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Haciendo País

¡Manduco, Rallo y Concha para la Paz!

Ana Lyda Melo
28 de marzo de 2023 - 08:00 p. m.

La metáfora, es aquella figura literaria que nos permite establecer analogías sin la utilización de nexos comparativos, un recurso aplicado en este artículo a partir de saberes populares chocoanos para lograr una comprensión pragmática de los procesos de negociación considerando los diálogos adelantados por el gobierno de nuestro país con el grupo armado insurgente Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otros grupos similares para dirimir los conflictos armados mediante acuerdos de paz.

En las tradiciones de nuestras comunidades negras e indígenas colombianas, el río cercano a pequeños poblados, veredas y caseríos tiene un significado preponderante en la vida de sus habitantes, que como bien lo describe Oneida Orejuela Barcos “el río es mi bien y es mi mal porque él me da fortuna y me la sabe quitar”.

En el río se conjugan actividades cotidianas y vitales de sus pobladores como la de transportar cosechas, pesca, paisanos, graves enfermos; es el escenario de juegos, ceremonias y festejos; contemplado para aliviar las penas e inspirar poetas, cantaores y enamorados; acompaña conversaciones sobre sueños, alegrías y confidencias; se vive la buenaventura y la desgracia, proporciona el alimento, se disfruta nadando en él y se lava la ropa.

Tres utensilios acompañan el lavado de la ropa, fabricados artesanalmente por hombres y mujeres, que tallando trozos de palo de Nato, Machare, Abarco, Pantano o Choibá, se aseguran que esté muy seco antes de labrarlo para que ninguna resina rezuma y su ropa más tarde les vaya a manchar, un palo listo para tallarlo es la clave para su utilidad. Una tabla resistente con mango y de tamaño suficiente para posarse sobre las piernas, modelada con tres canales, claramente separados y estratégicamente ubicados, permitirá a la lavandera remover el lodo, barro y mugre de la ropa, que azotándola a la piedra no logró sacar, mientras que pequeños repujados, refuerzan la tarea para que una prenda limpia sea el resultado final.

El Rallo de mayor tamaño y con más ondulaciones hará lo mismo en la ponchera, al vaivén de una mano firme y sobadera, que remojará las prendas pesadas y de mugre más concentrada para deslizarlas y estregarlas sobre biseles de madera, al tiempo que una concha de piangua con los dientes para abajo sin el riesgo de causar herida alguna en quien hace uso de ella, cepilla la mancha rebelde de aquello que parece imposible de mejorar. Estregar tan fuerte como se pueda para eliminar todo vestigio de violencia del vestido de una nación que se resiste a vivir en esa condición.

La tela de la prenda tiene mucho que ver y entre más delicada sea esta, es el Manduco sabio de tanto uso y la mano suave con el jabón, envuelto cuidadosamente en una hoja de mazorca prendida de su tusa, la que estregará lo necesario para desprender la suciedad de aquellas partes de la tela que bien luida está. Es la visión de país, estrategia, pericia, recursos,

reflexividad, compromiso y buena voluntad, los que se entremezclan en una singular sinfonía para que el Manduco, Rallo y Concha cumplan su misión, en manos de quienes negocian por una impaciente población que padece los efectos sucios de la guerra desde tiempo atrás, enlodando sus esperanzas de vida, el disfrute de su convivencia y bienestar.

No hay peleas en la labor y el río es ancho y suficiente para todas las mujeres laboriosas, hay quienes estregan, enjuagan y tuercen la ropa para luego tender porque todo tiene su planificado momento. Los utensilios se van blanqueando porque no sólo se afecta la prenda lavada sino también lo que lava y quien lava. Ellos son moldeados y objeto de celo o descuido cuando atónitas las lavanderas con jocosa alegría, les cantan impotentes al verlos desaparecer: “Adiós Manduco, que el agua te va a llevar…” Son las voces de las cantaoras del corregimiento de Pogue en Bojayá, que en el documental “Hacerme canto” expresan los anhelos y padecimientos de su pueblo por una guerra persistente que no cesa de ensuciar sus vidas.

Una guerra diversificada en sus manifestaciones y actores que a través del tiempo ha tratado de ser dirimida con estrategias distintas desde el sometimiento y la disuasión violenta hasta llegar gradualmente a negociaciones de acuerdos de paz. La negociación es una estrategia que establece como inicio unas acciones previas de buena voluntad y unos principios éticos fundamentales para generar confianza entre las partes y sentarse a dialogar sobre aquellos desacuerdos cuya solución no se ha podido encontrar.

Esos principios éticos pautan no sólo la negociación sino también la implementación de un acuerdo en el caso de llegar a él y las relaciones de los participantes a largo plazo. Entonces, se pactan las reglas de mutuo acuerdo para garantizar que cese el fuego armado y las hostilidades a la población civil, haya coherencia entre lo que se dice y hace, se hable con la verdad, se respete a las personas en toda su integridad, se cumpla responsablemente con el rol y papel de negociador hasta el final, es decir, no levantarse de la mesa hasta que la negociación concluya. Ser inquisitivos con los temas de discusión más no ofensivo con las personas, argumentar y analizar planteamientos y no posiciones radicales, se busque creativamente y con apertura mental salidas consensuadas en el marco de la legalidad y constitucionalidad; se colabore en las discusiones y regateos sin generar más tensiones de las existentes y se formalice la comunicación para mantener la claridad al interior de la negociación y fuera de ella.

Pragmáticamente, las negociaciones de paz no son para resolver los problemas estructurales de una nación por la alta complejidad e indefinida duración de su resolución. Ellas responden a una necesidad de detener ataques armados que están afectando la seguridad nacional, material y emocional de sus habitantes, su supervivencia y la de los ecosistemas. Tienen un principio y un final para la coyuntura que son creadas, sus alcances y limites son trazados por los mismos negociadores y entidades que representan y pueden derivar nuevas negociaciones u otro tipo de estrategias para resolver tópicos pendientes o emergentes con diversos actores, condiciones y escenarios. Su aplicación permite generar el ambiente para que en adelante, hasta los temas más enconosos puedan tratarse con organizaciones ciudadanas, un aprendizaje que Colombia ha ido logrando y materializando en transformaciones con acciones pacíficas y empoderadas para el bien de la sociedad.

Metodológicamente, la negociación establece un plano simétrico sobre el río para que todos sus participantes puedan estar y se sienten las condiciones jurídicas y geográficas que les permita conversar sin conveniencias desequilibradas y generadoras de desconfianza. Su realización demanda altas exigencias y todo un país expectante, aguarda un resultado final completo y concreto de cese a la confrontación armada en un acuerdo con efectos individuales y colectivos factible de implementar a corto, mediano y largo plazo.

Los aprendizajes adquiridos en negociaciones anteriores son referentes de logros y dificultades, que siempre serán objeto de análisis más que juzgamientos porque cada proceso fue, es y será distinto, sin embargo un aspecto aprendido que no se puede soslayar y en la agenda actual del ELN explícito no está, se relaciona con el retorno de sus excombatientes a la sociedad civil. Habrá que encontrar la mesura y punto de equilibrio para que lo ideológico, político y abstracto no relegue a un nivel menor ni final el cambio de su identidad guerrera.

Ser crítico y buscar el mejoramiento desde la condición legal y civil es el ejemplo diario de colombianos que no armados, construyen de manera entusiasta y persistente un país mejor a pesar de las dificultades y tensiones enfrentadas. Seguir la lucha de ese ideal de justicia y equidad social es posible también sin las armas ni la acción destructiva, por ello, el que este tema se contemple en la agenda de las actuales negociaciones es de capital importancia. La historia de los combatientes que se han desmovilizado denota la dificultad de su paso a la sociedad civil y no precisamente por lo pactado sino por la vulnerabilidad y desolación que quedan durante la implementación de los acuerdos de paz, cuando lo convenido se convierte en compromiso gubernamental y no estatal.

Es perentorio seguir usando los rallos y conchas necesarias para que el esfuerzo acumulado en negociaciones anteriores y la implementación de los acuerdos de paz resultantes, se materialicen en acciones decisivas de los gobiernos e instituciones estatales. Ese es el principal indicador de confianza para aquel combatiente que piensa desmovilizarse. Avanzar de manera consistente sobre lo que todo un país ha construido para mejorar su convivencia y ser cuidadosamente responsables con nuevos procesos para el mismo propósito, son factores a considerarse para aumentar la credibilidad y ver en las negociaciones un verdadero Manduco para la paz.

* Estudiante Doctorado en Psicología – Universidad del Valle

**Agradecimientos por sus enseñanzas a Oneida Orejuela, Natalia Mosquera (Pogue) y José Ruperto Mosquera Valoy (Nuquí).

Por Ana Lyda Melo

 

Atenas(06773)29 de marzo de 2023 - 02:44 p. m.
Montar indignos acuerdos de paz sin haber resuelto antes los agobios económicos q’ x allí se padecen es la antesala del fracaso, y es lo q’ denomino darles salidas jurídicas a hondos problemas de raíces económicas pa q’ así todo se recicle de nuevo.
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