El amor de abuela tiene efectos secundarios

Fabiola Calvo
04 de febrero de 2023 - 11:00 p. m.
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En un rincón de la tierra, una cafetería, una casa, un parque infantil, alguien estará hablando de amor y de él se habla cuando se tiene, se vive, se palpa, se comparte, cuando se da, se recibe, se pierde o nunca se ha tenido.

Amores hay muchos, aunque casi siempre que de él se conversa se piensa en una pareja. Si salimos del reduccionismo llegamos a ese amor, como otros, se experimenta y hace que la vida florezca en el terreno más árido: ser abuela, yaya, nona, mita, tata, nana, términos que expresan cercanía.

“Eso no nos lo aceptabas a nosotros” o “eso no lo hacías conmigo”, escuchamos la sucesión de palabras como un reclamo para registro y no guardar. Cuando comencé la crianza empezaba a vivir, a descubrir el mundo con muchas responsabilidades a cuestas, no había vivido tanto como hoy puedo contarlo. Recuerdo haber escrito en el testimonio novelado Hablarán de mí: “a los 20 años se vive con los deseos del día, el mañana está muy lejos, no cabe la irresponsabilidad porque no existe, los sueños no tienen tiempo ni distancia”.

En este otro momento tenemos nietos y seguimos laborando, con varios compromisos, amigas, amigos, familia, pero ante el llamado, así sea con baja frecuencia, de uno o una de ellas, corres, cambias de bus a taxi, o atraviesas el océano. Es doloroso pensar en abuelas o abuelos a quienes han quitado el derecho de ejercer.

El abuelazgo es un acompañamiento en un acto de amor a tu hijo, a tu hija, y el amor de abuela es un sentimiento amoroso sin límite, que tiene efectos secundarios como seguridad, imaginación, creatividad, abrazos de oso, de pulpo, de mono, y se puede agregar desarrollo cognitivo. Es una relación que mantiene el cordón umbilical que lleva al pasado para recordar a esas otras u otros por quienes estamos y somos. Es un regalo de un vínculo intergeneracional.

Con nietos o nietas la experiencia cobra vida con canciones (cabriola/ que bonito es mi caballo…), con juegos o historias. A unos les gustan las reales y a otros las inventadas, así que toca alternar y les producen risa cuando escuchan decir “se me va a apagar la imaginación”, a lo cual responden: “tú has dicho que no tiene límites”.

Alguna vez llamó mi hija con la imagen en un primer plano: “madre te necesita tu nieto”. Lo veo con unos lagrimones, su voz entrecortada por el llanto y en cada descanso, un sollozo. Pregunto “¿Por qué está triste?” Respuesta: sollozo. “¿Discusión con tu mamá?” Respuesta: llanto. “¿Con tu papá?” Silencio, hasta que por fin pudo modular palabra: “es que me hace mucha falta mi yaya y mis gatos”.

Mi corazón se resquebrajó y le dije: “pero si aquí me tienes y estoy contigo”. Le mostré el apartamento, llamé a Kyra y a Gaudí, felinos que aparecieron con un miau miau consolador; le enseñé mis plantas florecidas y le conté una historia “de las que tú has vivido yaya” y en media hora, escuché a mi hija decir: “Mamá, ya se durmió”. Duerme duerme/que al pueblo de los sueños/ has llegado ya (Léeme un poema).

Con ella, niña de tres años caminé por el centro de Bogotá mientras el cerro de Monserrate nos miraba despreocupado, el sol estaba esplendoroso. En el corto recorrido observamos árboles florecidos o con frutos hasta llegar a la cinemateca. “¿Eto pa´que e?” Fue inquietud y asombro al enterarse que con ese aparato alguien hizo una película. “Yaya ¿tú lo viste?” La niña juega/ con carros y muñecas/ a ser saltamontes /médica o presidenta…La niña toca flauta/ monta bicicleta/corre corre corre/ tras una paloma.

Con la pandemia iniciamos clases virtuales los dos nietos mayores y una nieta adoptiva, hija de una colega de la Red de Periodistas, para no perder el impulso inventamos un centro literario del cual nacieron poemas y cuentos cortos, hoy son adolescentes que preparan entrevistas para uno que otro invitado, jugamos stop, escuchamos canciones de ayer y de hoy, contamos anécdotas, dibujamos y pintamos mandalas, leemos poemas…

Mientras transcurre nuestra reunión, el más pequeño deja caer sus manitas con golpes en la parte baja de la puerta de mi cuarto de estudio. No habla, pero dice fuerte: “Yaaaya, yaaaya”. No queda más remedio que sumarlo al parche.

El sistema educativo tiene una deuda con tanta abuela o abuelo que no tiene un lugar en la familia o en la sociedad, un pedacito de nuestra historia, una sabiduría que se esfuman cuando se marchan. Podrían tener un espacio en la escuela. Mucho han vivido, siguen viviendo. No los enterremos en vida: “Cada flor tan sencilla/ como tú/ ¡que no simple! Abuela/ ¡Como tú! / Sin Vanidad ni vericuetos, /con el alma clara/ que da la madurez serena. / Sin discursos pendencieros, / sí con adagios y refranes/ que le arrebataste al tiempo/ o el tiempo instaló en ti”.

 

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