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Apenas transcurría un mes y medio de entrado el siglo 21, cuando ocurrió uno de los hechos más atroces (y primitivos, dicho sea de paso) en nuestra historia republicana: la masacre en El Salado. 450 paramilitares se organizaron en tres grupos a través de retenes y ocupación dentro de dicho corregimiento para darle muerte a 60 personas en estado de indefensión, durante 5 días seguidos, bajo las órdenes de comandantes de lo que entonces se autodenominaba como el Bloque Norte de las Autodefensas.
Según testimonios de los sobrevivientes, los hechos ocurrieron entre el 16 y el 21 de febrero del año 2000 y la mayoría de las víctimas fueron asesinadas al azar, supuestamente, por ser miembros o auxiliadores de las extintas Farc-EP. El 20 de febrero los sobrevivientes cavaron fosas comunes para enterrar a los muertos y cuando finalmente llegaron las fuerzas del Estado colombiano junto con la Cruz Roja Internacional, comenzó un éxodo de más de cuatro mil personas quienes abandonaron este corregimiento ubicado a unos 40 minutos de la cabecera municipal del Carmen de Bolívar.
Los hechos que marcaron profundamente la historia en El Salado, no sólo deben quedar en la memoria de los colombianos para no repetir las atrocidades de la guerra y sensibilizarnos con los relatos de sus víctimas, sino para reflexionar, como sociedad, sobre la escala del efecto que la guerra y la paz tienen en la identidad y en las acciones del ser humano.
Uno de los perpetradores de la masacre, Francisco Robles Mendoza (alias ‘Amaury’), reconoció en el año 2011 ante un fiscal de derechos humanos su responsabilidad en los crímenes. Al detenerse en detalles de su declaración se observa cómo la guerra lo moldeó: de graduarse con honores en los cursos de suboficial en los años 90 y ser miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército, pasó a ser un homicida en el ejercicio de su servicio; y aún luego de ser condenado por la misma Justicia Penal Militar, se fugó para entrar a las filas del paramilitarismo. Allí dejó un prontuario de terror: de acuerdo con el portal Verdad Abierta, en una ocasión mató a 5 agentes del extinto DAS; también participó en las masacres de Macayepo, de Mampuján y de El Salado (que se sepa hasta ahora).
Gracias a los acuerdos del Teatro Colón y a la memoria en El Salado, los colombianos también podemos ver la escala de oportunidades que la paz abre para las personas y sus comunidades. De miles de desplazadas del municipio, algunas tomaron la gallarda decisión de retornar. Es el caso de la señora Esther Torres, quien no sólo logró rehacer su vida en El Salado, también lidera un emprendimiento de producción de miel. Inspirada en las abejas, dice la señora Esther, ganó la capacidad de sanar, perdonar, organizarse y replicar con su ejemplo. El proyecto de Esther llamado Villa Campo incluye 250 colmenas en tres apiarios y vincula a más de 20 jóvenes campesinos; cada colmena puede producir unos 80 kilos de miel de propiedades especiales en calidad, sabor y aroma. Proyectos mieleros como la Asociación de Jóvenes Productores de El Salado (Asojopros), han logrado el apoyo de organizaciones como la Fundación Semana, la Fundación Granitos de Paz, la Tienda Empatía, entre otros, para vender su producto a nivel nacional.
La miel Villa Campo es sólo una muestra que hace parte de más de 180 productos que llevan la marca Paissana, propiedad del Fondo Colombia en Paz. Se trata de un sello que identifica a aquellos bienes de consumo que provienen de iniciativas comunitarias en las Zonas Más Afectadas por el Conflicto (Zomac), en municipios con Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) y/o desarrollados por poblaciones priorizadas en la implementación del Acuerdo de Paz como víctimas, excombatientes y vinculados a algún programa de Sustitución Voluntaria de Cultivos Ilícitos. Paissana es una forma de promover entre los colombianos un mecanismo de apoyo, construcción y consolidación de la paz a través de un comportamiento tan sencillo y cotidiano como el consumo. También es un tributo a la memoria y resiliencia de las víctimas y sobrevivientes de hechos atroces como los ocurridos en El Salado, que marcaron el conflicto armado en Colombia.
Sin embargo, es importante que los colombianos también sepan que estos capítulos de horror de la guerra no podrían cerrarse ni sanarse con la firma del Acuerdo, con iniciativas productivas o con el retorno de los desplazados a sus lugares de origen: aunque sólo hasta el año 2019 se condenó a la nación por su responsabilidad la masacre de El Salado, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) la incluirá en el macro caso 08 “(Crímenes cometidos por la fuerza pública, otros agentes de Estado, en asocio con grupos paramilitares o terceros civiles”).