
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Ronald Rojas camina despacio, como si algún dolor lo afligiera. Mide casi dos metros y por su tono de voz, pausado y tranquilo, no es fácil imaginar sus tiempos de guerra. Desde hace meses es el delegado del partido FARC en la Comisión de Seguimiento de Impulso y Verificación de la Implementación (CSIVI), y también hace parte de la dirección del partido político de la exguerrilla, conocido como Consejo Nacional de los Comunes.
“El último disco de mi columna vertebral está aplastado en un 40%. Es decir, tengo que cuidarme mucho para que en mi vejez no quede en silla de ruedas. Todo por cargar tanto peso. De resto he tenido lo normal que le toca a un guerrillero: problemas musculares, hernias, hepatitis, problemas de articulaciones”, dice Rojas. Conversa en los tiempos muertos de una jornada política de campesinos del Magdalena Medio que buscan que su Proyecto de Desarrollo Territorial (PDT), una instancia que creó el acuerdo de paz, se refleje en el Plan Nacional de Desarrollo. Se desenvuelve como político, habla con unos, escucha e interpela a otros.
>> Le puede interesar: Naciones Unidas pide más acciones para evitar asesinatos de líderes sociales
Ronald, o Ramiro Durán como lo conocieron hace 20 años en la guerra, fue excombatiente del Bloque Sur de las Farc-Ep. Tiene 38 años, pero se enfiló en el año 2000, con 19. En ese tiempo era dirigente estudiantil y estudiante de derecho de la Universidad Libre, en Bogotá. Recuerda que fueron años de mucha zozobra por cuenta de las amenazas que había recibido por su activismo estudiantil. Del Huila, su tierra natal, ya traía el estigma político, por haber integrado la Juventud Comunista Colombiana, desde finales de los 90. "Alborotamos el avispero en la universidad hasta que llegaron las amenazas”, menciona y comenta que fue un compañero cercano a él, que trabajaba para los organismos de seguridad del Estado, quien le anunció el plan que existía para asesinarlo.
“Yo hago parte de una generación de dirigentes estudiantiles y juveniles que fueron asesinados o encarcelados. Muchos de mis compañeros se fueron en ese entonces para el exilio. Otros consideramos que el exilio era pasar a la clandestinidad y así lo hicimos”. Rojas cuenta que no fue difícil enrolarse en la guerrilla. En esa época, el gobierno de Andrés Pastrana intentaba un acuerdo de paz con la insurgencia en el Caguán (Caquetá) y allí los contactó.
“Ingresamos como 14 pelados de la misma región del Huila. Lo hicimos en un primer momento en un acto de sobrevivencia y coherencia con la visión del mundo que teníamos. De esos, luego de la firma del acuerdo de paz en La Habana solo volvimos vivos dos. Los otros murieron en el conflicto, en combates, asaltos, emboscadas, bombardeos, accidentes con explosivos. La mayoría cayó en el fragor del Plan Patriota, que fue el esfuerzo bélico más grande por aniquilar un movimiento insurgente. Eso fue la guerra para mí”.
>> Puede leer: “El rechazo a la violencia en Colombia, es fruto de la paz”: jefe de la Misión de la ONU
Rojas dice que quizás las oraciones y la vocación de su madre al Niño Dios lo salvaron. “Este país es muy espiritual. Yo soy la excepción de un grupo donde el 90% de muchachos murió. Obviamente, la guerra deja secuelas, en todos los militares, de un lado y otro”, sostiene, aunque la frase religiosa no encaje en su militancia comunista.
Esa supervivencia es la que hoy le da más fortaleza para seguir luchando porque el acuerdo de paz se implemente y sea una realidad en las regiones. “Quiénes estábamos poniendo la cuota de sangre, sudor y lágrimas en los campos de batalla era el pueblo. Y lo más irónico es que hoy todavía haya voces que azucen discursos de odio y venganza, con un lenguaje guerrerista. Uno se pregunta si saben lo que es estar en un campo de combate a las 3:00 a.m., en una selva amazónica con bombardeos. Ellos no saben qué es ese sufrimiento. No saben qué significa que un soldado caiga en una mina antipersonal por buscar en un filo de zona rural una o dos rayitas de señal telefónica para llamar a su familia y preguntarles cómo están a sus hijos. Una mina puesta estratégicamente, porque así de dura es la guerra. ¿Cómo quienes solo conocieron la guerra por los televisores siguen azuzándola?”, asegura y cuenta una historia suficientemente ilustrativa de lo que significa el conflicto armado:
“Cuando empezó el Plan Patriota, en uno de los tantos combates, estábamos en el famoso caño Billar, en las riberas del río Caguán, en el Caquetá. Allí hicimos una acción ofensiva con cilindros bomba contra soldados contraguerrilla de mucha experiencia. En esa operación logramos ganar ventaja en el terreno y recuperarle al adversario material de guerra. En ese momento a mí me entró la curiosidad y me puse a esculcar un equipo de un soldado. Saqué de su morral un cuaderno argollado, de 100 hojas, plastificado y un poco corroído por el agua, porque en esa región llueve mucho. Comencé a leer las últimas páginas de lo que pretendía ser un diario, escrito por un soldado contraguerrilla y encontré lo que escribió la noche del ataque. Decía que llevaba 9 años como soldado contraguerrilla y que esa noche recordaba a su pareja y a sus hijos, también que nunca había sentido así los cilindros bombas, y que eso era atroz. Despotricaba de la guerra, decía que era una mierda. Ese hombre falleció esa noche. Y yo nunca voy a olvidar ni a sanar esas emociones”.
>> Le puede interesar: ¿En qué quedó la implementación del Acuerdo de Paz y qué esperar para 2019?
Rojas cuenta que en este trasegar de paz ha visto de otra forma a quienes fueron sus adversarios. “En nuestros esquemas de seguridad nos acompañan policías, por ejemplo, y nos hemos encontrado como seres humanos, como hijos de un mismo país, como colombianos, y la conclusión es la misma: qué torpes nosotros, matándonos al son de qué. Porque en últimas, los dividendos de la guerra no iban para los que estaban en el campo de combate”, sostiene.
La guerra, esa que algunos piden con ansias, es cruda y difícil. Por eso, Rojas rememora con ilusión cuando estaba en La Carmelita, en el Putumayo, donde dejó las armas. Ese día recibió una llamada: su padre estaba en la unidad de cuidados intensivos, clínicamente muerto. “Yo llegué a Neiva, después de 19 años, y en la clínica pude entrar a verlo. El hombre se despertó medio consciente y se sentó y me dijo: hijo querido. A los ocho días ya estaba en la casa. Ningún médico se explica qué sucedió. Los afectos, los sentimientos, son una fuerza muy tremenda”.
Hoy busca quedarse en la vida civil con todo lo que implica ser un ciudadano en Colombia: las dificultades de conseguir trabajo o pedir una cita médica o sacar adelante algún trámite. Por ejemplo, en la universidad le dijeron que el tiempo ha pasado y que ya no pueden homologarle los créditos de la carrera de Derecho. Por eso estudia Sociología a distancia. Como delegado del partido FARC en la CSIVI cree que si bien el acuerdo de paz tiene unas realidades normativas e institucionales importantes no ha sido fácil ajustar esa arquitectura a las regiones y que es necesario que se descentralice su implementación.
“Hemos insistido con el actual gobierno, primero, en que haya coherencia en su compromiso de no hacer trizas el acuerdo de paz. El acuerdo es legal y hace parte del bloque de constitucionalidad y de una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pero para decirlo de una forma muy popular, no puede haber paz si no hay dineros para esa paz. En febrero se tiene que aprobar a más tardar el Plan Nacional de Desarrollo del presidente Iván Duque y debe contemplarse un capítulo específico que tenga que ver con la financiación del acuerdo de paz”.
Rojas cita a expertos y asegura que solo en 10 o 15 años se podrá evaluar si el acuerdo fue un fracaso o dejó unos avances considerables en el país. “En términos presupuestales, una buena implementación representaría cerca de 129 billones de pesos”, dice.
“Nos preocupa la situación de muchos compañeros que después de firmada una ley de amnistía sigan presos en las cárceles. Eso no tiene justificación. Con la población de excombatientes los temas son complejos. Pero seguimos trabajando por su reincorporación. La idea es desarrollar con entidades territoriales planes de vivienda. Vamos a dialogar con la empresa privada y pública para abrir mercados laborales para los excombatientes, porque en Colombia mucha gente no vive con el 90 % de un salario mínimo, que es lo que vamos a recibir hasta agosto de 2019. Eso sin mencionar que la reincorporación colectiva como la concebimos ha sido en términos generales un fracaso, con muy pocas excepciones”.
>> Puede leer: Las tierras del cartel del norte del Valle que ahora sirven para la restitución
Ese ha sido el mayor desafío y es “delicado” porque si los excombatientes no pudieron estudiar y lo que aprendieron fueron las acciones de la guerra puede ser relativamente fácil que retornen a actividades violentas si no tienen oportunidades, cree Rojas.
“Se lo hemos dicho al Gobierno porque si queremos que la paz tenga una base duradera lo mínimo es que quienes estaban echando tiros les garanticemos una vida posible”, dice. La conversación termina esa tarde en Yondó. Lo volveré a ver presentando su cédula en el aeropuerto de Barrancabermeja para abordar un avión. Nadie creería que el documento lo sacó pocos meses atrás, en la zona donde dejó su fusil.