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Puntadas para el recuerdo, la historia de la madre de un soldado desaparecido

María Norata Cárdenas, madre del soldado Harbey Leonardo Rincón, víctima de desaparición forzada desde el 10 de marzo del 2004, recordó a su hijo para el libro Memoria y nostalgia, del Ejército Nacional. Cuenta cómo el arte le ha servido para sanar.

Jhon Bayron Bedoya Sandoval*
17 de abril de 2019 - 12:00 a. m.
María Norata Cárdenas participó en un taller de reparación con las madres de Soacha, allí se encontraron en el amor de madres y el dolor de la desaparición forzada. / Mauricio Alvarado - El Espectador.
María Norata Cárdenas participó en un taller de reparación con las madres de Soacha, allí se encontraron en el amor de madres y el dolor de la desaparición forzada. / Mauricio Alvarado - El Espectador.

Primer amor

Lo primero que rememora son los recuerdos bonitos del primer hijo. Según doña María, la experiencia de ser madre no se vio opacada por la falta de apoyo de sus padres u otros familiares. Para ella, ese primer hijo fue la escuela de la vida porque fue la primera vivencia de cuidar y amar a otro ser, como ella lo dice “tener un hijo, mi primer hijo, fue otro bello vivir”.

Amor en solitario

Como en muchos casos, tener un hijo a corta edad trae consigo rupturas familiares, significa reinventarse en solitario para atender las necesidades de ese nuevo ser; en este caso, no fue diferente. Su hijo nació cuando ella tenía 15 años, pero su lucha le permitió sobresalir y brindarle oportunidades que estaban a su alcance. Doña María fue madre, padre, abuela, tía y amiga.

Amor compartido

El amor se multiplicó cuando llegó su hija, Nancy. No obstante, él cambió, demostraba esos celos normales de un niño que hasta sus 4 años había sido hijo único. Doña María tiernamente recuerda que su hijo le decía que lo había cambiado por su hermanita, “que lo había dejado a un lado”, soñaba con ser único, aunque su deseo también era tener un hermanito.

Su escuela

El aprendizaje que se adquiere en el campo le permitió tener una experiencia diferente a la de la urbe, en la ciudad los muchachos se pueden volar a la calle, jugar maquinitas o hacer otras actividades que para los citadinos son normales; en el campo la escuelita era otro mundo, las clases duraban todo el día, no les permitía mucho espacio para hacer otras actividades. Doña María recuerda su horario: “Entraban a las 8 y salían a las 11, volvían a la 1 y terminaban clase a las 5 de la tarde”.

Describe a su hijo como un muchacho juicioso para el estudio, que no perdió un solo año. Era aplicado, buen compañero, recuerda sus buenas notas, siempre superiores a 3.5. Su hobby era ir a ver vacas y el campo; señala la humildad con la que su hijo hacia las cosas, era obediente. Con nostalgia mira a su nieta (quién se encontraba en el momento de la entrevista), y doña María con gracia dice:

Rememora que nunca pasó de un regaño con Leonardo, trae a su mente, con una mirada compasiva, de esas que solo tiene una madre, a su hijo en los mandados y lo cumplido que era para hacerlos.

Los bolinches

Entre risas doña María cuenta que la fascinación de su hijo era jugar bolinches (canicas), relata que sus pantalones tenían parches rotos en las rodillas y su bolsillo izquierdo estaba reventado por el peso de las canicas. Sus bolinches los conseguía jugando con los compañeros del colegio.

Felicidad en el parque

Los sábados de mercado eran días de compartir. Los años bonitos se reflejan en el disfrutar de ella junto con sus hijos, verlos correr y jugar en el parque del pueblo. Recuerda con especial amor una foto junto a sus hijos allí, para ella, ellos eran, son y serán todo. Piensa en la seriedad de su hijo, y en la dificultad de encontrar un buen fotógrafo, al mirar la fotografía que sostiene en sus manos, señala que ese es el motivo por el cual casi no hay fotos de esa época.

El chaleco

Cuando doña María toca el chaleco del bautizo de Leonardo para hablar de él y lo que representa, sus ojos se encharcan, cuenta con cariño que es la prenda que más simboliza a su hijo. Le es imposible recordar cuantas veces lo ha doblado y desdoblado para mirarlo, tantas veces que su camiseta se dañó por los dobleces y por el tiempo. Recuerda con una lágrima, que la celebración del bautizo se realizó en una panadería compartiendo una gaseosa y unas galletas, en medio de la humildad, pero inmersos en el profundo amor que una madre joven puede brindarle a su hijo.

Las botas preferidas

Leonardo consideraba al esposo de su mamá como su propio padre; Doña María recuerda como una vez su hijo le hizo un escándalo a su esposo por unas botas texanas, él, en medio de esa alcahuetería de padre, y después de un rato de pataleta, se las obsequió.

Otra de las cosas imposibles de olvidar para doña María, es el deseo de su hijo por tener un radio, soñaba con uno de color azul y en medio de su berrinche infantil le tocó darle uno rosado que era el único disponible; a pesar del poco dinero eran felices, doña María recuerda con amor estas dos anécdotas.

El patrullerito, el pequeño Héroe

Leonardo hizo parte del programa de patrulleritos de la policía; su mamá, con nostalgia, señala la felicidad que le dio verlo con la boina el día de la ceremonia del juramento, cuando tan solo tenía 13 años. Durante los dos años que perteneció al programa de patrulleritos su felicidad era visible, sus desfiles en el parque en fechas especiales eran los días en los que más feliz se sentía:

Un hogar en los sueños

Su sueño siempre fue darles una casa digna a su mamá y a sus hermanos, darles la posibilidad de tener las oportunidades que le fueron negadas a él por las condiciones económicas en las que vivían, su propósito era ser: “su pequeño gran héroe”.

Cuando tenía 14 años y veía a su hermana, pensaba en cómo brindarle las oportunidades que añoraba para ella y sus demás hermanos. De esta forma, trabajó en las minas de carbón desde los 15 años, siempre siguiendo su meta de ofrecer la posibilidad de una vivienda digna a su familia. Decidió quedarse con su abuela materna, en su natal Socha, Boyacá, mientras que su madre partió a la capital buscando un mejor futuro.

Días especiales

Leonardo era muy detallista con su mamá, un día de la madre en medio de la humildad y la situación económica, doña María menciona que le entregó como regalo una flor y maíz pira en una bolsita de papel diciéndole: “es poquito, pero con mucho amor”. El maíz pira lo sacó del mercado de la casa, pero la intención la conmovió. Hablar de ello le hace recordar las navidades donde le brindaba como regalo un corazón de papel pintado y una leyenda. Estas fechas especiales aún las recuerda con amor y cariño.

El servicio

Leonardo era un muchacho reservado, poco compinchero, con una mirada al cielo doña María cuenta que su hijo solo le presentó una novia, relación que terminó cuando ingresó al Ejército.

A los 18 años, Leonardo ingresó al Ejército. Doña María recuerda que, pese al deseo de su hijo por hacer parte de la institución, la forma en que ingresó fue circunstancial: “él se queda en el pueblo con la abuela otros días y Alonso (su esposo) y yo nos fuimos para Bogotá, a los días él viaja solo y pasando por Tunja lo bajaron para pedirle sus papeles y al no tenerlos, fue llevado a solucionar su situación militar […] a los pocos días fue enviado a continuar su formación militar en Arauca”.

Lea: Un alivio contra el dolor de la desaparición forzada

Después del juramento de bandera tuvo unos días de permiso, un avión del Ejército lo llevó hasta Sogamoso y de allí salió a Socha a visitar a su abuela materna, luego visitó a su familia en Bogotá; y posteriormente, se presentó en compañía de su madre en puente Aranda para ser trasladado nuevamente a Arauca.

Su sueño era volverse un “profeta” como le decía a su mamá, ya no para darle una casa sino para arreglar la que ya tenían, recuerda que en marzo del 2004 le dijo al ponerse de pie:

Esta fue la última conversación que tuvo con su hijo antes de salir hacia donde su tío, al día siguiente fueron al terminal de la capital para que emprendiera su viaje a Arauca donde terminaría su servicio.

Su viaje sin regreso

Su hijo salió a las 6:00 de la tarde rumbo a Arauca y no llegó a su destino, los hechos aún son confusos, a doña María le informan que su hijo fue bajado del carro por el ELN en el Puente de la Cabuya. Ella realizó sus indagaciones, habló con el conductor del bus, quien dice que a ellos nunca los pararon y que a los muchachos nunca los bajaron. Leonardo se desapareció junto a un compañero de Guateque.

Vea: Galería: Los álbumes familiares de los desaparecidos

La llamada

Recuerda que recibió una llamada el viernes 13 de marzo de 2004 a las seis de la tarde, ella se encontraba sola y le dijeron:

Preguntó por qué se demoraron tanto en avisar; le informan que existe un protocolo de 72 horas, que se debe esperar para dar la denuncia. Las primeras en enterarse fueron sus hermanas, quienes llamaron a su padre, al llegar a casa encontró una madre destrozada en medio de un llanto imparable, él también lloró y sufrió por la noticia.

El shock de la pérdida de su hijo le hizo estar quieta durante 3 meses y un domingo llena de valor, rabia y tristeza, salió rumbo al Batallón de Artillería donde le informaron que debía ir al Centro Administrativo Nacional. A pesar de los trámites, logró entrar, y allí un uniformado le brindó la ayuda necesaria para hacer las gestiones correspondientes sobre la desaparición de su hijo.

Papeles y dolor

Cuando el funcionario le ayudó con la documentación, se encontró con la sorpresa que su hermana también había pasado papeles haciéndose pasar por doña María, alegando que ella lo abandonó a él y que ella como su tía suplió ese papel.

No sabía qué pensar, no quería dinero, solo quería encontrar a su hijo, pero se encontró con esa noticia que agrandó su dolor e ira. Esta situación generó un problema familiar, agrandó el sufrimiento ya sumado a la pérdida; doña María con documentos que certificaban ser su verdadera madre, tuvo que iniciar un trámite administrativo para solucionar el embrollo.

Después de casi un año, el coronel asignado para el caso decidió hacerles una entrevista en Tunja para solucionar el problema; al llegar se encontró con sus dos hermanas y su hermano. En los documentos que su hermana presentó dijo que estaba sola, que su madre (es decir la abuela de Leo) ya había fallecido, lo que resultó ser falso, puesto que ella aún vivía.

Fue hasta ese momento, cuando doña María se dio cuenta que por la desaparición su hijo iba a recibir una indemnización. Dos meses después recibió una llamada y fue ahí cuando se materializó la compensación económica. Tras eso, la relación familiar se fracturó, acrecentó el problema del hijo joven y sin padre, pero nuevamente este evento fortaleció a doña María, quién demostró que su persistencia en medio de la tristeza le permitió unirse más a sus hijos. Su lucha no es por dinero, afirma:

Días que pasan, amor que siempre espera

Mientras su esposo llevaba su dolor en medio del trabajo y el licor (después de lo sucedido bebía un poco más de lo habitual), le decía que tenía la esperanza de su regreso y, aunque actualmente aún le duele, le da fuerza y le dice que es mejor ir dejando pasar las cosas.

Doña María no descansa, ella quiere saber la verdad sobre su hijo, quiere darle descanso a su alma, saber qué pasó o dónde está él. Para ella es importante recordarlo, porque mientras no haya pruebas él siempre estará vivo, ella solo quiere saber cuál fue su destino.

Resistir

Doña María no descansa, ella quiere saber la verdad sobre su hijo, quiere darle descanso a su alma, saber qué pasó o dónde está él. Para ella es importante recordarlo, porque mientras no haya pruebas él siempre estará vivo, ella solo quiere saber cuál fue su destino.

Vea: Galería: Un esfuerzo artístico para reparar la desaparición forzada

Su vida consistía en andar sin enfocarse, caminar como dice ella por inercia, su arte le ayudó a liberarse; a través de sus puntadas ha cambiado, Doña María le ha perdido el miedo al mundo, los talleres en los que participa junto con otras víctimas del conflicto armado le han permitido expresarse con más confianza ante más personas. Sus talleres son un escudo, representan la posibilidad de conocer otras historias y abrir su corazón a la vida, ella dice que hasta su forma de vestir ha cambiado, es más feliz.

Su sueño actual es tener un negocio sustentable que le permita vivir, para ella trabajar con lanas significa trabajar con amor, significa recordar a su hijo, le pide a Dios que vivo o muerto lo guíe con bien a su destino.

*Esta historia hace parte del libro Memoria y nostalgia. Seis relatos breves de militares víctimas y sus familias, del Ejército Nacional.

Por Jhon Bayron Bedoya Sandoval*

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