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“Cuando me dieron la camisa camuflada me sentí realizada como guerrillera”: Karina

Fragmento del libro “Volver a ser Elda. Una biografía íntima de alias Karina”, recién publicado con el sello editorial Debate.

Gustavo Duncan y Elda Mosquera * / Especial para El Espectador

08 de septiembre de 2025 - 10:00 a. m.
Elda Neyis Mosquera Garcia, quien fue conocida en la guerrilla como alias Karina, dice que "las FARC nunca perdonaron mi deserción y no han dejado de verme como una traidora". Durante el gobierno de Álvaro Uribe fue liberada y nombrada gestora de paz. En 2023 aceptó sus delitos ante Justicia y Paz y a través de este libro vuelve a confesarlos y a pedir perdón a las familias de los centenares de víctimas que causó. / Cortesía
Foto: COLPRENSA

“USTED SE VA A LLAMAR KARINA”

Yo ingresé al quinto frente de las FARC el 3 de septiembre de 1984, tenía dieciséis años. No fui la única. Durante tres meses, entre agosto y octubre, ingresaron más de trescientos jóvenes a las FARC en la región de Urabá. Entre ellos alrededor de cincuenta mujeres. A mí me llevó un dirigente del partido, Efrén González. Era el dirigente que recogía los nuevos reclutas en la región. Ingresamos seis personas, tres hombres y tres mujeres. Solo recuerdo el nombre que le pusieron a uno de los hombres, Enrique. A las mujeres les pusieron Viviana y Deisy. A mí me pusieron Karina. Quien nos bautizó fue Erika, la mujer del comandante Isaías Trujillo. Ella fue la que habló con nosotras de cómo era la guerrilla, de la función que íbamos a desempeñar. Nos preguntó si traíamos nuestros nombres para usar en la guerrilla. Ninguna lo traía. Entonces miró en una lista y nos dijo: “aquí tengo varios nombres, usted se va a llamar Viviana, usted Deisy y usted Karina”. Erika fue quien me bautizó.

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Al principio, fue difícil acostumbrarme a la vida guerrillera. Una de las cosas que más me incomodaba era bañarme con ropa interior delante de los hombres. En mi casa, como éramos campesinos, yo era muy pudorosa. Íbamos a una quebrada. La quebrada tenía un montecito, allá nos bañábamos con mis hermanas. Mis hermanos se hacían en otro lado. Con el paso del tiempo me fui adaptando y terminé haciendo lo que todas las guerrilleras antiguas hacían, bañarse todos juntos, hombres y mujeres.

No todo era malo. A mí me vino el período a la edad de doce años. Duré cuatro años usando trapitos para no manchar mi ropa. Era lo que usualmente usaban las campesinas: una toallita o un trapito. En las FARC por primera vez use una toalla higiénica. Al principio, como no sabía usarla, la puse al revés. Cuando la fui a despegar me arrancó los vellos. Grité de dolor.

El comandante del frente quinto era Efraín Guzmán, o Nariño, como lo llamaban en el Secretariado, la instancia compuesta por los siete máximos comandantes de las FARC. El viejo era analfabeta, venía del Pato Guayabero, de donde nacieron las FARC. Era marquetaliano4.

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Seguramente, como mi hermano estaba en la organización, me trataron mejor que a los otros reclutas. A los veinte días de haber ingresado me sacaron a una comisión. Eran dos comandantes, Efraín Guzmán y Víctor Tirado, diez guerrilleros antiguos y dos nuevos: Arlex y yo. Estuvimos en un campamento, yo no sabía qué hacían los guerrilleros en ese tiempo ni me dio por preguntar. Solo sabía que en ese campamento las FARC hacían muchas caletas5. No tenía ni idea qué uso les iban a dar a las caletas. Estuvimos dos meses en esa comisión. Los guerrilleros antiguos con los dos comandantes se iban a las seis de la mañana y llegaban en la tarde empantanados. A los guerrilleros nuevos no nos llevaban. Era muy dura la guardia. Éramos solo dos, armados apenas con un revólver, sin ningún tipo de preparación. Tan solo nos explicaron qué hacer en caso de que apareciera un enemigo. Arlex y yo cumplíamos el turno de guardia diurno. La guardia agotaba. Eran cuatro horas de pie en cincuenta centímetros cuadrados. La temperatura era asfixiante al mediodía. Y estaba el miedo: si nos atacaba el enemigo, íbamos a ser la primera baja.

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En ese campamento fue mi primera sanción. Me dieron la orden de ponerme un brazalete con un distintivo de las FARC a las seis de la mañana. Me lo puse solo hasta las dos de la tarde. No quería vestirme con la camisa camuflada que me habían dado sin bañarme. En la camisa tenía puesto el brazalete. En ese tiempo todavía estaba de pantalón y camiseta de civil; cuando me dieron la camisa camuflada me sentí realizada como guerrillera. Organicé mi ropa con el brazalete en la camisa; me dije: “a las dos me la pongo, después de bañarme”. A las cinco de la tarde me criticaron en la revista del campamento: “usted no se puso el brazalete cuando se le ordenó, por eso va a cargar cinco viajes de leña”. Mi moral se derrumbó. Fui a buscar la leña, lloraba. Me decía: “en mi casa cargaba leña porque quería, si no quería no buscaba leña. Aquí todo es por obligación”. Gladys, una de las guerrilleras del campamento, comandante de rango medio, habló conmigo. Me leyó el reglamento de las FARC. Entendí las razones de la sanción. Volvió a subir mi moral. Conocía a Gladys desde antes de ser guerrilleras. Su familia vivía en una vereda cercana a la mía.

En la comisión también teníamos la misión de destruir cultivos de coca. Estábamos acampados en una punta de monte rodeada de matas de coca. Al que no estaba de guardia le tocaba ir a arrancar las matas. Era un trabajo arduo, bajo el sol y la humedad. Las FARC en ese entonces tenían prohibido los cultivos en la zona. Le decían al campesino: “si usted siembra coca, se va o se muere”.

Después de dos meses de estar en la comisión regresamos a la unidad. Cuando me fui de mi casa usaba talla 10, cuando llegué de la comisión usaba talla 14. Había engordado mucho.

En la unidad de entrenamiento había alrededor de trescientos nuevos guerrilleros, habían ingresado en los mismos días que yo. Uno los veía militarmente más formados, manejaban a la perfección el entrenamiento cerrado, que era todo lo que tenía que ver con el campamento y el patio de la gimnasia. No me sentía a su nivel. Tenían un estilo disciplinado e imponente de marcha. Una vez me mandaron a la formación y dieron unas voces de mando para marchar que no conocía. Me dio vergüenza, me salí de la formación sin decir nada. El comandante me regañó. Sin embargo, guardaba en mi mente las palabras que me dijo mi padre: “hija, tiene que ser buena guerrillera”. Me propuse aprender. Estudiaba y copiaba todos los ejercicios. Duramos alrededor de tres semanas más en ese campamento. Al final de ese tiempo no solo hacía los ejercicios sino que los dictaba.

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Cuando salimos del campamento nos dividieron en dos columnas. Yo quedé bajo el mando de Isaías Trujillo. Él fue uno de los fundadores del frente quinto. Era buen militar. Era el reemplazante de Efraín. Las columnas estaban conformadas por entre cien y ciento diez guerrilleros. Nos desplazamos al corregimiento de Batata, que era parte de Tierralta, Córdoba. En diciembre me nombraron ecónoma de la columna. La ecónoma se encargaba de organizar la alimentación de los guerrilleros: manejaba el presupuesto y suministraba los alimentos a los cocineros de la guerrilla, quienes se conocían como rancheros. No me sentía capaz de asumir esa responsabilidad. Le dije a un comandante, alias Ramiro, que no sabía hacer esa tarea. Me dijo: “Negra, tú eres capaz, sabes mucha matemática”. En la escuela era la materia que más me gustaba. Erika era la tercera al mando de la columna. Me enseñó las funciones del cargo. Recuerdo que cuando me nombraron ecónoma me dieron un carriel pequeñito cubierto con cuero peludito, allí guardaba la libreta donde anotaba la lista del mercado, lo que le entregaba a cada guerrillero de comida, a cuál escuadra le entregaba tal olla, a cuál un molino, y el resto de controles que había que llevar para que no se perdiera ni plata, ni alimentos, ni materiales de cocina. Recuerdo también que me entregaron trescientos mil pesos para comprar la alimentación de cien guerrilleros durante dos meses. Era muchísima plata, nunca imaginé que la iba a tener entre mis manos.

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La primera arma que me dieron en la guerrilla fue un revólver. Después me quitaron el revólver y me dieron una carabina San Cristóbal. Tuve la carabina durante el tiempo que estuve en la comisión. En ese tiempo los combatientes que tenían armas largas eran contados. Fui una mujer privilegiada porque a los veinte días de ser guerrillera me dieron una carabina.

Al principio, el entrenamiento de armas fue teórico, no disparábamos. Cuando acabamos el entrenamiento me dieron un fusil G3. A ese fusil se le había partido la pata de la culata, la tenía pegada con colbón. Era mi arma de dotación. Luego, en la primera semana de 1985, hicimos polígono en una base militar que el Ejército había abandonado tiempo atrás en Batata. Utilizábamos las trincheras, el campo de tiro y demás instalaciones abandonadas. El polígono estaba sobre una trinchera de alto relieve, allí nos ponían a disparar. Disparar un arma generaba mucha excitación entre los nuevos guerrilleros. Hasta ese momento no lo habíamos hecho. Solamente pudimos hacer cinco disparos ese día, la municiones eran muy costosas. A mí me tocó disparar con el fusil de dotación que tenía. La culata pegada con colbón se rompió en el primer disparo por la fuerza retroactiva. Me rompió el labio y me atendieron en primeros auxilios. Yo quería seguir disparando, entonces me prestaron otro fusil. Fui una de las mejores en el polígono. Eran tiros a cien y a doscientos metros. No acerté en la diana, pero todos los disparos los pegué en el cartón.

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Alias 'Karina' cuando era cabecilla de las Farc. Fue condenada a 40 años de cárcel, después de entregarse al ejército, y a pagar 500 millones de pesos. Hoy, a los 65 años de edad, insiste en ser promotora de paz.

En 1984 una pareja ingresó a la guerrilla, Gonzalo y Maribel. Ella era muy bonita. Al rato se separó de él porque la celaba demasiado. No permitía que se acercara a otros guerrilleros, ni que estuviera lejos de él. Maribel habló con los comandantes y le permitieron separarse.

En ese tiempo no se contemplaba el baño diario en la rutina de los guerrilleros. Nos mandaban por turnos de escuadras a asearnos en la tarde. El aseo, tanto para el hombre como para la mujer, consistía en lavarnos los genitales y los pies. Impedir que nos bañáramos todos los días era un capricho de la dirección. Los baños eran solo los sábados y los miércoles. Íbamos a los caños o a alguna quebrada. Nos bañábamos en ropa interior durante veinte minutos, no nos daban más tiempo. Tampoco nos dejaban secar al sol la ropa. Hacíamos fogatas en las noches para secarla. Nuestros uniformes olían a humo.

Una tarde en que dieron el permiso de baño de veinte minutos a la escuadra de Maribel, Gonzalo aprovechó para acecharla en el camino. Se escucharon dos disparos. Ella murió de inmediato. Él huyó, corrió por un rato entre la selva. Luego paró, se pegó un tiro pero no murió. Por todo el campamento sonó la alarma que Gonzalo había matado a Maribel. Trajeron el cadáver de ella y lo organizaron para enterrarlo. También trajeron a Gonzalo. No le dieron primeros auxilios. Los comandantes nos formaron. Éramos casi doscientos guerrilleros. Nos preguntaron si debíamos darle primeros auxilios a Gonzalo o si debíamos matarlo. Todos respondimos que matarlo.

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Maribel tenía dos hermanos en las FARC. Levantaron la mano en la formación, pidieron matar ellos mismos a Gonzalo. El comandante les dio un revólver, le dijo al hermano mayor que lo matara de un solo tiro. El muchacho desobedeció, le descargó los seis tiros del revólver. Inmediatamente mandaron a hacer un hueco en la tierra para enterrar a Gonzalo. A Maribel la velamos toda la noche, se le hizo calle de honor en el campamento, en medio de la selva. En las instrucciones de orden cerrado nos habían enseñado a hacer paradas militares para rendir honores a los guerrilleros muertos.

Al otro día enterramos a Maribel.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Gustavo Duncan (Cartagena, 1973): Ph. D. en Ciencias Políticas de la Universidad de Northwestern (Illinois, Estados Unidos). Actualmente es profesor de la Universidad EAFIT (Medellín), donde enseña Economía Política del Crimen Organizado e Historia del Conflicto Colombiano. Hizo parte de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas en las conversaciones de paz en La Habana. Es autor de Más que plata o plomo (2014), Los señores de la guerra (2015), Democracia feroz (2018) y ¿Para dónde va Colombia? (2022). Elda Mosquera. A los dieciséis años, siendo una joven campesina en Urabá, fue reclutada por las FARC. Durante más de veinticuatro años fue conocida como alias Karina, hasta que desertó en 2008 y tuvo que afrontar el juicio de un país para el que ella encarnaba la maldad y la degradación de la guerra, un mito que creció en los medios de comunicación sin que la guerrillera, internada en la selva, tuviera conocimiento alguno de las atroces acciones que se le adjudicaban.

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Por Gustavo Duncan y Elda Mosquera * / Especial para El Espectador

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