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En el año que va del gobierno del presidente Petro, se ha avanzado de manera importante en la posibilidad de tener un Acuerdo de Paz con el ELN. Esto en buena medida se debe a una genuina voluntad de paz del actual gobierno y de una parte del Congreso, así como a la disposición de los dirigentes de esta guerrilla, a quienes el actual gobierno les genera confianza. En medio de esta dinámica, que llena de entusiasmo, surge el complejo tema de la participación ciudadana en la construcción de la agenda.
El acuerdo No. 9 firmado en la Habana, establece el proceso de participación de la sociedad civil, que tiene por objeto “Construir una agenda de transformaciones para la paz, impulsada a partir de una alianza social y política que conlleve a un gran acuerdo nacional para la superación del conflicto político, social, económico y armado”. El documento también define los enfoques, las fases y los tiempos de este proceso. Antes de abordar algunos temas puntuales y los posibles escenarios de la participación, vale le pena establecer dos premisas, que desde mi punto de vista deben ser complementarias y por tanto deberían abordarse de manera conjunta en este proceso. Estas son:
i) Siempre será necesaria la participación ciudadana, los problemas de la democracia se resuelven con más democracia. Escuchar, debatir, disentir, construir de forma colectiva, hace que la democracia no solo sea una etiqueta de un régimen de gobierno, sino una forma de vida de una sociedad. Esto máxime en un país donde nuestra diversidad poblacional y geográfica no puede seguir siendo homogeneizada por políticas centralistas.
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ii) Ahora bien, tanto el Gobierno como el ELN, deben ser conscientes que desencadenar un proceso de participación ciudadana conlleva una gran responsabilidad. Invitar a construir alternativas y soluciones, implica tener la voluntad, pero también la capacidad de implementarlas. Parafraseando al filósofo pragmático John Dewey, la pregunta que debería hacerse la mesa de negociación es: ¿estamos dispuestos a asumir las decisiones que invitamos a que se tomen de manera conjunta? Si la respuesta es no, o no sabemos, como ha sucedido en la mayoría de los procesos de participación ciudadana en el país, pues tenemos problemas. Esto en el entendido que se pretende “pactar políticas y un plan integral de transformaciones, mediante la implementación de proyectos específicos de orden nacional y territorial”, tal como lo establecen los acuerdos.
El ELN, hábilmente, ha dicho que, a diferencia del Acuerdo con las FARC, ellos no van a pedir nada sino solo lo que diga la gente. Esto tal vez buscando evocar el: “para todos todo, para nosotros nada” como rezaba el lema del zapatismo, quizá la última guerrilla romántica que ganó simpatía y apoyo internacional. Tal como están las cosas en el país, el proceso de participación podría enfrentarse a por lo menos tres escenarios.
En un primer escenario es posible que este proceso de asambleísmo permanente durante dos años, lleve a que la guerrilla del ELN fortalezca sus bases y además recoja simpatías de grupos, territorios y sectores que aún no ven concretadas la promesas de cambio del actual gobierno (que dicho sea de paso, toman tiempo) y sumen esos inconformismos para que al final, en el 2025, manifiesten que no se pudo llegar a acuerdos y salgan fortalecidos política y militarmente, lo cual perpetuaría la guerra, ampliando los territorios donde hoy esta guerrilla tiene incidencia.
En un segundo escenario, es posible que se vuelvan a recoger las decenas de miles de propuestas y necesidades de cientos de comunidades, que ya han manifestado sus demandas en la formulación de los PDET o en los recientes diálogos para el Plan Nacional de Desarrollo, pero que una vez más el Estado no sepa convertir esas demandas en intervenciones de políticas públicas y soluciones.
Esta vez, tanto el gobierno como el ELN, quedarían como los promeseros del cambio que nunca llegó a buen término. En un tercer escenario, está el reto de adelantar un proceso de participación responsable, ordenado y sincero, donde la gente pueda hacer propuestas que se materialicen de manera gradual pero rápida, construyendo el Estado desde el territorio. Esto permitiría que el actual gobierno pueda comenzar a ponerse al día con la deuda histórica con muchas poblaciones y territorios.
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Pero a la vez, un proceso de participación de ese tipo debería permitir que la gente pueda, con soberana libertad, exigirle al ELN que asuma su responsabilidad por los daños causados durante décadas, en muchos de nuestros territorios y por ende que se comprometa a reparar a las comunidades por esos daños históricos.
Ningún proceso de negociación de paz es fácil, menos aún si se tiene la apuesta, arriesgada pero acertada, de hacerlo con participación ciudadana. Pero no puede haber engaños en esto, de un proceso real de participación, ni el gobierno ni el ELN pueden esperar comités de aplausos. Ojalá el gobierno asuma el reto de transformar la participación en soluciones. Pero ojalá también, de parte de la guerrilla, se tenga la sinceridad y la madurez política para asumir su responsabilidad por los daños generados en esos territorios.
Ojalá como sociedad aprovechemos esta oportunidad para construir una verdadera reconciliación. Los problemas de la democracia se arreglan con más democracia, solo que los resultados siempre serán inciertos, pero aun así hay que asumirlos. De eso debería tratarse un genuino proceso de participación ciudadana para la paz.