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La desaparición de un padre y la pérdida de un hermano menor deja heridas profundas. Las siguientes cartas son los relatos de dos mujeres que nunca han perdido la esperanza de ver con vida a las personas que los violentos les arrebataron de su lado.
La ausencia
"Mi Nombre es María José Murad Martínez, hija de William Hernando Murad Sánchez, quien fue desaparecido forzadamente el 28 de julio del año 2001 en Cabuyaro (Meta). Ese día los paramilitares citaron en una finca a varios habitantes entre los que estaba mi padre de 51 años. Él fue el único que tomó la decisión de presentarse a esa cita sin regreso a su casa.
Desde ese entonces mi abuela y mi tía Aidé decidieron buscarlo por donde fuera. Mis abuelos Elías Murad Ruiz y Teresa Sánchez no pararon su lucha por encontrarlo vivo, pero sin encontrar respuestas válidas partieron de este mundo en el año 2014.
Nunca pararon su lucha y nos la heredaron a mis hermanas y a mí. Mi madre, María del Pilar Martínez Hernández, después de la partida de mi padre, se quedó con nosotras: tres mujeres que desde chiquitas hemos batallado por encontrar a mi padre vivo. O encontrar alguna respuesta.
Solo los que hemos pasado por este dolor sabemos que es crecer con ese nudo en la garganta, de ver luchar a mi madre por encontrar al único hombre que amó; a mi abuela llorándolo cada día de su vida; a mi abuelo queriendo ver en nosotras a su hijo, aquel que para él era un ejemplo para el mundo. Hoy en día me doy cuenta que todo hubiera sido muy diferente si mi padre hubiera estado al lado mío y de mis hermanos.
A veces las consecuencias de crecer sin un padre son duras, porque, aunque tu madre te brinde un amor muy grande, no se compara con el de un padre. Duele demasiado no tener esa protección, lo cual en ocasiones te lleva a tomar malas decisiones. ¿Por qué? Porque te faltó esa parte de la vida.
Cuando tenía la suficiente edad para entender que era cumplir quince años me decía a mí misma que mi padre estaría a mi lado. Lo viví en un sueño, aunque estuviera despierta. Le dije a mi madre cuando faltaban semanas para cumplirlos junto a mi hermana melliza: ‘Yo no quiero fiesta de quince porque mi padre no merece que otro inicie el vals cuando él debería hacerlo’. Cuando ese día llegó, me quedé en la puerta esperando a que mi papá llegara. Pero no fue así. En medio de lágrimas cerré la puerta, puse el vals a todo volumen y me imaginé a mi padre bailándolo conmigo con una rosa en sus manos y dándome un beso y un abrazo.
Esto ha sido lo más duro de mi vida. El dolor que siento en mi corazón es tanto que llega a ser suficiente para perdonar al comandante “Gato”, que se llevó a mi padre sin importarle que tenía seis hijos, esposa, una madre, un padre, y hermanos.
En ocasiones se me forma un nudo en la garganta porque quisiera no verlo en fotos sino en persona, darle un beso, abrazarlo y decirle que no se vaya de mi lado. Pero hoy solo digo:
Padre te quitaron tu libertad en la tierra, pero ahora la tienes en el cielo. Y aunque no te vea, sé que estas a mi lado protegiéndome y abriéndome campo para poder darte un orgullo, como siempre lo has querido. Padre todo ha sido duro, pero solo sé que te amo con todo mi corazón y que eres la razón por la cual quiero salir a delante”.
La lucha de los Santiesteban
La familia Santiesteban no ha vivido en paz. Luego de perder a un hermano y salir desplazados del departamento de Chocó, llegaron a Buenaventura. Ahí les desaparecieron a uno de los más pequeños, a Pedro Manuel Satiesteban, a quién aún esperan con vida.
"Soy Luz Dary Santiesteban, hija del departamento del Chocó y miembro activo de la organización madres por la vida de Buenaventura. A raíz de los hechos ocurridos el 25 de noviembre de 1998 en Chocó, donde vilmente asesinaron a Luis Alberto Santiesteban, a nosotros ni siquiera se nos permitió ir a enterrarlo por todas las viles amenazas.
Dicen que su cuerpo fue desmembrado y arrojado al mar. Nos vimos obligados a desplazarnos a Buenaventura. Llegamos al barrio San Francisco. En el puerto, el 24 de marzo del 2002, hacia las 10 de la mañana mandamos a Pedro Manuel Santiesteban a comprar el almuerzo a la plaza de mercado Juan XXIII. Ahí Pedro fue desaparecido y visto por última vez.
Su ausencia partió en dos nuestras vidas, porque nos reprochábamos y culpábamos de los hechos. Nos dio angustia, desesperación, tristeza, soledad e impotencia por no saber de su paradero. Esto provocó desintegración familiar, nos resecó y quebrantó el corazón, que quedó lleno de mucho dolor y coraje.
Primero nos preguntábamos por qué se lo llevaron si simplemente era un joven adolescente con mucho futuro y sueños por delante. Nuestros padres murieron con la esperanza que regresara. Yo he sufrido muchas enfermedades a raíz de su desaparición, porque él era muy importante en nuestras vidas.
Nuestra dignidad humana fue pisoteada. Yo me siento confundida. No entiendo por qué si el Estado es el garante de nuestros derechos, nos los viola. No quiero que me vean como una persona resentida. Al contrario, solo me preguntó por qué cada día desaparecen más personas. ¿Cuándo termina esto? Nuestro hermano era una persona muy importante en nuestras vidas, sus sueños quedaron truncados y a pesar de su corta edad era muy servicial. Aún lo seguimos esperando. Sigo soñando con el día en que Pedro Manuel entre por la puerta para abrazarlo. Mostrarle la foto de su último cumpleaños, en la que está toda la familia.
Si tú no regresas pienso que la pena moral puede acabar conmigo, como le paso a tus padres y no creas que es muy fácil volver a escribir. En Colombia se debe respetar la dignidad humana y los derechos. Ojalá nunca más vuelva a existir una persona desaparecida, porque solamente el que lo vive y lo sufre sabe el dolor que causa. Es la peor tortura que existe en la vida. Vivos se los llevaron y vivos los queremos".