Un día, Felipe Arturo supo que Colombia había aumentado su exportación de ropa blindada debido a un tiroteo en una escuela de Estados Unidos. Pensó que esa era una de las muchas experticias que esta sociedad ha adquirido debido a la guerra y al conflicto, y de ahí partió su propuesta para la obra Antibalas, que desde el 31 de agosto se puede apreciar en Fragmentos, espacio de arte y memoria, el espacio cultural ubicado en el centro de Bogotá que desde el 2018 rinde permanentemente tributo a la memoria de las víctimas de la guerra en Colombia, pues el piso del recinto es una obra de Doris Salcedo creada con el metal fundido de las armas entregadas por la guerrilla en el marco del proceso de paz.
“Estuve pensando en cómo cargamos, en el día a día, todas estas capas que nos han dejado muchos conflictos, capas que ya no vemos, que están en nuestra cotidianidad y que están ocultas o ya nos hemos acostumbrado a ellas”, señala el artista en referencia a los carros blindados que circulan por las calles, las rejas o sistemas de seguridad que delimitan los movimientos de los ciudadanos o las personas que deben cuidar su vida con trajes blindados o con la ayuda de guardaespaldas. “Eso habla mucho de nuestros días”, reflexiona.
La normalización de la tecnología de la guerra en el diario vivir fue su punto de partida para la propuesta que presentó en la convocatoria que busca artistas nacionales para que presenten su obra temporalmente en Fragmentos, espacio de arte y memoria.
Antibalas está conformada por 21 trajes de color rosado, amarillo y verde elaborados en tela y arena, cerámica y kevlar, acero y cuero, materiales que al fusionarse protegen el cuerpo de las balas.
Algunos trajes de esta obra que él presenta como “arquitectura para el cuerpo de la guerra o la arquitectura de la guerra para el cuerpo” están elaborados con armaduras históricas, como las hispánicas coloniales. En un principio, los trajes están colgados y perfectamente organizados en el espacio de exhibición, a la espera de ser usados por los visitantes, quienes efectivamente podrán hacerlo con la colaboración del equipo de mediación presente en la exposición.
A Felipe Arturo le parece importante que la gente no se sienta ajena al espacio de Fragmentos ni al momento histórico que vive el país. Tampoco quería hacer una obra que fuera un espectáculo de guerra o de paz: quería producir algo con lo que la gente se pueda sentir partícipe del espacio y un personaje activo de la narrativa.
La primera vez que se usaron los trajes de Antibalas fue el día de la inauguración, el 31 de agosto. Ese día, 21 caminantes los llevaron puestos desde el Museo Nacional hasta la casa Fragmentos, donde estarán hasta diciembre de 2019, cuando el artista espera que cada traje se haya usado y desgastado hasta el punto de que sea “el documento de lo que fue la exposición”, pues como no es una obra que tenga un significado único, se enriquecerá con el sentido que cada persona le dé de acuerdo con su experiencia o sentimiento.
La propuesta del artista se relaciona con la obra permanente de Doris Salcedo que ella misma llamó Contramonumento, porque es un espacio que se abre a muchas manifestaciones de la cultura y la política. Kristina McLean, directora del espacio, asegura que el recinto no está ligado a lo político, aunque sí les gusta albergar propuestas de artistas políticos para que desde el arte se recopilen diversas interpretaciones del mundo, para que a su vez sean pensadas por el espectador de diversas maneras, sin importar qué ideología tenga.
En otra sala de Fragmentos se exhibe Duelos, de Clemencia Echeverri, una videoinstalación en blanco y negro compuesta por nueve imágenes que se proyectan en sincronía y en todas las paredes de una sala cerrada y oscura, por lo que el espectador queda inmerso en imágenes móviles y sonidos que evocan un duelo sin fin que sigue sucediendo en Colombia a causa de la desaparición forzada.
Echeverri, cuyo trabajo se centra en las desapariciones forzadas, dice que su obra es una metáfora con la que intenta “hacer un duelo público. Hay un estado de acumulación, de problemas, de desapariciones, condiciones violentas que no terminamos de identificar ni resolver”. La videoinstalación tiene como origen la violencia que en 2002 se vivió en la Comuna 13 de Medellín, durante la operación de Orión.
Su intención es producir un momento simbólico de duelo, más que generar conocimiento sobre lo que sucedió en realidad.
Echeverri y Arturo son los dos primeros artistas que exponen temporalmente sus obras en este espacio destinado a hablar y reflexionar, por medio del arte, sobre el conflicto, una temática que por ser universal será también pensada en el futuro por artistas extranjeros.
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