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Esta mala reputación se debe, en parte, al clientelismo —el apoyo político se intercambia por beneficios materiales— y la corrupción en general.
Y no es solamente un problema de percepciones: en América Latina, el clientelismo se ha manifestado de diversas maneras, como el escándalo de “La Operación Safiro” en México (2013), el uso de las cajas CLAP en Venezuela para finales electorales (2016), y el caso de mensalão en Brasil. El clientelismo genera efectos devastadores para nuestras sociedades: socava la gobernanza democrática, aumenta la desigualdad y convence a los políticos de priorizar ganancias a corto plazo en vez de perseguir el desarrollo compartido a largo plazo.
A pesar de su mala fama, los partidos políticos juegan un rol crucial para salvaguardar la integridad democrática. ¿Cómo lo hacen, o por lo menos cómo deberían hacerlo? Los partidos políticos organizan la competencia política, permitiendo debates estructurados y opciones claras para los votantes. Agrupan diversos intereses, proporcionando una plataforma para que varios grupos sociales expresen sus preocupaciones y busquen representación. Además, los partidos juegan un papel crítico en la formulación de políticas, ofreciendo programas coherentes que guían la gobernanza. Finalmente, aseguran la rendición de cuentas políticas al vincular a los funcionarios electos con sus constituyentes a través de compromisos partidarios.
Quizás lo más crítico para el momento actual —cuando populistas como Javier Milei (Argentina), Nayib Bukele (El Salvador), Jair Bolsonaro (Brasil) y Rafael Correa (Ecuador) han llegado al poder a través de elecciones—, los partidos políticos son esenciales para filtrar a los demagogos que amenazan las normas democráticas.
Como argumentan Levitsky y Ziblatt en su libro “Cómo mueren las democracias,” los sistemas partidarios robustos pueden prevenir que los extremistas ganen tracción, asegurando que los candidatos que respetan los principios democráticos lleguen al poder. En países donde los controles y equilibrios institucionales son débiles, la función de guardianes de los partidos políticos se vuelve aún más vital.
En Colombia, los partidos políticos, a pesar de sus defectos, están en una posición única para contrarrestar el riesgo del autoritarismo. Si se comprometen con reformas internas y abracen su papel de filtrar candidatos peligrosos, los partidos pueden actuar como baluartes contra la erosión de las normas democráticas. Los riesgos son altos, y la necesidad de partidos políticos vigilantes y con principios nunca ha sido mayor.
La tarea de aquí en adelante es, entonces, cómo fortalecer nuestros partidos para que fomenten la democracia interna a través de procesos de toma de decisiones abiertos e inclusivos, promuevan la selección transparente de candidatos, mejoren los mecanismos de rendición de cuentas y apoyen la participación cívica puede construir estructuras partidarias más resilientes.
Reducir el clientelismo —lo cual podría ayudar a rehabilitar su imagen dentro de la ciudadanía— requiere mejorar la transparencia en las finanzas partidarias, implementar regulaciones estrictas sobre contribuciones y gastos de campaña (y asegurar que se cumplan) y promover nombramientos políticos basados en el mérito, en lugar de crear botínes en el sector público.
Estos cambios son esenciales para garantizar que los partidos puedan cumplir efectivamente con sus funciones democráticas. Si la logran, los partidos pueden ser una herramienta eficaz para ayudarnos evitar las peores tendencias políticas de moda: el populismo, el extremismo y la erosión democrática.
*Escuela de Gobierno y el Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (CESED) de la Universidad de Los Andes