La importancia de la reincorporación de las Farc

Jairo Rivera
12 de junio de 2017 - 09:40 p. m.
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El Guaviare es una mezcla de magia y olvido. Entre la cordillera y la manigua se comunicaban los frentes guerrilleros que tuvieron un enorme nivel de control sobre buena parte del departamento. Cuentan las historias que en la década de los noventa el comandante del frente primero firmaba billetes fotocopiados que servían como la moneda de intercambio oficial. Pero en realidad el mejor dinero es la coca. Lo es hoy y lo ha sido desde mucho antes que llegaran las Farc. La manigua es la mejor vivienda de una economía ilegal que no nació con la guerrilla, y tampoco morirá con ella, pese a los programas de sustitución de cultivos ilícitos. Ese problema va mucho más allá de los acuerdos de paz.

San José es una capital incrustada en ese paisaje mítico y emboscado. De ahí a la zona veredal de Colinas hay dos horas en carro por trocha. A la llegada se lee en medio de las insignias de las Farc el nombre de Jaime Pardo Leal, dirigente inmolado de la Unión Patriótica. La zona lleva su nombre como memoria de ese pasado en donde el genocidio aplazó por lo menos 30 años la clausura de esa vergonzosa práctica de matar al contradictor político por sus ideas.

Hay más de 500 guerrilleros en menos de cinco hectáreas, y han construido otras cinco donde se empotra en un pequeño valle una verdadera ciudadela de paz. Hace unos meses, a la llegada de los guerrilleros, se vivió un hecho insólito en tiempos de la confrontación: una madre guerrillera conoció a su hijo, un soldado profesional, en medio de lágrimas y emociones que desplazaron los roles de la guerra y sus razones. “Pero pareciera que eso a nadie le importa” dice otro guerrillero que me cuenta la anécdota como uno de las más bellas historias que han condimentado este tiempo agridulce.

La incertidumbre de la implementación ha pegado duro en la gente. Se rumora que todos los días les llegan ofrecimientos a los guerrilleros de base para que deserten y se sumen a los grupos ilegales a cambio de dinero del narcotráfico, el anzuelo es sencillo: “mire lo que está pasando con el fallo de la corte, mire como les maman gallo en el Congreso”. Varios miembros de la Armada Nacional también han sido cómplices de hechos que han puesto en tela de juicio el cumplimiento de los acuerdos. Pero la gente se queda. La zona es un oasis en medio del desierto del odio político que algunos vomitan desde Bogotá. No hay un solo lujo, ni privilegios: se vive en comunidad en medio de relaciones de apoyo mutuo y economía solidaria. El secreto es construirle al lugar un futuro mucho más prometedor que el de la ilegalidad. Hasta ahora lo van logrando, a pesar de los incumplimientos, la inseguridad jurídica y las trabas cotidianas.

Tienen estanques con Cachama y Bocachico, también dos galpones, tratamientos de agua potable y residual artesanales. Construyeron un invernadero para el sustento alimentario de los guerrilleros y las familias que vienen de visita. Tienen una cancha de futbol, una biblioteca, un aula amplia y doscientas casas pequeñas que aún no están terminadas. No están pensando en la guerra, su preocupación principal es su vida después de ella. Viven con indignación las mentiras y el odio propagado que ven en las noticias y las sienten como un contrasentido “hablan de nosotros como si nos conocieran, pero no vienen acá a hablar para ver esto que estamos haciendo. Es como si les gustara consumir odio” me dice una guerrillera que se ha dedicado a las comunicaciones y sueña con hacer un documental sobre la botánica que aprendió empíricamente en medio de la guerra y en lo profundo de la selva.

Un guajiro de nombre Iván Alí es un verdadero gestor del territorio y el medio ambiente. Con ímpetu sueña con que la zona veredal se transforme en un laboratorio de paz y buen vivir. Nos enseña donde aprenderán las artes de la agricultura orgánica los excombatientes, y con brillo en la mirada se enorgullece del diseño que le han dado al territorio para edificar una vida en paz.

En medio de la mata está incrustada la más humilde de las viviendas, la de Mauricio Jaramillo “El Medico”, un hombre de una sencillez y una sabiduría impresionantes. Es parte de la historia viva de las Farc y estuvo al lado de las míticas figuras de la guerrilla. Una conversación con Jaramillo basta para entender los ingredientes de la guerra y la necesidad de la paz.

Quienes pretenden “hacer trizas los acuerdos” esperan que la reincorporación de los guerrilleros a la vida civil fracase y salgan de las zonas de paz a engrosar las filas de otros grupos armados. Hacen política todos los días con la guerra y tienen a su favor por lo menos 20 años en donde se le dijo al país que las Farc eran la causa de todos los males. Sin las Farc en armas se acaba su discurso y su sustento de votos.

En Colinas, Guaviare, en medio de un territorio de magia y olvido, hay un pedacito de Colombia que produce esperanza. Para quienes creemos que Colombia debe superar su pasado de muerte, resistir en la paz se vuelve mucho más revolucionario que cualquiera de las promesas imposibles de la guerra.

 

 

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