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Más de 90 cruces blancas adornaron el piso de la plaza central de Buenaventura, un municipio a orillas del Pacífico profundamente afectado por la violencia. Cada cruz representaba una mujer negra o transexual desaparecida en medio de la violencia paramilitar que, entre 1999 y 2003, perpetró 26 masacres y cientos de desaparciones forzadas. El municipio tiene 400 mil habitantes y más de 160 mil se han acreditado como víctimas. Estas cifras ayudan a dimensionar la guerra que aún se vive en la zona donde guerrillas y Bacrim luchan por el control de los barrios y el tráfico de drogas.
En medio de ese devastador panorama humanitario, Parces Ong. y la Red Comunitaria Trans de Bogotá, apoyados por la Defensoría del Pueblo, la Alcaldía y el Ministerio del Interior, hicieron un acto de reparación simbólica en la que el Estado reconocía su responsabilidad en la muerte y desaparición de cientos de mujeres. Por la noche prendieron velas en memoria de las víctimas y las mujeres sobrevivientes hablaron de sus vivencias y de las dificultades que tenían para perdonar, no solo a los que les hicieron daño directamente, sino también a la sociedad que ignoró su dolor.
Esta actividad hace parte de un viaje por tres municipios que inició Parces Ong, una organización que actúa y reacciona contra la discriminación. El objetivo de la iniciativa es que Juliana y Camila, dos mujeres trans que fueron desplazadas por su condición de género, pudieran volver a ver a sus familias. Después de Buenaventura visitaron los municipios de Yotoco (Valle del Cauca) y La Virginia (Risaralda).
Juliana camina por Yotoco con la delegación de Parces Ong. Foto: Sebastián León Giraldo, Parces ONG.
Las chicas trans inician una reparación simbólica
La visita también sirvió para buscar en las registradurías municipales los papeles de Juliana y Camila para que así puedan sacar su cédula y sean menos vulnerables a los abusos policiales. Ninguna tenía papeles porque cuando huyeron de la violencia en sus municipios ni siquiera tuvieron tiempo de recoger su tarjeta identidad. Además ¿para qué la necesitaban si ni siquiera se sentían identificadas con el género que les asignaba? Decía que eran hombres y ellas desde muy pequeñas se sentían mujeres. Fue por defender esa identidad de género que las amenazaron y tuvieron que huir de su casa a los 15 años y 16 años.
Este mapa muestra los lugares a los que se tuvo que desplazar Juliana y las emociones que sintió durante sus viajes. Foto Sebastián León Giraldo, Parces ONG.
Camila cuenta que llegó a Bogotá sin dinero ni para coger un transporte. Pronto entró en contacto con el movimiento Lgbti en Bogotá y en ese grupo encontró amigas que la aceptaba y protegían. Empezó a hacer el tránsito para pasar de un cuerpo masculino a uno femenino y a ejercer la prostitución en la zona de tolerancia en la localidad de Santa Fe.
Ejerciendo la prostitución se encontró con decenas de mujeres con una historia muy similar a la suya: amenazadas por un grupo armado, desplazadas por la violencia y confinadas a una pequeña esquina de Bogotá debido a su identidad de género y su profesión.
Una de las amigas que encontró fue Juliana, quien también tuvo que huir de su casa en Yotoco, Valle del Cauca, porque le llegó una carta de las Águilas Negras diciendo que debía irse “para que no contaminara el ambiente por ser gay”. Le dieron una hora para que se fuera o la mataban. “Me vestí de chico y me fui camuflada en un camión a Tuluá. Allí también me amenazaron así que me fui a Pasto y luego a Bogotá. Llegué a la capital a los 20 años”
Sin saberlo, en cada punto de ese recorrido Camila, Juliana y otras chicas trans dejaron regadas emociones y memorias. Yotoco, por ejemplo, ya no era solo un municipio para Juliana. Representaba la rabia, la desilusión y el odio. No podían volver al lugar para ver cómo estaba su mamá por miedo a que las mataran. El confinamiento geográfico continuó cuando llegó a Bogotá. No pueden moverse del barrio Santa Fe porque es su fuente de ingresos y por fuera de la zona de tolerancia las discriminan y agreden. Están confinadas no solo físicamente, también emocional y psicológicamente a ese pequeño espacio en que la sociedad les permite existir.
Este mapa muestra los lugares a los que se tuvo que desplazar Camila y las emociones que sintió durante sus viajes. Foto Sebastián León Giraldo, Parces ONG.
De todo esto se dio cuenta Parces Ong. y por eso empezó el proyecto Mobilities at Gun Point (Movilizaciones por amenaza armada). Luego de una etapa de estudio y diagnóstico del problema empezaron a hacer una serie de iniciativas culturales para reparar de forma simbólica a las mujeres trans que fueron desplazadas por la violencia debido a su condición de género.
“No queremos repetir o complementar historias ya contadas sino hacer visibles a esas personas históricamente marginadas y eliminar las barreras jurídicas que las hacen más vulnerables al abuso policial”, explica Julián (a) Salamanca, quien dirige las comunicaciones de Parces ONG. Este tipo de procesos, añade, son necesarios por la inefectividad del Estado para reparar integralmente a las víctimas del conflicto armado.
Lo primero fue reconstruir los mapas de desplazamiento de las mujeres trans que participan en el proyecto de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes y Parces ONG. Cuando tuvieron ese diagnóstico fue hora de cambiar esos significados negativos que la guerra les había otorgado a los espacios geográficos. Para eso fue el viaje.
Cuando hicieron el ejercicio de reparación en el municipio de Yotoco no faltaron los comentarios transfóbicos y la violencia verbal hacia las mujeres. “Me sentí exactamente igual de insegura a cuando me fui de la zona hace 15 años. Tal vez la violencia armada no es igual de obvia, pero el odio hacia nosotras sigue siendo muy fuerte”, explica Camila, miembro de la Red Comunitaria Trans de Bogotá.
Las mujeres concluyeron que hace falta mucha educación sobre los derechos de los Lgbti para que ellas puedan volver seguras a su municipio. Esta realidad no es fácil de aceptar porque su familia sigue allá y sus mamás están mayores y necesitan que alguien las cuide. Sin embargo, la visita también representó una victoria en el proceso de perdón y reparación que tiene cada una de ellas.
“Estaba muy asustada de volver a mi casa. No sabía cómo reaccionaría mi mamá al ver todos los cambios que he tenido a lo largo de los años”, explica Juliana. Todo el miedo que sentía se disipó cuando su mamá la abrazó y la llamó hija. Cuando se le pregunta a Camila cómo se sintió durante el reencuentro suspira y dice: “Ver a mi mamá fue la mejor reparación emocional. Es el ser más preciado en mi vida ¿no es algo que tenemos en común todos nosotros?”.