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Hay un punto en el que la tragedia encierra algo de belleza. Eso pasa en uno de los espacios de la Casa de la Paz, en Bogotá. Del techo del primer salón cuelgan varias decenas de mariposas lo que le da algo de magia, de arte. Pero lo cierto es que cada mariposa encierra una tragedia pues representa a cada uno de los 443 firmantes asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016.
Cada una lleva el nombre de quien murió buscando una segunda oportunidad.
En ese techo cada vez es más difícil abrir un espacio para una mariposa. Un símil sobre lo que pasa en una parte de sociedad a la que pareciera que también le cuesta darle espacio a quienes dejaron sus armas en el pasados. Pasa ahora. Pasa en este presente. Pero también pasó hace 30 años cuando (casi) exterminaron a todo un partido político: la Unión Patriótica.
La Casa de la Paz, ubicada en el corazón de Teusaquillo, fue un proyecto de Doris Suárez y Alexander Monroy que vio la luz hace tres años. En realidad, lo primero que se creó, antes de los muros, fue la ahora popular cerveza artesanal “La trocha”, cuya creación fue hace cinco años. En la Casa, hoy ya trabajan siete personas, cuatro de ellas firmantes del Acuerdo de Paz entre las extintas FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos.
Para quienes no han ido o para quienes transitan por ahí a diario no es fácil distinguir la casa. Por seguridad, la fachada no tiene mayores indicios de que en su interior existen varios emprendimientos y actividades creados por los excombatientes. Esa elección de no tener mayor visibilidad habla de la condición de marginalidad de la que ellos y muchos otros firmantes se encuentran por haber hecho parte de un grupo armado.
Parte de esas experiencias, así como las cotidianidades, sus luchas en contra de las estigmatización y todo lo que ha implicado llegar a una ciudad enorme como Bogotá fueron plasmadas en el documental “La Trocha. La Casa de la Paz. Nuestras voces y experiencias de reincorporación”, realizado por la facultad de Teología de la Universidad Javeriana, dirigido por Anónimo Nadie y producido por Indyon TV.
“Para la teología crítica, la marginalidad hace referencia a cómo, en las dinámicas sociales, políticas y económicas, siempre hay procesos de exclusión, dejando a ciertos grupos sociales al margen. Cuando personas que luchan por sus derechos sienten que no tienen otra opción que tomar las armas, están respondiendo a esa marginalidad. Ahora bien, cuando los grupos armados se desmovilizan y entran a la vida civil, muchas veces vuelven a enfrentar esta condición debido a la estigmatización”, contó Édgar López, profesor de teología de la Javeriana.
Por su parte, Juan Esteban Santamaría, también profesor de teología, contó que las experiencias directas que pudieron verse y que muestran la marginalidad a la que se han enfrentado algunos excombatientes.
“Por ejemplo, muchos enfrentan exclusión financiera debido al estigma de haber sido militantes. El sistema financiero los percibe como riesgosos y les niega acceso a créditos. A lo largo del desarrollo del documental, descubrimos que no solo enfrentan obstáculos financieros, sino también vulnerabilidad en sus territorios. De los cinco firmantes, dos provienen de contextos urbanos y tres de áreas rurales. Para algunos de ellos, el vínculo con la guerrilla fue motivado por precariedades sociales, mientras que otros tuvieron una formación crítica que influyó en su decisión”, explica.
Y agrega: “En el caso de Alex, por ejemplo, él sigue sintiendo miedo de ser identificado como exguerrillero en su propio barrio, aquí en Bogotá. No tiene la libertad de expresar abiertamente que perteneció a las FARC. Otro ejemplo es David, quien no ha podido regresar a su municipio natal en el Caribe colombiano debido a la estigmatización que pesa sobre su familia”.
Gracias a la convocatoria que realizó el año pasado el Consejo Episcopal de América Latina y el Caribe (Celam) y la Organización de Universidades Católicas de América Latina, que buscaba visibilizar las condiciones de extrema marginalidad, discriminación y exclusión que afectan a algunos sectores sociales en ocho realidades nacionales y regionales, fue posible realizar este trabajo que además tuvo un ejercicio valioso: acercar a distintos sectores para construir diálogo.
“Este ejercicio pedagógico no solo fomenta el diálogo, sino también la reconciliación, lo cual es fundamental en el contexto del país. Aunque el conflicto armado persiste bajo nuevas formas, estos ejercicios permiten a los estudiantes ir más allá de lo conceptual y vivir la experiencia directamente, tocando los lugares y escuchando los testimonios. Esto transforma su percepción de manera significativo. Incluso hay estudiantes que, aunque provienen de familias que han sido víctimas del conflicto, encuentran en estas experiencias un espacio de reflexión y transformación personal”, afirmó López.
El Salón de las mariposas, el Patio del estallido social, la Unión de costureros y la Galería Fariana son espacios que se pueden encontrar en los cuatro pisos que tiene La casa de la paz. En cada uno de ellos, por medio de fotografías, prendas de ropa, murales libros y testimonios, los firmantes de paz promueven la economía solidaria y también fomentan el diálogo y las memorias del conflicto armado en Colombia.
“Es un lugar en el que la memoria resignifica las historias de vida, la singularidad y que constantemente está diciendo que algo está pasando en el país. Hay un temor a que todo esto se acabe, pero hay varios sentidos vinculados a la reconciliación y la paz. Es un espacio que tiene vida y la pregunta es cómo hacer para que continúe”, dijo Emilse Galvis, profesora y también investigadora del proyecto.
El inmueble donde está ubicada La casa de la paz está en venta. Los firmantes de paz están buscando la manera de comprarlo y así mantener el lugar que han logrado edificar en estos años como un espacio que resignifica sus vidas y que invita a la reconciliación y memoria de la guerra en Colombia.
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