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Poncho, el profesor que metió una lancha con coca

31 de mayo de 2017 - 05:36 p. m.

Al profesor 'Poncho' lo conocí alguna vez en un pueblito del Pacífico sur colombiano, exactamente en la costa del Pacífico nariñense. Era reconocido en el pueblo por ser uno de los graduados en la primera promoción de una universidad a distancia que desde el Magdalena Medio iba a ofertar sus licenciaturas. También gozaba de prestigio por haber “coronado” una lancha cargada de coca a Centro América, y, aun así, continuar con su noble profesión. 

'Poncho' no era muy grande, tal vez un metro con sesenta y un poco más. Tenía la cabeza redonda y calva, que brillaba con el sol. Un poco robusto, la naríz ancha y los labios gruesos. Sus manos eran fuertes, grandes, como de leñador, sus pies flacos, delgados, contrastaban con su cuerpo. Siempre que me lo cruzaba por alguna calle no dejaba de imaginar a este hombre sorteando el torrentoso mar a más de 200 kilómetros por hora en la oscuridad de la noche llevando consigo toneladas de droga.

En el Pacífico los laboratorios para la producción de cocaína quedan dentro de los manglares, y solo se puede entrar cuando la marea sube. Esto hace que quienes hacen parte del negocio deben saber muy bien cómo moverse, pues todas las entradas se parecen. La verdad es que los manglares son como pequeños ríos de mar, y se componen de pasadizos, claves, trampas, y todo es contra reloj, ya que si la marea baja se corre el riesgo de quedar atrapado.

A 'Poncho' no le correspondió la nueva época de los submarinos semi-sumergibles que se fabrican en esta zona para pasar muchas más toneladas de coca, con un menor riesgo de ser descubiertos, a Centro América y Estados Unidos, Al profesor le tocó el tiempo de los “bravos marinos” que se enfrentaban con el océano, haciendo paradas estratégicas en diferentes manglares y costas de países hasta llegar a México, y que, arriesgo de ser descubiertos, decidían hundir la lancha y botarse al mar, para borrar las evidencias y declararse náufragos.

La tentación del negocio de coca, le surgió por la necesidad. Antes de ser profesor, 'Poncho' tenía una lancha de transporte desde este pueblo, que más bien parecía un caserío, hasta Tumaco. Era el noveno de doce hijos, y había soñado con ser profesor, quizá esta fue la primera meta que pudo cumplir. No obstante, entre el alquiler de la lancha y su trabajo como docente, el sueldo no le alcanzaba para responder por los gastos de sus seis hijos, dos con su primera mujer y los cuatro restantes con su esposa actual. Por esto no pudo resistir la tentación de la oferta.

Un día se corrían rumores por el pueblo que 'don Jencho', un narco nativo del pueblo, estaba buscando quien pudiera meter cinco toneladas de cocaína a Centro América. Pagaba por esto 200 millones de pesos, con la salvedad de que si la mercancía se perdía el costo podría ser la muerte o la cárcel. En ese caso 'Poncho' debía guardar silencio y asumir todos los cargos como suyos, so pena de que la cuenta de cobro se le pasaran a su familia.     

Pese a todas estas advertencias, una noche 'Poncho' salió con un ayudante de algún manglar en una lancha con cuatro motores 200, cargada de coca hacia mar abierto. Desde cercanías a Tumaco hasta Costa Rica, y de Costa Rica a México. Algunos trayectos son más largos y otros más cortos, depende de las autoridades que se compren para dejar pasar o no el cargamento. Contó con suerte. Logró sobrevivir los ocho días abordo de la lancha, alimentándose de atún, pan, dulces y agua fresca. 

Narraba entre tragos, que en una costa de México lo recibieron amablemente, le preguntaron la clave y la dijo, luego estacionaron la lancha entre otras lanchas más en un muelle tranquilo, después, otro piloto condujo hasta una especie de bodegas de puerto abandonadas, allí procedieron al descargue. 'Poncho' y su ayudante pasaron de ser protagonistas a casi observadores, según contaba, entonces lo comunicaron con 'don Jencho', que desde su pueblo natal lo felicitó por teléfono. Luego, lo hospedaron en uno de los mejores hoteles de esa costa y dos días después lo regresaron en un vuelo a Cali, donde se encontró con su familia. Allí, un enviado del jefe le hizo el desembolso en efectivo.  Su historia la cuenta entre tragos los fines de semana. Tiene una mansión en su pueblo y humildemente todos los días sigue dando clases de sociales en el colegio en donde soñó un día ser profesor. Todo el mundo lo admira y respeta.    

 

 

 

 

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