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Asfaddes: en busca de certezas sobre los desaparecidos

La historia de la Asociación de Familiares Detenidos y Desaparecidos es una historia de fuerza, de obstinación y de cómo mantener vivo el relato de los desaparecidos más allá de los informes y las estadísticas.

Daniela Jiménez
05 de julio de 2021 - 06:48 p. m.
Asfaddes: en busca de certezas sobre los desaparecidos

Hace cuarenta años, cuando la desaparición forzada no era todavía un delito tipificado en el Código Penal, Gloria Luz Gómez cruzó la Plaza de Bolívar en Bogotá para unirse por primera vez a una marcha. Pasó, quizás, por las mismas aceras que semanas antes había pisado su hermano Leonardo en una búsqueda similar e igual de intensa, acompañado de otros estudiantes como él y de pancartas, globos y claveles blancos. No se hablaba en público de daños, ni de pérdidas, ni de duelos en vilo.

Era 1983 y no había Fiscalía en Colombia, ni oídos atentos en las estaciones de policía dispuestos a escuchar sobre desaparecidos. Gloria Luz acababa de dejar su testimonio en un juzgado cuando vio la marcha afuera y la alcanzó. Era una jornada que copaba las calles, como las que tanto acompañó Leonardo antes de no volver a casa. Las mujeres cargaban los megáfonos y los carteles con los nombres de estudiantes jóvenes como su hermano, de los que ya no tenían más que una fotografía.

La Plaza de Bolívar, sin embargo, fue para esas primeras marchas como una caldera de recelo e indiferencia. Policías, curiosos, otras mujeres y hasta militares ignoraron en silencio las pancartas. Incluso algunos les gritaron desde los balcones de las casas que cogieran oficio. O que estaban locos. O que eran unos sinvergüenzas.

Eran días de persecuciones, allanamientos, angustias y silencios. Crecían las fotografías, los folios, las listas y los nombres sin pistas; seguían los gritos de las madres haciéndose un lugar en la Plaza de Bolívar. Sería esa insistencia voraz lo que le daría origen, en 1985, a la Asociación de Familiares Detenidos y Desaparecidos de Colombia (Asfaddes), una de las organizaciones de derechos humanos más antigua de Colombia. Cada madre o padre que llegó buscando a alguien se hermanaba con las preguntas y duelos de otras madres o mujeres que también buscaban.

Hoy, a sus 64 años, Gloria Luz recuerda cómo esas movilizaciones iniciales se hicieron sitio entre tanta incomprensión. En los ochenta, dice, nadie sabía qué hacer ante la desaparición forzada de un ser querido y, tras cuatro décadas de buscar a su hermano, dice que aún no hay suficiente apoyo estatal, ni trámites burocráticos más justos, ni artificios mágicos para hacer el duelo más soportable. A su hermano Leonardo le perdieron el rastro en noviembre de 1983, cuando ya había asistido y convocado a marchas buscando a los suyos, es decir, a otros 13 estudiantes de la Universidad Nacional y la Universidad Distrital, ambas en Bogotá, que desaparecieron entre el 4 de marzo y el 15 de septiembre de 1982.

Por eso, la premisa de la organización desde el comienzo fue erradicar la desaparición forzada y encontrar los mecanismos jurídicos para la sanción de los responsables. Gloria Luz, ahora como coordinadora de ASFADDES, recuerda que han tenido que aguantar las incalculables asimetrías y violencias en medio de “los oídos sordos del Estado” para hablar sobre los seres queridos que han perdido a causa de su actividad política.

Primero fueron las mujeres quienes salieron de casa porque, cuenta Gloria, el día en que se llevaron a sus parientes “todas murieron y volvieron a nacer como buscadoras”. Eran las madres, las abuelas, las tías y las hermanas; caminaron en jornadas de inspección milimétrica, hicieron ayunos larguísimos en la Plaza de Bolívar, asistieron en grupos organizados hasta los lugares en donde creían que sus familiares estaban detenidos a causa de su liderazgo social o militancia. Llenaron las estaciones de policía, el batallón, las cárceles e incluso, no sin temor, los cementerios. La respuesta era la misma: No los tenemos, no molesten, váyanse, cállense.

En los años que siguieron Gloria hizo de las familias de los desaparecidos sus nuevas amistades. Recorrió con Asfaddes casi todas las ciudades de Colombia, memorizaron y gritaron en cada municipio que pisaban la misma consigna: “Exigimos la aparición con vida, la verdad y la justicia”.

En 1988 desaparecieron a Luis Miguel Gómez, otro de los hermanos de Gloria, en Norte de Santander. Agotados de las evasivas, asistieron dos años después a la ONU para solicitar respaldo ante la falta de atención de las autoridades colombianas y así exigir que la desaparición se incluyera como un delito ejercido por todos los actores de la guerra, incluido el Estado.

Después de doce años de hostigamientos, de amenazas, de meses de intentar decantar el dolor, el 10 de julio de 2000, Asfaddes celebró su primer gran triunfo: se aprobó en Colombia la Ley 589, en la que se tipifican el genocidio, la desaparición forzada, el desplazamiento y la tortura. El trabajo, sin embargo, no se detuvo: continúan hasta hoy la denuncia y seguimiento de estos casos en instancias judiciales, el rastreo de cuerpos encontrados como NN (no identificados), la compañía moral y física a familiares de personas desaparecidas.

Aunque el rastreo continuó con la misma insistencia, Gloria reconoce que han dejado de contar. En 1988, durante los comienzos de Asfaddes, ya registraban 400 casos de desaparecidos. Cuatro décadas después han sobrepasado los más de mil casos documentados por motivos asociados a su militancia política, pero Gloria Luz es enfática en que Asfaddes no está ahí sólo para engrosar los informes estatales con cifras y estadísticas.

Lo que busca Asfaddes es que el Estado y los ciudadanos entiendan que, más que conservar números, los folios guardan vidas humanas: sus hábitos, por ejemplo, o el color del cabello de ese ser querido, o las pecas que tenía sobre la nariz. “La memoria nos ha permitido documentar los casos”, añade Gloria Luz, “es decir, volverlos a traer vivos, como ellos eran”. Fue un poco como volver a mirar a los cuerpos físicos, ausentes durante tantos años, y darles un escudo en el recuerdo. Cuando Gloria piensa en la resistencia, menciona que esa fuerza viene de la falta de respuestas, pero también de esa necesidad de mantenerse vigentes y atentos “porque nuestros seres queridos merecen que Asfaddes resista para seguir luchando”. Hay ahí una certeza: cada fotografía o nombre tiene alguien que lo busca, a pesar del cansancio o las malas noticias. Otra de las formas de la justicia, cuando aún no hay respuestas, es saber que alguien los espera en casa.

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Por Daniela Jiménez

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