Hace 35 años asesinaron a Pizarro: quién era el jefe de guerrilla a la que Petro perteneció

Enfocado en sus esfuerzos por lograr el proceso de paz, este perfil del último comandante del M-19, Carlos Pizarro, reconstruye algunos de los rasgos que lo llevaron a ser parte de esta guerrilla, pero también a ser uno de los símbolos de reconstrucción política y social en Colombia a principios de la década de 1990, cuando fue candidato presidencial y resultó siendo asesinado apenas un mes y medio después de su desmovilización.

Andrés Osorio Guillott
26 de abril de 2025 - 04:47 p. m.
Carlos Pizarro fue asesinado el 26 de abril de 1990.
Carlos Pizarro fue asesinado el 26 de abril de 1990.
Foto: Archivo El Espectador
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

“Murió la voz que les decía a los demás: no solo soy coraza de guerra. También soy cabeza de paz”. Esto es parte del comienzo de Aquiles o el guerrillero y el asesino, la novela que escribió Carlos Fuentes sobre Carlos Pizarro Lengómez, quien este 26 de abril cumple 35 años de haber sido asesinado cuando iba en el vuelo 532 de Avianca, en el puesto 23A, rumbo a Barranquilla. Era en ese momento el tercer candidato presidencial asesinado para las elecciones de 1990, después de Luis Carlos Galán Sarmiento y Bernardo Jaramillo Ossa.

El 9 de marzo de 1990, casi un mes y medio antes de su muerte, Carlos Pizarro y los guerrilleros del M-19 estaban en el corregimiento de Santo Domingo, en Toribio (Cauca) en el acto de la dejación de las armas, que para la época significaba la desmovilización y la transición hacia la paz y la democracia tras cerca de 16 años de insurgencia de esta guerrilla. Así como miles y miles de personas, Pizarro nació y murió sin conocer a su país en paz. Pizarro murió en la víspera.

Fue rebelde aún en la insurgencia. Si bien ya había atisbos de rebeldía tiempo atrás, lo demostró por vez primera el 11 de septiembre de 1973, cuando después de tres años huyó de las Farc, pues aseguraba que ahí no había encontrado “los espacios de desarrollo que había elegido para la transformación del país”.

Lea además: Así es la vida hoy en el pueblo donde el M-19 entregó los armas hace 35 años

Ese rasgo de su personalidad lo mostró desde pequeño e incluso se lo reconoció a Ángel Beccassino en una de las entrevistas consignadas en el libro M-19: el heavy metal latinoamericano: “Yo soy un rebelde de toda la vida. Un rebelde frente al autoritarismo, frente al arribismo, frente a una sociedad partida en clases”, afirmó en un diálogo con el periodista argentino el 2 de octubre de 1988, en el que también señaló una de las razones por las que entró a la guerrilla: “Porque no hay espacios políticos en Colombia”.

La rebeldía de Pizarro

Como toda virtud o defecto del ser humano, su rebeldía no fue tampoco totalizante en su forma de ser y de ver el mundo. La rebeldía lo llevó a ser guerrillero, jamás lo dejó de reconocer, pero aún en ese rol ejerció su derecho a elegir en libertad sin renunciar a la coherencia y a los principios inculcados por Margot Leongómez, su mamá, y Juan Antonio Pizarro, su padre y vicealmirante de la Armada Nacional, oficio que dio sentido a episodios específicos de la vida del que terminó siendo el comandante del M-19 luego de la muerte de Jaime Bateman, Carlos Toledo Plata, Iván Marino Ospina y Álvaro Fayad, quienes fueron también cabecillas del Eme.

A Fayad, el último de ellos en morir, Pizarro le escribió una carta el 14 de marzo de 1986, un día después de haber sido asesinado en un operativo de la Policía Nacional, en el barrio Quinta Paredes, en Bogotá.

“Desde aquí por el tiempo de mis tiempos, te juro, hermano, que todas las promesas y todo lo soñado será una realidad radiante en este continente que nos sedujo desde siempre; te juro, hermano, que no daré tregua a la vida hasta que tus hijas y mis hijas, y todos los hijos de este continente de futuro, tengan una sonrisa floreciendo en sus labios y una oportunidad de ser protagonistas de la historia. Y lo haremos como el M-19 lo siente y vive: en el reencuentro con la libertad y las decisiones, con la democracia y respeto al hombre, como hombre y como universo social”.

Por esos días, Pizarro era líder del Batallón América, conformado por el M-19, el Quintín Lame, integrantes del grupo Alfaro Vive Carajo (Ecuador) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (Perú). En una de las entrevistas que le concedió a Beccassino, explicaba que esa unión buscaba retomar los ideales de Simón Bolívar, de unirse como región y buscar un propósito común entre las naciones para la paz y la justicia social.

Navegue el reportaje multimedia: M-19: 35 años del primer acuerdo de paz de Colombia, que aún tiene deudas con las víctimas

La pérdida de sus compañeros y hermanos fue un aliciente más para seguir insistiendo en la paz. En 1984, el Eme y el Gobierno firmaron los Acuerdos de Tregua y Diálogo Nacional en Corinto, Cauca. Y como una especie de vaticinio de lo que ocurriría seis años después, Pizarro sufrió un atentado el mismo día en que se realizó el evento, es decir, el 24 de agosto de 1984.

“Me siento con la responsabilidad inmensa de que nuestro país no quede frustrado en esta jornada. Siento la responsabilidad de combatir a todo enemigo de la paz en Colombia. Siento la responsabilidad con mi organización y con mi pueblo, de ir a cualquier tipo de jornada, sea en guerra o en paz, por la libertad”, le dijo a Ana Cristina Navarro en una entrevista ese día.

Este propósito, que derivaría en la dejación de armas en cuanto al Eme se refiere, habla también de una faceta de él que Vera Grabe destacó en Carlos Pizarro: historia a muchas voces, biografía publicada en 2024 por la también exguerrillera del M-19: “Creo que Pizarro podía tener esa capacidad de comprensión, porque hacía lecturas sin el sesgo de ideologías, pero sí desde profundos principios éticos innegociables y decisiones de fondo que lo guiaban, y que ahora le permitían salirse de una guerra sin sentido y evitar enredarse en el narcotráfico, que distorsionaría todo”.

Video Thumbnail

La paz, una decisión

En ese ejercicio de comprensión había también rebeldía en el sentido histórico. Mientras otras guerrillas como las FARC o el ELN iban creciendo y untándose de narcotráfico, mientras se armaban grupos paramilitares para “defender” a la población civil de las guerrillas, mientras el Estado iba aumentando también su historial de crímenes en nombre del orden público y la justicia, mientras los narcotraficantes permeaban todas las esferas sociales con dineros, droga y armas, Pizarro pensaba en que el proceso de paz del Eme haría que otros grupos armados siguieran sus pasos y empezara e reconstruirse el país, o a fundarse otro.

En diálogo con El Espectador, María José Pizarro, una de sus hijas, se refirió a este momento de su vida y de la historia del país: “Asumió su rol con lucidez y, en un momento en que todo el país se armaba, él y su organización decidieron desarmarse. Convencer a una guerrilla entera de que el camino era la paz. En plena guerra, fue un proceso de comprensión enorme. No fue una rendición, sino una decisión consciente y colectiva. Él decía que era como pararse al borde del abismo y saber saltar. Y lo hicieron. La audacia es contagiosa, y su decisión abrió caminos. Pero, lamentablemente, Colombia tiende a cerrar esos procesos de apertura. La firma de la paz con las FARC fue otro momento histórico similar. Sin embargo, si no lo entendemos en su verdadera dimensión, corremos el riesgo de seguir atrapados en el mismo ciclo de violencia. Y esa es la lucha que seguimos dando hoy”.

Además: El día que el M-19 le tendió una “trampa publicitaria” a los periódicos del país

María del Mar Pizarro, que también conversó con este diario, dijo en la misma vía: “Mi papá, que le había dedicado tanto tiempo a la lucha armada con unos principios y valores muy claros, empezó a ver cómo el grupo que él había ayudado a formar estaba siendo seducido por el narcotráfico. Creo que esto para él fue muy angustiante. Entonces, ese fue el primer motivo por el cual dijo: ‘Hay que hacer la paz’, porque lo que iba a pasar era que sus militantes podrían verse cada vez más seducidos por el narcotráfico, las ideas políticas quedarían a un lado, y él no se había metido en esto para convertirse en un mercader de la muerte”.

Incluso en una de sus acciones como parte del M-19, está la anécdota de la toma del municipio de La Herrera, en el Tolima, ocurrida el 1 de julio de 1985, cuando después de más de diez horas de combate entre la guerrilla y la Policía (eran 17 en total), estos últimos se rindieron y acto seguido, en la plaza central del pueblo, Pizarro ordenó a sus hombres lo siguiente: “Los hombres y mujeres del M-19 les rendimos honores a estos hombres de la policía por su dignidad y por su valentía. Defendieron su uniforme como unos héroes. Sepan todos que se les respeta la vida y que quedan inmediatamente en libertad. Unos hombres como ustedes no pueden ser presos del M-19. Si alguno de ustedes quiere incorporarse a nosotros, las puertas están abiertas”. Estas palabras las escribió Carlos Alonso Lucio en una columna publicada en El Tiempo en 2022.

El M-19, cuenta María José Pizarro en el libro Carlos Pizarro, de su puño y letra, redefinió su lucha con la consigna “Guerra a la oligarquía, paz a las Fuerzas Armadas y vida a la nación”. Así, a pesar de los crímenes cometidos, desde la comandancia de Pizarro no se insistió más en una confrontación armada.

“Cuando estás en el conflicto armado, ves a tus familiares sufrir constantemente y a tus amigos morir. Y yo creo que un día él dijo: ‘No quiero volver a ver más sangre, quiero tener cerca a mi familia’. Mi papá tuvo a su mamá, a su hermana, a su hija en Francia. Yo vivía con mi abuela. Y creo que él sintió que se le iba a ir la vida sin estar con su familia, viendo cómo sus mejores amigos morían, si es que él mismo no moría antes”, contó María del Mar Pizarro.

Ese miedo de ver pasar la vida sin su familia, que también era un sueño y un anhelo muy marcado por llegar a un punto en el que pudiera compartir con sus seres queridos en otras circunstancias se evidencia en las cartas que recuperó María José Pizarro en el libro ya mencionado. Esa sensación lo acompañó por mucho tiempo, pero se puede evidenciar en una correspondencia escrita a la misma María José el 23 de octubre de 1983, cuando le dice: “Mi niña, dejaré dormir todas mis angustias el día que podamos sentarnos en un sitio cualquiera a reírnos de esta vida que nos ha tocado en suerte a cada uno. Sé feliz, mi amor. Tu papá y tu amigo por la vida”.

Le recomendamos: Las heridas abiertas en las víctimas de los crímenes del M-19

Pizarro reconoció haber sido guerrillero “en todo el sentido de la palabra”, también supo reconocer los errores de su organización. En su momento -y usted, lector, seguramente ya se habrá preguntado por la toma del Palacio de Justicia, ocurrida el 6 de noviembre de 1985-, aseguró: “Claro que nos adjudicamos responsabilidad y cuando lleguemos a un evento democrático tendremos que discutir lo del Palacio, como también todos los que tuvieron alguna cosa que hacer y no lo hicieron para evitar lo que allí sucedió, tendrán que responder. Ese es un juicio histórico que se tiene que seguir desenvolviendo y nosotros no eludimos mostrarnos ante la nación para responder por los hechos que hemos provocado y llevado a cabo”.

La consigna del M-19 se reafirmó con un hecho puntual, uno de los últimos que seguramente por mucho tiempo habrían sido recordados a Pizarro por parte de la sociedad colombiana: el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado, dirigente conservador, el 29 de mayo de 1988. Este hecho marcaba esa confrontación a la oligarquía que mencionaba el comandante del Eme, y su liberación el 20 de julio del mismo año fue determinante también para continuar los diálogos de paz. Por extraño que parezca, entre Pizarro y Gómez Hurtado se construyó un respeto y una amistad que daba sentido a lo que por entonces se buscaba: la apertura de los espacios políticos y la reconstrucción de la democracia.

“‘Los extremos se juntan’, este es un refrán popular que expresa verdades profundas, es la sabiduría vieja y con pies de tierra de Sancho. Hoy sin lugar a dudas nuestros destinos se cruzan”, le dijo Pizarro a Gómez Hurtado en una carta del 6 de octubre de 1988.

Fueron muchas las jornadas que en esos últimos años tuvieron a Pizarro dialogando con distintos sectores políticos y sociales. Aunque hubo muchos obstáculos, en marzo de 1990 la paz se firmó.

Pizarro, en Santo Domingo, fue el último de sus hombres en dejar sus armas. En su caso, fue una pistola nueve milímetros envuelta en una bandera de Colombia la que dejó sobre la mesa. Minutos antes, dijo: “Quizás es más difícil, para los que estamos aquí, que hemos vivido durante muchísimos años en la guerrilla, hacer este acto simbólico y real de dejación de armas, que cualquiera de los combates que hemos tenido en el pasado. Pero creo que todos sabemos que ante nosotros se abre la gran apuesta, una apuesta en la que nos vamos a jugar la vida, donde nos vamos a jugar nuestros sueños, donde nos vamos a jugar saltando al vacío y a cara y sello la suerte de Colombia”.

Un salto a la política y una muerte en el cielo

Poco después de firmar la paz, Pizarro aparecía como candidato a la alcaldía de Bogotá. Tenía claro que su participación en estas elecciones no tenía como objetivo la victoria, sino medir el apoyo de la gente de cara a las urnas para la presidencia. Contrario a las expectativas y los análisis de medios y expertos, el entonces exguerrillero del M-19 ocupó el tercer puesto con 70.000 votos. Esa vez ganó el liberal Juan Martín Caicedo.

Con un número mucho más abultado del esperado, Pizarro cobraría mayor entusiasmo para afrontar su campaña a la Presidencia.

“Nuestra mayor victoria no es la negociación con el Gobierno; es haber vencido el miedo a dejar las armas para asumir los riesgos de la paz”, dijo al presentar su candidatura el 19 de abril de 1990 en el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, en Bogotá.

Con el sombrero blanco que escondía su cabello ensortijado, el entonces candidato planeó su gira, que empezaría dos días después en Cúcuta; el 23 de ese mes fue a Valledupar y el 26, en el comienzo de una apuesta importante por el Caribe, iría a Barranquilla. “Entre todos cambiaremos la historia de Colombia, palabra que sí”, era el eslogan de su campaña. Tuvieron que pasar más de tres décadas para que un miembro del M-19, Gustavo Petro, ganara unas elecciones presidenciales.

Pizarro murió en el cielo, en el comienzo de una promesa, víctima de un atentado tras haber dejado atrás, minutos antes, los nubarrones de uno de los típicos aguaceros bogotanos de aquel entonces. Y como una paradoja no menor, falleció sin haber podido llegar a la plaza de La Paz, lugar donde iba a presentarse en la capital del Atlántico.

Lea: Los reclamos de víctimas por exceso de uso de símbolos del M-19 en el Gobierno Petro

“Quizá los años de soledad que se avecinaban no fueran demasiados; seguramente habría una segunda oportunidad sobre la tierra, debajo del mismo cielo pero con otros hombres y otros signos. Quizá también habría una tercera: el fatalismo histórico era un recurso poético y no político. Pero esa primera oportunidad, única e irrepetible, se había perdido, se había resentido la esperanza, y los intentos posteriores tendrían un costo social y humano cada vez más alto. Cada nueva paz llegaría arrastrando tras de sí un país agotado y más ensangrentado. Antes de que transcurrieran cuatro años, habrían de caer asesinados por las balas del Éjército casi todos los protagonistas principales de esta historia, entre ellos Iván Marino Ospina, el Negro Alfonso Jacquin, Álvaro Fayad, Carlos Pizarro y más de tres mil guerrilleros amnistiados y supuestos simpatizantes de la guerrilla. Como los Aurelianos marcados con la cruz en la frente de Cien Años de Soledad, tal como había sido predicho por Fayad”, escribió Laura Restrepo en su libro Historia de un entusiasmo.

Los sueños de Carlos Pizarro

Pizarro hablaba mucho de sueños. A Beccassino le dijo que creía que “la locura es la capacidad de soñar sin inhibiciones”, y que “es ese universo de los sueños que se van convirtiendo en sueños colectivos y van potenciando a los hombres para las grandes gestas. Porque las revoluciones se hacen porque los hombres las quieren hacer. Se hacen cuando un sueño se vuelve colectivo, cuando un sueño individual empieza a expandirse hasta hacerse colectivo (…)”.

Bien lo sugirió también Laura Restrepo citando a Álvaro Mutis: a Pizarro lo acogió la muerte con los sueños intactos.

Siga leyendo: Así fue la firma del acuerdo de paz con la guerrilla del M-19, a la que perteneció Petro

Y ante esa tragedia, María José Pizarro habló de los sueños que pudieron ser compartidos, pero que eran también de su padre: “Creo que hemos iniciado un proceso de apertura democrática en el país. Hoy hay más fuerzas políticas, más diversidad en esas fuerzas, y una mayor conciencia nacional, que se ha venido fortaleciendo desde la Constitución de 1991. Sin embargo, también hubo muchos sueños truncados. Él seguramente hubiese querido participar o, al menos, materializar un legado, un sueño de paz en Colombia. Creo que ese fue su empeño en los últimos años, y no pudo liderar ese proceso. Hubiésemos llegado al gobierno mucho antes y, por lo tanto, seguramente habríamos podido entregarle a Colombia un proceso mucho más democrático en la construcción del poder. Creo que, aunque ahora está ocurriendo, llegó 35 años más tarde de lo que pudo haber sido si Colombia hubiese emprendido ese camino como lo hicieron otras naciones latinoamericanas después de esos años, en procesos no solo de paz, sino también de reconciliación y fortalecimiento de la democracia. Pero su legado sigue vivo, sus sueños siguen vivos. Y no lo digo solo en términos individuales o colectivos, porque hay muchas personas que reivindicamos ese sueño, sino porque su memoria se ha esparcido como cenizas al viento. Es una persona que sigue viva en la memoria y en la historia, e incluso hoy su presencia genera discusión social. Me sorprende, porque hace unos años no sucedía, pero hoy genera todo un debate. Y aunque a veces es duro, creo que eso es positivo”.

Temas recomendados:

 

G Ernesto(22252)26 de abril de 2025 - 07:43 p. m.
El Espectador vuelve y se refiere a la entrega de armas del M-19 como “dejación”, que fue el tibio y mediocre término inventado en el proceso con las FARC. No, el M-19 ENTREGÓ sus armas, tal como la foto misma lo indica. Por demás, muy bonito, muy romántico y muy poético, pero Pizarro asesinó en el nombre de sus ideales, que a su vez están representados en el ejercicio de poder del fatídico presidente Petro, al cual las hijas de Pizarro reconocen como suyo.
  • Clara Inés Ariza Monedero(kua1q)27 de abril de 2025 - 06:24 p. m.
    Y que dice ud. de los que asesinaron a Pizarro también en nombre de sus propios "ideales", o "intereses" mejor, de la derecha colombiana. La derecha también asesina, pero parece que en su concepto, esos asesinatos están justificados...
pedrito opinador(59003)26 de abril de 2025 - 06:29 p. m.
Los sueños de los pizarros, son varios y todos a cual mas sanguinarios, ellos son lo equivalente a los castaños, el sueño era acabar hasta con el nido de la perra
pedrito opinador(59003)26 de abril de 2025 - 06:24 p. m.
Ojala se conmemorara a Jose Ramon Mercado vilmente asesinado por pizarro y otros del m-19, pero tambien estan los magistrados del palacio de justicia, donde los del m-19 se metieron por orden de pablo escobar a acabar con todo. Que bien que los "sueños" de ese sujeto no se hicieron realidad, porque estuvieramos en una dcitadura. El m-19 nace cuando, de alguna manera, el dictador rojas pinillas pierde las elecciones, estos seguidores del facismo crearon ese grupo terrorista para defender al dicta
Ángel Guardián(62526)26 de abril de 2025 - 05:48 p. m.
Meras estupideces para ensalzar fracasados🦋🦋🦋 Ing en Dubai
pacapiov@gmail.com Córdoba Acosta(32087)26 de abril de 2025 - 05:38 p. m.
Estoy plenamente de acuerdo con el proceso de paz con el M19 en su momento. Pero el artículo habla de los sueños de Pizarro que no pudo cumplir. Pero y los sueños de sus víctimas qué? Los procesos de paz se justifican siempre que la sociedad no invierta sus valores. Pizarro ejerció la violencia sobre inocentes y fue un anti valor y no lo debemos graduar de santo porque no lo fue. Todo lo contrario.
  • Ángel Guardián(62526)26 de abril de 2025 - 05:51 p. m.
    La ignorante hijita lo quiere graduar como héroe de la patria siendo que fue un vulgar guerrillero fuera de la ley y la Constitución Colombiana. “Cuenticos y columnas” ¡PARA ESTÚPIDOS! 🦋🦋🦋 Ing en Dubai
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar