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Más de un año después de que usted ha hecho esfuerzos de paz como jefa de la delegación oficial en la mesa de diálogo con el ELN y más de dos años desde cuando el Gobierno viene intentando negociar con esa guerrilla, ¿cómo explica que todo ese trabajo haya terminado en una guerra como la que se padece hoy en Catatumbo?
No ha terminado allí. En contextos como el colombiano, todo camino hacia la paz es difícil, y el del ELN ha sido especialmente largo. Puede haber crisis, unas más profundas que otras, pero siempre volvemos a la paz. Hay ejemplos históricos: en el caso del M-19, la tragedia del Palacio de Justicia nos produjo un inmenso rechazo del pueblo colombiano, pero fue el punto de inflexión hacia la paz; en el caso de las FARC, sus secuestros masivos de militares, políticos, civiles, etc., desataron enormes manifestaciones en su contra, que también contribuyeron a su paso hacia la paz; en el caso del atentado del ELN contra la Escuela General Santander, se detuvo la posibilidad de paz y, aunque los acuerdos quedaron guardados, se retomaron. La guerra es una herencia que, de muchas maneras, hemos tratado de superar a través de una historia de diferentes procesos de paz parciales, cada cual con su aporte. Este Gobierno llegó con la intención de una paz total para superar la complejidad del conflicto de una vez por todas, pero heredó un acumulado de disidencias, producto de las dificultades y el incumplimiento en procesos anteriores.
¿“Incumplimientos en procesos anteriores”, como cuáles?
Como el Acuerdo con las FARC de 2016, en el que ha habido incumplimientos del Estado, y como el proceso con los paramilitares en 2004, porque su desmovilización fue parcial.
Volviendo a los actos del ELN, después de que el gobierno Petro estuvo conversando con esa guerrilla, presuntamente con notorios avances, caemos en la guerra de Catatumbo. ¿Esta situación se produjo por la suspensión de las conversaciones?
No. Esa situación no se creó ahora. Catatumbo es una de las regiones que resumen el conflicto con todas sus complejidades: diversos actores, herencia de disidencias, economía cocalera, disputa de territorio, rutas del narcotráfico y otras actividades ilegales. Hay enfrentamientos anclados en las regiones durante generaciones de familias y de comunidades, con víctimas de parte y parte, y con tradiciones de violencia, venganzas, amores y lealtades que demandan profundos procesos de transformación. Por tanto, se plantea la necesidad de un enfoque territorial que reconozca a la vez dinámicas que trascienden el mismo territorio y en donde la guerra fundamental no es con el Estado, sino entre los grupos armados ilegales que buscan defenderse, afianzarse o expandirse.
Según los datos parciales que se conocen, el enfrentamiento entre el ELN y un grupo de las disidencias de las antiguas FARC ha dejado cerca de 80 muertos, 36.000 desplazados e inmensos daños sociales y materiales. Teniendo en cuenta este estado calamitoso, ¿está de acuerdo con que la persistencia del Gobierno en adelantar su proceso de paz total solo ha logrado debilitar al Estado y a sus Fuerzas Militares, como afirman varios sectores?
Existe hoy la tendencia a difundir una narrativa equivocada: que la paz y los esfuerzos de paz son culpables de la guerra y que, por tanto, hay que volver a las salidas y los tratamientos que niegan el diálogo. Los esfuerzos de paz nunca son en vano y no debilitan al Estado. El país tiene, hoy, unas Fuerzas Militares que están aprendiendo a ser distintas de las que conocimos en las últimas décadas del siglo pasado: han aprendido de paz, de derechos humanos y de Derecho Internacional Humanitario. Y esto las hace más fuertes y legitimas. Obviamente, el uso de las armas conlleva el riesgo de emplearlas de manera arbitraria, existe la tentación de la corrupción y hay casos de connivencia con actores armados ilegales. Pero eso no se debe a la paz, sino precisamente a las lógicas de la violencia. Ningún Estado se debilita porque invierta en la paz. Al contrario: es la empresa más rentable para un país y su gente. La violencia, en cambio, nos debilita. Lo estamos presenciando todos los días.
Su punto de vista es comprensible. Sin embargo, la oposición y unos estamentos militares y policiales sostienen que la Fuerza Pública es víctima de las políticas del actual Gobierno. ¿Ha escuchado esa hipótesis y ha oído hablar de la presunta desmoralización de las tropas y deserción de soldados y policías?
Sí, lo he oído en varios ámbitos. Pero insisto: la paz y las implicaciones que conlleva su desarrollo les han creado nuevos retos a las Fuerzas Militares en su forma de operar. Esos nuevos retos no las debilita, sino que la fortalece en otros campos de acción, como la de aprender a moverse en un universo de actores y dinámicas de paz más complejos, con sus crisis, sus altibajos y con sus avances.
Es la segunda vez que el Gobierno suspende las conversaciones con esa guerrilla en menos de un año, y el presidente dijo hace poco que “el ELN escogió el camino de la guerra y guerra tendrá”. Como delegada de la administración oficial debe acatar la orden del mandatario, pero, ¿su posición personal coincide con la del jefe de Estado?
Frente a la opción de la paz no cabe la renuncia. Cabe la indignación de cara a la insensatez y la atrocidad, pero no la renuncia a la paz, por difícil que esta sea. Entiendo la expresión del presidente como producto de la indignación y la rabia porque, con enorme generosidad, les ha apostado al diálogo y a la negociación. También entiendo que las Fuerzas Militares deban actuar para proteger a la población. Pero para el presidente, como hijo de un proceso de paz, así como para quienes optamos por esta vía, la paz es nuestra esencia y significa mucho más que una bandera política o electoral. Precisamente por esa convicción al presidente se le ha acusado de ingenuo, pero estoy segura de que jamás va a cerrar ese camino. Él ha hablado de suspensión, no de terminación del proceso.
Ya que menciona “la ingenuidad” que le atribuyen al presidente, su supuesta incapacidad en materia de seguridad pública es uno de los ataques políticos que más daño le ha hecho a él…
Contrario a la ingenuidad, el presidente ha hecho una apuesta audaz porque la paz implica correr riesgos y altos niveles de incertidumbre debido a que lograr avances y resultados positivos no depende solo de él, del Estado o de la voluntad del Gobierno, sino de los actores involucrados en el conflicto.
Se ha sentado con los jefes del ELN que están en la mesa de negociación y es posible que haya entendido cómo funcionan sus estructuras ideológicas y organizativas. ¿Esa guerrilla sí tiene intención de llegar a acuerdos o –como afirman quienes se oponen a las conversaciones– solo gana tiempo?
La tensión entre la paz y la guerra siempre existe en los procesos de paz. La paz genera crisis porque irrumpe en las lógicas de la cultura de la violencia en la que estamos tan inmersos. Esto vale para todos: el Estado, la sociedad, los medios de comunicación y los ciudadanos. Pasa en las instituciones y sucede también en el interior de los grupos armados, incluyendo al ELN, que tiene contradicciones entre quienes están cansados de la guerra que ven la paz como un camino de transformaciones, y quienes tienen otros intereses y continúan pensando en que la guerra es poder.
¿Cree que los miembros del ELN también viven entre la tensión de la guerra o la paz o son únicamente guerreristas, como se les juzga por sus actos y decisiones?
Hemos visto un ELN que ha cumplido con lo que se compromete. Lo vivimos en el proceso de participación, cuando acató el cese al fuego. En el ELN hay gente comprometida con la negociación, como actúan sus dirigentes que le apuestan a la paz y que dan sus propias batallas. Pero también está el ELN que hace paros armados en medio de una emergencia ambiental. Y ahora, en Catatumbo, hay un ELN que actúa de manera cruel y despiadada contra personas indefensas, familias y firmantes de paz argumentando que no son civiles. Hace dos meses nos mostraron sus estatutos, en los que se menciona el respeto a la población, y ahora actúa contra la población. Esa tensión entre guerra y paz es permanente, a tal punto que esa guerrilla tuvo que realizar consultas internas para ponerse de acuerdo porque la paz genera preguntas, temores, incertidumbre que la “comodidad de la guerra” oculta. Pero hay que decir lo siguiente: la acción del ELN no es culpa de la paz total, es responsabilidad del ELN; es producto de sus procesos internos, intereses y sus contradicciones entre su compromiso con la gente y el daño que le hace con sus acciones de guerra.
Con todo respeto, muy pocos van a estar de acuerdo con usted cuando afirma que el ELN ha cumplido sus compromisos. La imagen altamente negativa de sus actos guerreristas en Catatumbo es generalizada…
Estoy de acuerdo con lo que dice. Sin embargo, creo que en el interior del propio ELN debe haber asombro por el impacto negativo que ha tenido su acción ofensiva: no está lejos de uno de sus procedimientos en Arauca, cuando no tuvo los efectos en la opinión que se produjeron ahora, porque era otro momento. Las acciones de guerra en tiempos de esfuerzos de paz salen costosas, puesto que la sensibilidad social está a flor de piel, y las comunidades están cansadas de la violencia. Tendremos que ver cuáles consecuencias tendrán en el ELN sus decisiones de hoy, si para ahondar el camino de la paz o el de la guerra, una guerra en la que nadie gana porque en las confrontaciones modernas no mueren los guerreros, sino la gente.
Basada en su experiencia de negociadora, ¿deben cancelarse, al menos por ahora, las expectativas de paz frente al ELN?
Reitero que a la paz nunca se renuncia porque, como he dicho, siempre volvemos a ese camino. Este Gobierno ha recibido el compromiso de llegar a un acuerdo y ha hecho una apuesta de fondo para lograrlo. No hay ninguna justificación para la guerra y se requiere tener comprensión para persistir. Si queremos soluciones de paz, no basta con mirar los efectos de un momento. Se requiere un análisis de la complejidad del asunto y de su entramado para encontrar nuevos caminos.
Se dijo que el punto de inflexión del ELN, en su voluntad de llegar a acuerdos, fue la decisión del Gobierno de abrir, separadamente, una ronda de conversaciones con un grupo que actúa en forma independiente con respecto al mando central de esa guerrilla: el frente Comuneros del Sur, que opera en Nariño. ¿Es posible que la estrategia de la administración Petro, de abrir dos procesos que la guerrilla interpretó como un intento de dividirla, fue la dinamita que explotó la mesa?
Es evidente que el manejo de la separación del frente Comuneros del Sur ha sido un factor de crisis, del cual el ELN hizo su lectura haciendo de ese episodio un elemento de parálisis. Pero se han ido encontrando vías en la medida en que el proceso de Nariño tomó su rumbo, no sin dejar de producir ruidos en la mesa. Estábamos pendientes de seguir atendiendo los factores de diferencias en la reunión prevista, pero la crisis de Catatumbo es de otro orden.
Para nadie es un secreto que el ELN opera en la frontera con Venezuela, así como que ese país ha sido anfitrión de la negociación. También se ha dicho que Maduro “es la llave” para la guerra o la paz del ELN con el gobierno Petro. Hasta donde puede saberlo, ¿eso es cierto, es posiblemente cierto o es en definitiva falso?
A nosotros, como delegación, no nos compete la política internacional, lo cual no quiere decir que no estemos atentos a lo que sucede. Lo que sí me compete es destacar que Venezuela ha cumplido un papel histórico de apoyo a procesos, a través de muchos gobiernos. El proceso del M-19 se apoyó en Venezuela para su dejación de armas y varios intentos de diálogo con las FARC y el ELN se dieron allá. Hay que aclarar que el garante no es negociador, sino que crea condiciones para que se puedan llevar a cabo los diálogos. La situación interna venezolana puede afectar la negociación y el rol de garante, pero no determina el curso de la negociación. Y hasta ahora Venezuela siempre ha cumplido con su papel.
Pero, ¿usted cree que Maduro “protege” a las guerrillas permitiéndoles actuar desde territorio de ese país como lo afirman varios opositores, tanto de Maduro como de Petro?
Son hipótesis que se escuchan, pero no me constan y no puedo hablar, con responsabilidad, sobre ese tema.
Finalmente, expertos analistas han dicho que es imposible acabar con las organizaciones armadas ilegales en Colombia porque el Estado no puede garantizarles el nivel de ganancias económicas que esas bandas consiguen con los negocios criminales que las sostienen. ¿Usted, pese a todo, insistiría en seguir adelantando las conversaciones con el ELN?
Es cierto que el factor económico cumple un papel fundamental como combustible de la guerra y hay que atenderlo en la paz, pero nos resistimos a creer que esta última guerrilla del continente haya renunciado a sus ideales de lucha. ¿Cuál es el sentido de su revolución, cuál es la coherencia entre querer defender al pueblo u optar por el camino de la degradación de la guerra? El actual Gobierno abrió una inmensa puerta que el ELN no ha sabido dimensionar. Volvemos, finalmente, a plantearnos los tiempos políticos inmediatos contra los tiempos que impone la realidad histórica. Por eso hay que estar con los ojos abiertos y con los oídos despiertos para saber leer cada momento. Hoy la crisis es profunda, pero no es el fin. Seguramente hay sectores que piensan que hay que quemar las naves y cerrar la puerta con llave y candado, pero si en Gaza hablan de paz y diálogo, ¿por qué aquí no se podría hacer lo mismo?
En los tiempos actuales, en donde reina la visión de los “trumps” colombianos, eso parece imposible…
Volver a la negación del conflicto armado y a la tesis del “terrorismo” como categoría central para el tratamiento de la violencia política sería el retroceso a una confrontación sin límites, sin aplicación del Derecho Internacional Humanitario, sin posibilidad de diálogo y negociación, solo quedaría el sometimiento. Y Colombia estaría atrapada. Habrá que repensar modelos y esquemas, ocuparse en serio del conflicto, entender las lógicas de las economías ilegales y ocuparse de cómo superarlas. En fin, tendremos que volver a la cultura de paz como elemento de transformación social y a unos acuerdos nacionales que vayan más allá de los intereses políticos particulares.
“Nadie nos quita lo avanzado”
En los meses de conversaciones del Gobierno con el ELN, ustedes lograron un cese el fuego que benefició, con tranquilidad en el orden público, a algunas poblaciones. El cese inicialmente duró seis meses y después se prorrogó a un año ¿Por qué, de un momento para otro, se enredó un proceso que contaba con avances tan encaminados?
Nadie nos quita lo avanzado, que no es letra muerta o simples intenciones: el cese al fuego salvó vidas y alivió a las regiones. No en vano son las comunidades y los territorios los que claman por la continuidad del cese. El primer acuerdo firmado, un acuerdo sin precedentes, consistió en un compromiso que Gobierno y ELN adquirieron con miles de personas, organizaciones, comunidades, gremios que aportaron propuestas e ideas. Por eso, ahora hay que preguntar: ¿Ese compromiso dejó de tener valor para la guerrilla por la disputa de un territorio? ¿Cómo le responde el ELN a la comunidad internacional y a la Iglesia Católica que les han apostado a tantos esfuerzos de paz? Las obligaciones con la gente, contraídas por el ELN, están en duda y ni qué decir sobre su verdadera voluntad de paz. Pese a todo, si nos centramos en el acumulado de los esfuerzos hechos y en sus avances, ninguno es inútil ni se ha perdido definitivamente.
Una respuesta al expresidente Santos
Juan Manuel Santos ha dicho que no se lograron los propósitos de la “paz total” y que, en cambio, se está destrozando el Acuerdo de Paz con las FARC. De hecho, el ELN ha asesinado a cinco o seis desmovilizados de esa exguerrilla ¿Qué le contestaría al expresidente?
Al expresidente Santos le diría que no existe La Paz (con mayúsculas) sino varias “paces”, caminos abiertos por muchos, cada uno diferente, y cada uno valioso por sus aportes. Yo también soy hija de uno de eso procesos, distinto al que lideró el exmandatario con las FARC. Insisto en que hay un enorme acumulado que todos debemos proteger. Y hago caer en cuenta que este Gobierno ha acogido el Acuerdo de 2016 con algunas demoras, pero que ha nombrado a uno de sus protagonistas como ministro encargado de su implementación. La Paz Total recoge la paz hecha y la paz por hacer, y debe atender las disidencias creadas por el incumplimiento o mal cumplimiento del Acuerdo. También le diría que este Gobierno ha rescatado y dado continuidad a los avances del proceso de la administración Santos con el ELN, sus contenidos y su agenda. Además de que ha integrado a negociadores de su delegación y ha recogido su experiencia en personas destacadas como Iván Cepeda, Orlando Romero, Nigeria Rentería.