Los cien días del presidente Duque: ejercer autonomía es rescatar popularidad

Jorge Gaviria Liévano
25 de noviembre de 2018 - 09:06 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Para ser popular todo gobernante debe demostrar autonomía. Y ser autónomo es, por ejemplo,  ser libre frente a la tutoría dentro de su propio partido;  ante electores que se creen con derecho de pasar factura por las ayudas financieras en campañas;  de cara a los grupos de presión domésticos que defienden con excesos sus propios intereses; a las interferencias internacionales abusivas; a la sagacidad de políticos profesionales; a los embates de la desaforada corrupción. Si esas trabas y obstáculos no los puede superar, un gobernante tiene que encontrarle el sentido a la pregunta que con su característica profundidad formulara en sus días el maestro y expresidente Darío Echandía: “¿El poder para qué?”.

Pero la popularidad no se encuentra solo en el despliegue efectivo de la autonomía personal del gobernante, sino también en el ejercicio eficiente del Gobierno que millones de electores le han confiado. Cuando no hay autonomía, y quizás por ello mismo, tampoco hay eficiencia; la popularidad decrece sensiblemente, como lo están hoy reflejando las encuestas; la majestad del poder presidencial se resiente; la soberanía en el contexto internacional se ve menguada y se desvanece la esperanza nacional de un liderazgo certero hacia la consolidación y ampliación de una paz tan avanzada como la que ya tenemos.

Más allá de la cuantía de los votos que lo eligen, de las esperanzas ciudadanas o del subsiguiente desaliento colectivo, está el deseo inmenso de muchos colombianos conscientes y sin invalidantes ataduras políticas, de que a nuestros gobernantes les vaya bien en su gestión, que acierten y que consigan lo que persiguen, desde su propia visión, siempre que su esfuerzo apunte al fortalecimiento genuino de la democracia, a la paz, a la cohesión y justicia social y al progreso de un país que lo requiere y reclama con urgencia.

Con todo, algunos protuberantes dirigentes cercanos a él, en lugar de brindarle respetuoso apoyo al presidente, toman ventaja frente a su  presunta inexperiencia administrativa para generar cada día una variable gama de asuntos con los que pareciera estársele poniendo pruebas de fidelidad o de obediencia, que a la postre enredan al gobernante, lo obligan a rectificar abruptamente y con demasiada frecuencia rumbos en algunas materias, a titubear frente a directrices ya adoptadas o lo paralizan para buscar cauces propios suyos en varios asuntos de importancia.

Dos caminos tendría él en el futuro: o bien entender claramente que el Gobierno de Colombia no es colegiado sino que lo ejerce solamente el presidente titular, y actúe en consecuencia; o  bien que se resigne a que el poder sea ejercido por un partido que efectivamente lo respalde, sin las ostensibles fracturas internas que hoy se advierten, cuyas directrices, sin embargo, deberán ser homogéneas e indiscutibles según el criterio considerado infalible de su jefe máximo. Optar por una de las dos vías será la única o mejor manera de gobernar durante cuatro años, sin dar bandazos y caer fácilmente de dos dígitos a uno solo en los próximos sondeos de opinión.

En materias de interés nacional como las relativas a la paz, el inquieto Senador de marras, hoy con mejor criterio estético, ha sustituido, al menos por lo pronto, al par de protuberantes penalistas que lo flanquearon por años, por un coro de adoradoras, que dan más bien la anacrónica sensación de ciertas aristócratas que rodeaban en épocas pretéritas al monarca absoluto. Quiere hoy el cuajado grupo, por ejemplo, que el precio para permitir que la JEP sea considerada como legítima y para que finalmente pueda operar, es su creciente desnaturalización por los medios que se encuentren a su alcance. No importa si con ello se arrasa la institucionalidad  y los propios lineamientos constitucionales en que se funda. Después verá cómo hacer con semejantes remezones. Y posiblemente encontrará los medios, dada la notoria labilidad de algunas de nuestras instituciones y de nuestros extraviados dirigentes en varias de las demás toldas políticas.

Los argumentos esgrimidos con jactancia por ese grupo para la revisión desnaturalizante de los acuerdos de paz y las instituciones para desarrollarlos, así como la sugerencia para  el eventual retiro de Colombia de la Corte Internacional de Justicia, que ya se ha sugerido con desfachatez porque para algunos resulta amenazadoramente incómoda, son, por un lado, que en el plebiscito de octubre de 2016 ganó el “No” sobre el “Sí” y que el actual Presidente obtuvo  gran votación mayoritaria en las elecciones de junio de 2018. Esas dos fortalezas bastarían para emprender irresponsablemente sus desestabilizadoras cruzadas.

Ahora bien: de todas esas nocivas tendencias puede el Jefe de Estado apartarse a tiempo. Así como de otras muchas tentaciones. Por ejemplo aquella en la que lo hicieron caer los espíritus más inquietos y juguetones de su propio partido: firmar el Decreto e imponerle personalmente en estruendosa ceremonia pública en Neiva la más alta condecoración de la República al actual Presidente del Senado, la Cruz de Boyacá, creada por el propio Libertador Bolívar para premiar los méritos de los héroes que expusieron su vida por la independencia y libertad de la patria. Con esa Orden se han exaltado durante 200 años de vida republicana, con mesura, seriedad y cordura, los méritos de quienes le han prestado servicios valiosos e indiscutibles a la nación.

Semejante  desproporcionada distinción al parlamentario Macías va claramente en contravía de la loable intención, paladinamente anunciada por el Presidente, de querer manejar las relaciones con los congresistas sin apelar al endulzante ingrediente que se ha utilizado empalagosamente a través de muchos años de régimen presidencial en Colombia.

El país todo ha estado expectante ante semejante buen propósito. Pero los méritos que adornan al homenajeado no fueron otros que los de haber arrancado  de algunos asistentes a la ceremonia de transmisión del mando el 7 de agosto  descontextualizados pero calculados aplausos y vivas al Senador- Expresidente, y no al Presidente entrante; el de haber hecho una degradada presentación del país ante un atónito auditorio internacional, sazonado con alusiones descalificadoras y por demás inelegantes al Jefe de Estado saliente que estaba ausente del acto; a las altas Cortes y a los altos mandos militares. A las claras se notó que la mano presidencial que firmó el decreto y puso sobre el henchido pecho del Senador Macías la rutilante joya no era comandada del todo por el propio centro nervioso del señor Presidente.

Ojalá no lo hagan caer de nuevo en la tentación de destapar otros potes de mermelada tamaño familiar como el que le sirvió para embadurnar al obsecuente parlamentario.

Rescatar prontamente la autonomía presidencial aplazada, refundida o capturada, sería la mejor manera de acceder dignamente con el esplendor debido a las páginas de la historia nacional que están por escribirse sobre esta compleja fase de construcción final de la paz, tanto interna como en nuestras fronteras. Resolverá el señor presidente Duque si con dignidad afirma la fortaleza potencial de su talante conciliador con democracia o si opta tristemente, con la angustia del malabarista en la cuerda floja, por el  peligroso sendero del obligado componedor, carente del pleno albedrío y de la dosis de libertad personal requerida para conducir atinadamente a Colombia en esta crucial etapa.

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar