Elizabeth Moreno Barco no es solo una lideresa de las comunidades afro del Litoral del San Juan en el Chocó. Ella es, ante todo, un referente para las mujeres y las jóvenes a las que ella les ha abierto camino y les ha brindado oportunidades de ejercer el liderazgo que durante décadas les ha sido negado en unas comunidades con fuertes patrones patriarcales.
Su idea de impulsar a las mujeres empezó hace dos décadas, a raíz de su propia experiencia rompiendo la tradición de que los liderazgos comunitarios eran para los hombres, pero se empezó a materializar en 2023 con la primera Escuela de liderazgo para Mujeres del Chocó la Champa de Chava. Por allí ya han pasado 70 mujeres que han recibido la formación necesaria para seguir el camino que ella abrió.
“Mi sueño es que, así como yo tengo la oportunidad de estar aquí, muchas mujeres en mi territorio puedan hacerlo y seguir trabajando por las comunidades”, dice desde su oficina en el tercer piso de una casa ubicada en Quibdó, donde funciona la sede del Foro Interétnico Solidaridad Chocó, un espacio de coordinación donde confluyen varias organizaciones de comunidades negras, indígenas, mestizas, de jóvenes, mujeres rurales y urbanas, que surgió como estrategia de protección de las comunidades frente al conflicto armado. Ella lo dirige desde 2023.
En esta casa siempre hay movimiento, las oficinas están ocupadas en su mayoría por mujeres que siempre rodean a Chava como se le conoce. En la de Elizabeth están los premios que se ha ganado en los últimos años y que evidencian un camino que empezó a recorrer muy temprano, en su poblado natal Togoramá, donde empezó a destacarse como madre comunitaria.
Su historia es más o menos así: fue la primera mujer en resultar electa como representante legal de uno de los consejos comunitarios del departamento. En 2015, después de enfrentarse a uno de los grupos armados que pretendían revocar el mandato del comité directivo del Consejo Comunitario General del San Juan (Acadesan), llegó a ese cargo que desempeñó hasta 2023. También fue la primera mujer chocoana en hablar ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Fue el 12 de octubre de 2022, durante la presentación de uno de los informes trimestrales de la Misión de Verificación de la ONU.
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Ese día dijo que no solo hablaba por las 72 comunidades de Acadesan, sino también por “las comunidades indígenas, campesinas y negras”. de quienes afirmó, están a punto de la “extinción física y social en Colombia”. Y explicó: “Hay dos causas para esa violencia contra las comunidades indígenas, campesinas y negras: la violencia sistemática de derechos económicos, sociales y ambientales y el abandono del Estado que de manera clasista y racista no garantiza nuestros derechos humanos y que ha destruido uno de los lugares más diversos del mundo por medio de economías extractivistas e ilegales”.
Y fue la primera colombiana en obtener del premio Nansen – Américas, en 2023, que otorga la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, como reconocimiento a las personas, grupos u organizaciones que apoyan a las poblaciones refugiadas o desplazadas. Un año después, fue galardonada con el Premio Nacional de Derechos Humanos que entregan Diakonía y la iglesia sueca.
Este año recibió dos premios más: en Tokio fue reconocida con el premio Niwano para visionarios de paz (Niwano Peace Prize Visionary Award) y en abril se graduó como administradora pública de la Escuela de Administración Pública, ESAP. Éste último, para ella es como un premio mayor a la constancia y la resistencia, si se tiene en cuenta que solo se pudo graduar como bachiller después de haber tenido a sus cuatro hijos. Ella dice que ese grado lo obtuvo gracias al esfuerzo de toda su familia que se enfocó en apoyarla para que pudiera ser un ejemplo para las mujeres chocoanas.
Ese camino de liderazgo empezó en 2013 cuando tuvo que salir desplazada de Togoramá por las confrontaciones de los grupos armados y alentó a su comunidad a reclamar. Sacó a relucir ese ascendiente que ya tenía sobre las mujeres, pero su voz y su temple empezaron a resonar más allá. Hoy es una de las pocas lideresas que se ha ganado el respeto de los grupos armados y de las autoridades. Habla por igual con los unos y con los otros -legales e ilegales- sin que se ponga en duda su capacidad de interlocución.
De vocal a presidenta
Sin duda, Chava cambió la historia del proceso organizativo de su departamento, porque abrió los espacios que antes estaban vedados para las chocoanas. “Yo entré al consejo comunitario por la comisión de salud. Me di cuenta de que las mujeres siempre éramos la vocal o la secretaria. De ahí no pasábamos. Los hombres siempre desempeñaban los cargos directivos y desde ahí nace mi iniciativa”, cuenta.
Ella pasó luego a ser tesorera, hasta que el episodio de 2012, en el que puso en riesgo la vida por reclamar la autonomía del consejo comunitario frente a un comandante de las antiguas FARC, la puso en el foco de sus comunidades que reconocieron sus capacidades. Desde ese entonces no ha parado. Una de sus primeras acciones en 2015, como representante legal de Acadesan, fue crear la Comisión de Género, le buscó recursos y empezó el proceso de formación de las mujeres. “Antes no había ni una, ahorita hay tres mujeres en su junta directiva, además están en la oficina jurídica, las trabajadoras sociales y las psicólogas son mujeres. No hemos sacado a los hombres, pero sí hemos ido posicionando a las mujeres en esos escenarios”, reconoce. Gracias a eso fue reelegida por unanimidad en 2019.
Con los premios y reconocimientos, consiguió el impulso necesario para crear estrategias que le me permitan sostener esos esfuerzos. Con el dinero que recibió por el premio Nansen creó la primera escuela por la que ya han pasado 70 mujeres del litoral del San Juan que han recibido la formación política necesaria para ocupar cargos públicos. “Conocen los derechos que tenemos como mujeres dentro de la sociedad, estudiamos la Constitución Política, hablamos lo que significa la Ley 70 para las mujeres, revisamos el Acuerdo Final, especialmente el capítulo étnico. También el Acuerdo Humanitario Ya para el Chocó, en el que logramos incluir propuestas dentro de los 11 puntos que se entregaron a la mesa de diálogo con el ELN, en Ecuador, en 2017”, cuenta.
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Chava se asegura de que el tema de equidad de género esté presente en esas capacitaciones. Los cursos no tienen límite de edad, pueden estar jóvenes desde los 14 e incluso han llegado mujeres de 70 años. Participan mujeres afro, indígenas y campesinas que logran espacios realmente valiosos desde los que intercambian sus conocimientos espirituales y culturales. “Nuestra conexión es con la tierra, somos mujeres que parimos esperanza, parimos vida, eso tiene que ver también con el cuidado de la naturaleza. Nos juntamos y aprovechamos para hablar de las afectaciones del conflicto armado, porque la mujer es la mamá de la víctima, la mamá del victimario, la esposa del que asesina, del que desaparece. Cuando nos desplazamos somos las que arriamos con los muchachitos, el costal de las cosas, los animales. Ante cualquier situación, el refugio de la familia es donde la mamá, donde la tía, donde la abuela”, recalca.
Por eso en sus talleres, además de la capacitación formal, ellas hacen armonizaciones en las que comparten sus conocimientos ancestrales en gastronomía y medicina, hacen tertulias, bailan, tocan sus instrumentos y conversan sobre lo que piensan del proceso de paz, de la guerra que viven, de sus apuestas y de sus sueños.
Sus talleres son también una forma de resistencia. Navegan los ríos y se mueven por la selva para llegar a las capacitaciones pese a todos los problemas de seguridad. Solo un día pasaron un susto porque al devolverse de un taller, Chava y otras mujeres quedaron en medio de una balacera. No les pasó nada, pero luego, en un retén uno de los grupos se disculpó con la “seño Chava”. Ellas quedaron muy tristes porque al final siempre encuentran entre los armados a los chicos de sus propios territorios.
El trabajo humanitario
El día a día de Elizabeth está lleno de varias responsabilidades. Una de las prioritarias es conseguir más recursos para continuar con las escuelas de liderazgo para las mujeres. Además, desde la dirección del Foro Interétnico tiene que articular a más de 60 organizaciones no solo para acompañarlas en lo que necesiten sino para hacer incidencia a nivel regional, nacional e internacional con la situación humanitaria producto del conflicto armado y de los desastres naturales.
A diario recibe información de las comunidades que ella debe corroborar para elevar las denuncias y alertas a través de comunicados de prensa. Desde el Observatorio de Paz también documentan las afectaciones y las propuestas de las comunidades para visibilizar esas situaciones. Y, en la Mesa Humanitaria para Chocó, ayuda a que las entidades competentes atiendan y resuelvan las solicitudes.
Y esas son las principales urgencias porque el conflicto armado afecta de manera generalizada a toda la población del departamento. “Acá la guerra es contra todos. Es en los territorios urbanos, en los territorios rurales, contra la población afroindígena. La situación sí se ha venido agravando durante los últimos meses por los paros armados del ELN y el copamiento de muchos territorios por parte de las AGC. El Chocó es el segundo departamento en cifras de desplazamientos, pero el primero en confinamientos”, dice.
Chava llama la atención porque las restricciones a la movilidad impiden que la gente reciba alimentación, educación y salud. “Después de que pasa el paro armado, se hacen misiones humanitarias donde las entidades hacen el levantamiento de la información y activan la ruta de atención, pero pueden pasar muchos días por los protocolos de las entidades. Y la gente en los territorios no puede salir a sus parcelas porque muchas veces quedan minadas, ya se han presentado varios accidentes con minas antipersonales”, denuncia.
Uno de sus principales dolores es el alto índice de desescolarización que va ligado al reclutamiento por parte de los grupos armados ilegales. Las mujeres cuentan que ya no se llevan a los muchachos con amenazas, sino que hay otras modalidades como el enamoramiento o la realización de actividades deportivas y recreativas, como campeonatos de fútbol, encuentros culturales o conciertos que los grupos armados usan para atraer a los niños y niñas. Se sienten impotentes porque el Estado no tiene una sola oferta para impedir que se vayan a la guerra. Lo denuncian y piden atención, pero la respuesta no llega.
Por eso su trabajo consiste en fortalecer a las mujeres para que estén en la capacidad de transformar sus territorios, ya no solo desde las labores del cuidado, sino desde la toma estratégica de decisiones. Y las chicas más jóvenes son claves en ese proceso de cambio.
*Esta pieza periodística hace parte de la iniciativa “Comunidades que Transforman” de El Espectador, el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ por su sigla en inglés) y la Embajada de la Unión Europea. Esta es una alianza para producir contenidos que narran los esfuerzos de las organizaciones comunitarias, las autoridades y el sector privado en la construcción de paz.
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