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Por Juan David Enciso*
Cuenta la profesora Clemencia Castro, del Observatorio de Paz de la Universidad Nacional, que las personas que han sido enemigas en el campo de batalla llegan a ser amigas en los procesos de reincorporación, gracias a circunstancias inesperadas: el espacio que comparten en la residencia de desmovilización, la celda en la cárcel, etc.
A estos momentos la profesora Castro los denomina «Encuentros», porque las personas se reconocen como tales más allá de las diferencias del pasado, gracias a la vida que empiezan a tener en común. Uno de los casos más sensibles es el de dos mujeres en prisión, una había militado en el bando de la guerrilla y la otra en el paramilitar, y esta circunstancia hace que al comienzo la relación sea muy tensa. No obstante, el hecho de ser madres les ayuda a comprender la situación de la otra y a apoyarse para sortear esta situación tan difícil. Es decir que el proceso oficial los devolvió a la legalidad, pero fue el encuentro con su hermana en la vida cotidiana el que les permitió la reconciliación.
Este descubrimiento es muy valioso para el proceso que vive el país, marcado por una gran polarización: 20% de la población reconocida oficialmente como víctima; dos de los principales candidatos a la Presidencia con sendos señalamientos de haber participado en el conflicto armado y, lo que es más complejo, millones de seguidores a cada lado. No son sólo los gobernantes los que se encuentran polarizados, sino que el fenómeno ha permeado buena parte del tejido social.
En este contexto, el testimonio de los encuentros se constituye en una luz de esperanza de que los contendores pueden reconciliarse, porque tienen una vida en común que les permite reconocerse como semejantes, a pesar de las diferencias.
¿Cómo se construye esa paz? Propiciando encuentros. ¿Tienen algo en común uribistas, petristas y santistas? Seguramente no la filiación política, pero sí la necesidad de empleo, seguridad, esparcimiento y, sobre todo, convivencia. Es necesario que comprendamos que la posición política no define radicalmente al individuo ni su vida social. Las personas siguen siendo vecinas, hinchas de los mismos equipos, compañeros de trabajo, etc. Silva y Villalba cantaban que la gente aprende a odiar a quien fue su buen vecino, porque dejamos que ideas mal interpretadas influyan sobre nuestra vida personal.
En realidad, la política está llamada a ser el camino de diálogo y construcción social a partir de las diferencias. Los laboratorios de paz deben brotar del seno de las comunidades, donde existen lazos de integración mucho más naturales, y menos orgullos acumulados, y los encuentros que ha registrado la profesora Castro, son una muestra de que tales proyectos son posibles, porque ya los hemos vivido. Como afirmaba un reconocido sicólogo colombiano, “si pude, podré”.
En realidad, también son posibles los encuentros entre los grandes líderes políticos.
Seguramente para ello hace falta menos presión mediática y una época diferente a las campañas electorales. Tal vez sea necesaria una movilización de la sociedad civil, es decir, una campaña que no nazca del Gobierno ni de la oposición, para propiciar nuevos encuentros, esta vez, entre los propios líderes.
*Coordinador del Centro de Estudios en Educación para la Paz de la Facultad de Educación de la Universidad de La Sabana.