Wilson Vergara y Raúl Obando no tenían planeado que después de dejar las armas, las cambiarían por utensilios de cocina. Desde que comenzó su proceso de reincorporación en 2017, luego de la firma del acuerdo de paz, han tenido mil sueños: estudiar, tener un empleo, emprender, conformar un hogar. Pero estaban lejos de imaginarse que pasarían sus días sirviendo comida a la sociedad que algún día vieron lejana, como lo hicieron durante años en las filas de la extinta guerrilla de las Farc, en la que también fungieron como cocineros.
Desde que comenzó la pandemia en Colombia, en marzo de este año, doce excombatientes de las Farc, entre ellos Vergara y Obando, pertenecientes al colectivo Serviampaz, y que están haciendo su proceso de reincorporación a la vida civil en Cali, se unieron con un propósito: ayudar a quienes más lo necesitan en la Comuna 21 (Distrito de Aguablanca).
Sin dinero en sus bolsillos y con apenas algunas donaciones, comenzaron uno de los procesos más transformadores en medio de la pandemia: entregar alimentos en varios comedores comunitarios y realizar ollas comunitarias en distintos barrios de esta zona para mitigar el hambre que pasaban cientos de familias de los barrios Desepaz, Remansos de Comfandi y Ciudadela del Río, en la capital del Valle del Cauca, y que alertaban de su necesidad a través de trapos y banderillas rojas en sus ventanas.
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Johan Andrés Niño, excombatiente y cofundador de Serviampaz, dice que este proyecto nació con el fin de “brindarle ayuda a las personas que más lo necesitaban en una de las zonas de la ciudad donde más hay excombatientes de las Farc”. En eso coincide Wilson, quien vive en el barrio Remansos desde hace siete meses y dice que llegó allí porque “hay muchos compañeros igual que uno viviendo acá”.
La Comuna 21 ha sido conocida como una de las zonas más complejas en materia de seguridad de la ciudad, según la misma administración local. Sin embargo, detrás de iniciativas como estas, hay un firme propósito de cambiar la cara de los barrios y la percepción de la gente sobre el oriente de Cali. Vergara y Obando, por ejemplo, decidieron unirse y seguir haciendo una de las cosas a las que más estaban acostumbrados en el conflicto armado: cocinar.
En medio del ajetreo propio del día a día, sobre las cinco de la tarde, ambos excombatientes narraron sus vivencias telefónicamente mientras terminaban de arreglar el comedor comunitario ’Transformando Ambiente para la Paz', un lugar administrado por la cooperativa de excombatientes y que cuenta con el apoyo de la Arquidiócesis de Cali. “Estábamos lavando las ollas y dejando todo limpio, siempre terminamos a esta hora pero comenzamos casi a las siete de la mañana lavando las verduras para comenzar a preparar los almuerzos”, cuenta Raúl.
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Diariamente, sin excepción, se sirven entre 80 y 100 platos de almuerzo diarios con los que viven, por lo menos, la mitad de las familias del barrio. En sus voces, mientras cuentan la rutina del día, hay un aire de satisfacción y un leve cansancio. Trabajan como voluntarios y no reciben pago por lo que hacen. Para Wilson, es un acto completo de servicio: “Nosotros sabemos que tenemos que reivindicarnos con la sociedad, con la gente, de todo el daño que hicimos. Por eso servimos con amor a la gente, cocinamos, nuestros almuerzos son buenos y ricos, a la gente le gusta”.
Aunque disfrutan lo que hacen, sus sueños son mucho más grandes: ambos se conocieron en el aula de clases, en 2017, cuando comenzaron a estudiar juntos en el colegio del barrio Desepaz. Juntos, en el salón 1-3 y pocos meses después de dejar las armas en distintos ETCR del país en Nariño y Cauca, comenzaron su proceso de formación desde cero: desde el grado primero.
Desde entonces, se hicieron amigos y comparten la idea de poder tener algún día un emprendimiento o proyecto productivo propio que les permita vivir de su sustento. Raúl Obando, de 39 años, por ejemplo, oriundo del municipio de Pasto, sabe con firmeza que quiere dedicarse a la mecánica. Sueña con tener un taller y hacer una vida lejos de la ruralidad del país, en la que sabe que puede correr peligro. Wilson, por su lado, es bonaverense, y aunque sus hijos y casi toda su familia viven allá, dice que por “las malas lenguas y malas amistades”, a Buenaventura no puede volver, por lo menos por un largo tiempo. “Uno sabe que los que estamos comprometidos con la paz, tenemos enemigos”, dicen en consenso.
Desde que todo en el mundo migró a la virtualidad, las clases de ellos no fueron una excepción. Pese a las dificultades que tienen por no contar con un servicio de WiFi estable, en este momento están terminando quinto de primaria a través de las pantallas de sus celulares. La virtualidad, de hecho, hizo que les quedara más tiempo para para trabajar y servir en el comedor. “Nosotros no tenemos un empleo formal, trabajamos en lo que nos salga, casi siempre en construcción pero hacemos ese servicio por vocación”, narra Raúl.
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En el barrio ya los conocen. De hecho, son unos siete excombatientes en total los que habitan en las calles de la Comuna 21 y, como un secreto a voces, ya conocen gran parte de su pasado, pero gracias al colectivo y al impacto que ha tenido, los miedos y estereotipos se han ido esfumando con el tiempo. Marcela Tello, la pareja de Johan Andrés, lo dice firme y contundente: “Este proceso de ellos nos ha enseñado a todos y ha sido transformador para todos, incluso para quienes no somos excombatientes, porque allá (en el barrio) saben lo que han luchado por salir adelante”.
Los frutos de esos esfuerzos de comenzaron a hacer visibles desde el 5 de septiembre de este año cuando, a través de una inauguración virtual, pudieron dar a conocer la marca ‘Del Amanecer’, un emprendimiento de frutos deshidratados, miel y polen con el que buscan salir adelante no solo los reincorporados, sino también las víctimas del conflicto y campesinos de los municipios de Bugalagrande y Ginebra (Valle del Cauca), quienes se encargan de cultivar y producir las frutas; mujeres madres cabeza de familia, oriundas también de Ginebra y los excombatientes de las Farc de Cali, que se encargan de hacer los domicilios en la ciudad.
“Lo que buscábamos era unir esfuerzos y demostrar que esto de la reconciliación nos compete a todos: a las víctimas, a los excombatientes, a la población civil, a todos. Es un compromiso y un proyecto colectivo con el que esperamos salir adelante”, señala Marcela.
De este proyecto productivo esperan crecer todos los integrantes, pues no hay garantías laborales para personas con antecedentes como ellos. Dicen que quedan tatuados en sus expedientes para siempre. Marcas que aunque hoy en día pueden representar un deseo de superación y reconciliación, para muchos son cicatrices de guerra difíciles de borrar y marcadas por la estigmatización. Ni Obando ni Vergara, por ejemplo, en los casi cuatro años que llevan de vida civil en Cali, han podido tener un trabajo estable y formal con “todas las de la ley”. Se desempeñan en empleos formales en los que les piden menos información de antecedentes judiciales.
Ese fue, precisamente, el impulso que Johan Andrés Niño tuvo para crear esta cooperativa. Porque aunque desde que dejó las armas, también en 2016, se ha dedicado a formarse académicamente y hoy es estudiante de la Especialización en Políticas Públicas para la Igualdad en América Latina, gracias a una beca que le otorgó el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Clacso (Argentina). Desde entonces, y aunque dice que él es uno de los más afortunados porque ha podido salir adelante con menos tropiezos que sus compañeros, agrega que su vocación, para el resto de la vida, es apoyar el proceso de reincorporación a través de iniciativas propias que impulsen los emprendimientos.
“Del Amanecer”, la marca de productos, significa “una nueva oportunidad cada mañana, porque todas las mañanas amanece y es una nueva posibilidad en la vida”. Si usted desea conocer el catálogo o hacer algún pedido, puede comunicarse al: 3114826230