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Cauca, Arauca, Chocó o el sur de Bolívar aparecen como referentes geográficos de la preocupante situación de asesinatos, masacres, confrontaciones y violaciones a los derechos humanos que se presenta en Colombia en 2022. No obstante, lo que ocurre al otro lado del mundo entre Ucrania y Rusia no es sólo un asunto lejano que nos distrae si también nos preocupa.
La guerra del golfo pérsico fue la primera guerra televisada del mundo, pero fue la guerra de Bosnia en la que se inauguró la insensibilidad ante la imagen de la barbarie, al punto de que hoy, olvidando eventos como la masacre de Srebrenica, se escucha una y otra vez que desde la segunda guerra mundial no había pasado nada grave en el planeta en términos bélicos. Hoy, los ataques entre Rusia y Ucrania, y las acciones de los países de la OTAN, aparecen entre nosotros, sobre todo, como insumo de propaganda electoral.
Desde Colombia, donde hace apenas 5 años se firmó un acuerdo de paz celebrado en el mundo “con las víctimas en el centro”, a partir de la creación de una ley de víctimas en cuya firma estuvo el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, y se otorgó el premio Nobel de Paz al Presidente de la República, resulta totalmente absurdo que no se comprendan la importancia y las implicaciones internas de la defensa de un derecho internacional para la paz en este momento. Que, en cambio, sobre la base de una gran desinformación, se esté alineando al país en una supuesta liga de los buenos contra los malos, no sólo no reconoce que el tablero geopolítico es muchísimo más complejo, sino que es también una gran contradicción con el deber moral que le corresponde a nuestro país.
Antes de que la guerra se prolongue ante el asombro de quienes piensan que no puede pasar lo peor hasta que pasa, Colombia tendría que levantar ante el mundo la bandera que reclaman las poblaciones más afectadas por el conflicto, el movimiento por la paz y la amplitud de los movimientos sociales que se vienen movilizando desde 2019, esto es, el cumplimiento e implementación de los acuerdos: para Colombia, los acuerdos de la Habana. Para Rusia y Ucrania, los acuerdos de Minsk. Porque sí hay una fórmula de solución, porque la reivindicación de esa misma fórmula, aunque se revise y flexibilice, es lo coherente, y porque asumir seriamente esa reivindicación excluye la tendencia actual a comer crispetas viendo una película de “Putin contra el mundo”, que puede significar mucho rating, pero que ya sabemos que termina en declaraciones sobre lo que se debió hacer cuando ya es muy tarde para hacerlo.
En la perspectiva sobre la paz mundial valdría la pena recordar el acumulado del movimiento de países no alineados, del que Colombia es parte, y que si bien remite a una guerra fría que no tiene nada que ver con la guerra entre una Rusia y Ucrania, ha propuesto principios que resultan plenamente vigentes. En los muchos planteamientos del MNOAL, más que una posición de “ni un extremo ni el otro”, lo que hay es una historia de propuestas por la coexistencia pacífica y el respeto mutuo que resulta fundamental para quienes, antes llamados “países del tercer mundo”, necesitan hoy de la priorización de la cooperación, el desarrollo, la solidaridad o la transición energética, asuntos más urgentes que nunca, a partir del aumento sin precedentes de la pobreza y la desigualdad por la pandemia.
Con las “víctimas” en el centro tiene que escucharse la voz de los no alineados. Ya lo ha dicho el francés Jean Luc Melechon, el no alineamiento no significa neutralidad sino una toma de partido por la paz en serio.
