El poder colectivo de las mujeres y la paz: oportunidades para la transformación

Columnista invitado
19 de septiembre de 2016 - 05:06 p. m.
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Durante los cerca de cuatro años que llevo viviendo y trabajando en Colombia como Representante de ONU Mujeres, he tenido el privilegio de vivir momentos excepcionales, muchos de los cuales puedo decir, sin miedo a equivocarme, que son históricos e inspiradores para el mundo. La mayoría de estos momentos han sido posibles gracias a los esfuerzos, muchas veces no suficientemente reconocidos ni protagónicos, de las mujeres colombianas.

Por mi experiencia en otros lugares del mundo, puedo decir que el movimiento colombiano de mujeres es extremadamente vibrante, diverso e incansable. Inspiradores fueron los testimonios de las 36 valientes mujeres que expusieron sus experiencias de resiliencia en las diferentes delegaciones de víctimas que viajaron a La Habana. Inspiradoras fueron las propuestas que las representantes de las organizaciones de mujeres llevaron a la Mesa de Conversaciones para que el Acuerdo general de Paz contuviera disposiciones relativas a los derechos de las mujeres. Inspiradora fue su perseverante demanda para que los equipos negociadores conformaran un mecanismo especial para supervisar la inclusión de la perspectiva de género en los Acuerdos, la Subcomisión de Género.

El resultado es realmente innovador y pionero en términos de inclusión de la perspectiva de género y los derechos de las mujeres en un proceso de paz.

Este proceso de incidencia de las organizaciones de mujeres en el proceso de paz adquiere mayor trascendencia, por su carácter colectivo y diverso, con una apuesta conjunta de nueve organizaciones, plataformas y redes de mujeres[1]:  En octubre de 2013, esta alianza se hace pública en un evento que congrega a cerca de 500 mujeres de toda la geografía colombiana en Bogotá, la I Cumbre Nacional de Mujeres y Paz. Al finalizar la Cumbre, las mujeres le dicen a la Mesa de Conversaciones: “Queremos ser pactantes y no pactadas”. Junto a esa demanda van toda una serie de propuestas, desde diversas expresiones del movimiento de mujeres colombianas, muchas de las cuales, poco a poco, fueron integradas por la Mesa de Conversaciones.

En la presentación del trabajo de la Subcomisión de Género del pasado 24 de julio, en la que participaron figuras de alto nivel como la Representante Especial del Secretario General para la Violencia Sexual en Conflictos, Zainab Bangura, o la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzille Mlambo-Ngcuka, se dieron a conocer públicamente los primeros frutos de este trabajo de incidencia permanente y conjunta de la Cumbre Nacional Mujeres y Paz: la inclusión de la perspectiva de género y de derechos humanos de las mujeres en cada uno de los Acuerdos parciales logrados hasta el momento. Se trata de provisiones muy concretas en materia de garantía en el acceso y tenencia de la tierra para las mujeres rurales;  promoción de la participación de mujeres en espacios de toma de decisiones para la implementación de una paz estable y duradera; medidas de prevención y protección para las mujeres para garantizar una vida libre de violencias; o garantías de acceso a verdad, justicia y medidas contra la impunidad y el reconocimiento a las formas diferenciales en que el conflicto afectó a las mujeres de manera desproporcionada.  Además, los mecanismos de verificación e implementación plantean medidas para asegurar el adecuado enfoque de género y la participación de las mujeres en estas fases del post-acuerdo.

Mucho es lo ganado, pero, es necesario que las mujeres sigan incidiendo y participando directamente en la construcción de paz. No “sólo” porque es una cuestión de Derechos Humanos y de representatividad (las mujeres son el 52% de la población colombiana) sino porque es un tema de ejercicio de ciudadanía.

En la garantía de su participación recae la misma sostenibilidad de la paz. Según un estudio de Naciones Unidas en base al análisis de más de 600 procesos de paz en el mundo, la participación de las mujeres aumenta en un 20% la probabilidad de que un acuerdo de paz dure por lo menos dos años, y en un 35% la probabilidad de que un acuerdo de paz dure 15 años. Ese mismo estudio demostró cómo las comunidades afectadas que experimentaron una recuperación económica y una reducción de la pobreza de manera más rápida son las que tienen más mujeres con altos niveles de empoderamiento, y que las mujeres en la comunidad son identificadas como las personas más importantes para la reintegración. Estas evidencias demuestran que el hecho de que las mujeres continúen incidiendo en la fase de implementación de los Acuerdos es un beneficio para el conjunto de la sociedad.

Pero lo fundamental, es que el Acuerdo de Paz abre puertas novedosas para cambiar las estructuras de desigualdad que históricamente no han permitido el pleno disfrute de sus derechos a las mujeres. Es necesario ver este momento de transición hacia la paz como un escenario de oportunidad para acelerar el paso hacia la igualdad de género.

Por eso, la II Cumbre Nacional Mujeres  y Paz, que tiene lugar en Bogotá del 19 al 21 de septiembre, representa una gran oportunidad para que las mujeres colombianas vuelvan a decirle al país: “Participamos y decidimos en la construcción de paz”.

[1] Casa de la Mujer, Ruta Pacífica de las Mujeres, Red Nacional de Mujeres, Mujeres por la Paz, Colectivo de Pensamiento y Acción Mujeres, Paz y Seguridad; Coalición 1325, CNOA, Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz y ANMUCIC.

*Belén Sanz Luque, Representante de ONU Mujeres en Colombia / @belensanzluq 

 

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