que la producción, en un mundo capitalista requiere de la inversión privada. Un Estado que solo garantiza derechos -cuestión que es muy importante-, bajo el modelo impositivo -de impuestos- sin tener una economía sólida, está condenado al fracaso. Pero también una clase empresarial fuerte, rica, que no respete las conquistas de los trabajadores y se lleve los dólares del país, no sirve de nada. Las reformas sociales sin un financiamiento real es asistencialismo barato, y reformas sin los poderosos, al menos en una democracia capitalista, es imposible.
La superación de este antagonismo es un acuerdo nacional, no el asesinato, la muerte o la confrontación civil. Hay que ponerse de acuerdo, y el odio no sirve de nada. Asesinar a la vicepresidenta solo crearía una guerra sin sentido porque los problemas seguirán siendo los mismos y peores -con los costos que toda guerra, y mucho más interna, significa-. Pero un acuerdo entre gamonales de un lado u otro tampoco sirve, debe ser un acuerdo que comience en las bases, en las militancias de un lado y otro. Refundar la democracia y los acuerdos económicos es necesario en Argentina y dudo que esto lo hagan los viejos peronistas y los viejos anti-peronistas.
En Colombia estamos construyendo un aprendizaje interesante, que quizá pueda servir a nuestra hermana Argentina. Lo primero, la convicción profunda: “de nada sirvió matarnos durante décadas, los problemas solo empeoraron”. Segundo, la élite encerrada en su propio poder se corrompió tanto que a la larga terminó envenenada con su invento. Tercero, construir otro consenso como país exige -y esto puede ser incomprensible-, la grandeza de los perseguidos para NO repetir lo mismo, e incluso, llamar a los violentos al diálogo. El fascismo, el odio, la muerte solo se vence con diálogo y voluntad, implica perdonar y comenzar “de nuevo”. La prepotencia no sirve de nada porque no genera puentes de diálogo y políticamente nos hace ciegos entre “nuestras banderas”. En los momentos oscuros hay que tener la grandeza de ver más allá de la fugaz emoción del instante.
Hay que rechazar el atentado a Cristina, que sea una razón para dialogar y sanar heridas entre todos y todas en una Nación que necesita re-construirse de nuevo.