Cuando uno lee la cifra de más de 27.000 personas violentadas sexualmente, se sorprende, se escandaliza o quizás no le diga nada. Cuando uno escucha, en cuatro horas, más de 20 historias sobre lo que les pasó a las mujeres y a las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales (LGBT) en el conflicto armado, mínimo quiere llorar. Mínimo se pregunta cómo fue que una mujer negra tuvo que estar 12 años siendo esclavizada sexualmente, cómo otra sobrevivió a un empalamiento o qué dolor debió sentir la mujer lesbiana que sufrió una violación colectiva a sus 31 años. O acaso cuál fue la vergüenza y la culpa que cargaron al sufrir tocamientos o desnudez forzada por parte de uno o varios hombres armados. Además, qué tan valiente tiene que ser alguien para haber resistido y, luego, atreverse a contar lo que le hicieron.
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Sandra, Lina, Vera, Estela y otras mujeres y hombres que sufrieron las violencias sexuales en sus cuerpos decidieron hablar en el primer Encuentro por la Verdad, en el que la Comisión de la Verdad buscaba reconocer la dignidad de las víctimas de estos crímenes. Después de meses de preparación, se vieron de frente con un público que llenaba casi totalmente el Teatro Adolfo Mejía, de Cartagena. Algunas de ellas pusieron su rostro y su presencia para contar sus historias. Otras decidieron escribir cartas y alguien más les prestó la voz para leerlas, pues aún no se sienten seguras de enfrentarse a tantas miradas.
No es para menos. Las violencias sexuales son, según las cifras del Estado en el marco del conflicto, el crimen más negado, invisibilizado y menos condenado de todos. Según datos de la Fiscalía, de los casi 1.000 procesos por estos crímenes en el marco de la guerra, solo se han proferido 23 sentencias condenatorias contra agentes de la Fuerza Pública y miembros de guerrillas. Es decir, el 2.3%. Sumado a que la justicia no opera y tampoco les cree. Las mujeres y las personas LGBT han sentido que es mejor callar, porque nada va a pasar si hablan. Mejor, solo algo hubiera podido pasar: que las amenazas que les hicieron se cumplieran.
Pero el principio del encuentro fue el principio de todo: sus cuerpos dicen la verdad. Alrededor de un mandala en las tablas del teatro, las víctimas se fueron agrupando para formar un círculo. “Mi cuerpo es valentía, y dice la verdad”, “Mi cuerpo es sufrimiento, y dice la Verdad”, “Mi cuerpo es dolor, y dice la verdad”, “Mi cuerpo es resistencia, y dice la Verdad”.
Esa frase es importante, porque la verdad de estas personas sigue invisibilizada y muchas veces negada. Los actores armados, legales e ilegales, sí violentaron sexualmente a las mujeres y a las personas lesbianas, gais, trans y bisexuales. Los estudios que abordan este tema y los testimonios de las víctimas así lo comprueban. Pero sus relatos no han sido suficientes para que el Estado reconozca esas afectaciones. Tuvieron que repetir y repetir sus historias de dolor, aunque les siguieran pidiendo pruebas físicas. Así como los armados siguen negando que cometieron o permitieron estos hechos.
De hecho, en este encuentro de escucha, también estuvieron presentes excombatientes como Freddy Rendón Herrera, conocido en la guerra como el “Alemán”, excomandante de las Auc.
Es por eso por lo que el mensaje que envió la comisionada Alejandra Miller al instalar el encuentro resulta significativo: la Comisión de la Verdad, que se creó para esclarecer lo que sucedió en más de 50 años de guerra, les cree a las mujeres, que fueron más del 90% de las afectadas por estos crímenes, y a la población LGBT y hombres que también los sufrieron.
O la violencia cometida contra las mujeres indígenas, que incluso no hablaban español y por esto callaron aún más. Ellas también pusieron sus voces, aunque no sus rostros, para hablar de la incursión armada en sus territorios sagrados. O las mujeres negras que, por la sexualización extrema de sus cuerpos, fueron muy violentadas.
A estas reflexiones y relatos, se sumaron estudios de mujeres que también se han preguntado por estas afectaciones. “Esos actores armados responden a una masculinidad bélica”, dijo la investigadora Mara Viveros para responder de dónde viene el hecho de que uno o cientos de hombres violenten mujeres. Se refirió a lo que significa tomar algo por la fuerza, que no es más que demostrar que es “macho”.
Sobre esto también reflexionó Ana Güezmes, representante de ONU Mujeres en Colombia. “La violencia sexual no es un hecho colateral de la guerra, no es un acto privado ni un crimen secundario”, dijo.
Así, en medio de cantos de mujeres negras, aplausos y cientos de personas conmovidas, el padre Francisco de Roux cerró el encuentro con un compromiso.
“Gracias a ustedes, mujeres indígenas, negras, rrom, presencia LGBTI, por atreverse a compartir en público el despojo sufrido de lo que les es más íntimo. Nos han mostrado al mismo tiempo la voluntad de seguir adelante, porque la causa que nos mantiene unidos es más grande que nosotros mismos”. Y continuó diciendo que “La Comisión se compromete a encontrar, en cuanto nos sea posible y con ustedes mismas, participantes forzadas en este drama, la explicación que permita esclarecer esta realidad atroz.
La Comisión se ha dotado de los instrumentos para recibir esos testimonios y protegerlos como algo sagrado. Nos comprometemos también a despejar las responsabilidades morales, históricas y políticas de los grupos armados, guerrillas, paramilitares y Fuerza Pública, de las instituciones de Estado, sea por machismo, por reivindicaciones revolucionarias o de seguridad, por tolerancia o por estupidez. Tomamos también la decisión de trabajar por establecer la responsabilidad general de nuestra sociedad, porque por acción o por omisión, muchos cerraron los ojos, negando la realidad o culpando a las mismas víctimas”.
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