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Este relato fue construido a partir de los testimonios de seis oficiales y suboficiales del Ejército que participaron en el planeamiento y la ejecución de la operación Jaque, así como en el trabajo previo de casi cinco años. Pertenecieron a las áreas de inteligencia técnica, inteligencia humana y contrainteligencia. Algunos están en el retiro y otros están activos. A diez años de la operación, todos hablaron bajo la condición del anonimato.
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En el segundo semestre de 2003, tropas de la Fuerza de Despliegue Rápido (Fudra) llegaron hasta el campamento de Martín Sombra, en Caño Caribe. Allí encontraron cuadernos y otros indicios que señalaban que Clara Rojas había tenido un hijo. Esa información se mantuvo en secreto por varios años. Esta operación sirvió para tener información concreta sobre el trato que las Farc les daban a los secuestrados. Se supo que custodiaban en lugares distintos a los políticos y a los miembros de la Fuerza Pública (militares y policías). Se conocieron sus rutinas, sus formas de abastecimiento y la manera como se comunicaban con sus comandantes.
“Estuvimos muy cerca. Cuando llegamos a Caño Caribe se presentaron combates con un grupo que Martín Sombra dejó. Yo creo que los secuestrados habían salido máximo 48 horas antes. Nosotros seguimos el rastro hacia el norte, por el río Tunia. En el camino encontramos los pañales desechables del niño. Luego de que pasaron el río, los dividieron en grupos, y no pudimos seguir el rastro”.
Ese operativo en el campamento de Martín Sombra fue el primero en el que las tropas obtuvieron información precisa de los secuestrados. Pero también hizo que las Farc dividieran en cuatro grupos a los rehenes. Resultaba casi imposible seguir cuatro rastros distintos, con cuatro jefes guerrilleros que tenían sus propias rutinas. Había indicios de la zona donde estaban, pero buscarlos era como encontrar una aguja en la selva.
Ese mismo año se creó el blanco “Secuestrados” en la Central de Inteligencia del Ejército. Allí se concentró la información sobre el tema que conseguían las otras fuerzas. Eso significaba adelantar operaciones para ubicar en puntos geográficos específicos los grupos de rehenes. Para ello se hicieron perfiles de los secuestrados, se trabajó con las familias y se siguió perfeccionando la inteligencia técnica para interceptar y descifrar las comunicaciones encriptadas de la guerrilla.
Desencriptar las comunicaciones de las Farc ha sido un trabajo sostenido en los últimos 15 años. Requiere de técnicos entrenados, de paciencia y constancia. Cada vez que lograban descifrar unos códigos, la guerrilla los cambiaba; era una guerra silenciosa que se libraba en el espectro electromagnético, que no dejaba muertos ni heridos, pero que podía garantizar los golpes más certeros. En esa lógica, en 2004, el equipo de inteligencia técnica logró ubicar a un comandante guerrillero que operaba entre Boyacá y Casanare. Esa fue la primera vez que se atrevieron a introducir un mensaje falso, suplantando a una radioperadora, para hacer que el jefe insurgente recibiera a un enviado que en realidad era un agente de inteligencia.
“El agente entró, pero no teníamos la capacidad técnica para ubicar las coordenadas exactas y adelantar el operativo. Sufrimos mucho porque estuvimos incomunicados cinco días. El agente salió ileso. Sentimos una gran frustración porque no pudimos hacer nada, pero también nos llenamos de confianza. Ese día comprobamos que sí podíamos engañarlos”.
A medida que pasaban los meses, las intenciones de rescatar a los secuestrados por la vía militar se iban desvaneciendo. Ya las Farc habían comprobado que harían realidad la amenaza de ejecutar a los rehenes en caso de un operativo, tal como lo hicieron el 5 de mayo de 2003, cuando asesinaron al ministro de Defensa Gilberto Echeverry Mejía, al gobernador de Antioquia Guillermo Gaviria Correa y a ocho militares, en Urrao (Antioquia). El trabajo de inteligencia técnica cobraba cada vez más relevancia; era la mejor manera de seguirles los pasos sin levantar sospechas. Y se hacía 24 horas al día, siete días a la semana. A veces con pocos resultados visibles.
Pero sucedió lo impensable. El 27 de mayo de 2007, a eso de las ocho de la mañana, saltó la noticia al espectro electromagnético en forma de códigos numéricos. Los técnicos que monitoreaban las comunicaciones del bloque Oriental la descifraron: el subintendente de la Policía Jhon Frank Pinchao había logrado escapar de sus captores del frente Primero. El error fue comunicárselo al Mono Jojoy por radioteléfono, entregando las coordenadas del lugar.
“Yo me acuerdo de que era un domingo, muy temprano, y cuando lo desciframos salimos corriendo a contarles a los superiores. De una vez mi general (Fredy) Padilla (comandante de las Fuerzas Militares) le comunicó a mi general (Óscar) Naranjo (director de la Policía Nacional). Se lanzó un operativo conjunto para buscarlo. La Policía se desplegó por los cascos urbanos más cercanos a las coordenadas y el Ejército reforzó”.
La información que entregó Pinchao fue clave para entender las rutinas de movimientos y abastecimientos de los secuestrados. Se conocieron nuevos detalles del hijo de Clara Rojas, que a la postre servirían para su liberación. Pero la ubicación exacta de los grupos de rehenes seguía sin concretarse. Lo que sí rendía frutos era la labor de inteligencia técnica de interceptar y escuchar las comunicaciones de las Farc. Gracias a ello, agentes de inteligencia del Ejército se enteraron en octubre de 2007 de que el Mono Jojoy había ordenado grabar un video con pruebas de supervivencia de un grupo de secuestrados, que debían entregarse al gobierno de Venezuela.
“Fue un trabajo de mucha precisión y perfección. Por eso se llamó operación Origami. Logramos seguir el rastro de quienes traían las pruebas desde Tomachipán, en las selvas del Guaviare, hasta lograr su captura en Bogotá. Eso nos permitió confirmar cómo estaban repartidos los grupos de secuestrados”.
Ese mismo trabajo les permitió a los militares confirmar que Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, no se encontraba junto a su madre y que no sería liberado en la operación humanitaria que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, había anunciado para los últimos días de 2007. Inteligencia militar sabía desde 2004 que el niño había sido separado de su madre, pero ahora tenían la oportunidad de demostrar que las Farc no tenían control del asunto y no sabían dónde estaba el niño.
“Nos pusimos en la tarea de buscar al niño. No fue tan difícil porque era buscar un niño no indígena en una zona indígena. Además teníamos otras señales particulares: el brazo izquierdo partido y signos de leishmaniasis. Seguimos su rastro desde San José del Guaviare hasta que lo encontramos en Bogotá”.
Pero la operación Emmanuel, que en realidad culminó el 10 enero de 2008 con la liberación de las dirigentes políticas Clara Rojas y Consuelo González, les sirvió para mucho más a los militares.
“Esa liberación y la de Luis Eladio Pérez, Gloria Polanco, Jorge Eduardo Gechem y Orlando Beltrán (en febrero de 2008) nos sirvieron para estudiar muy bien cómo se montaban esas operaciones humanitarias. El día que decidimos hacer la operación Jaque repasamos los videos cientos de veces y copiamos todo. Los modelos y la pintura de los helicópteros, el perfil de las personas que iban en esas misiones, los roles, sus características, todo”.
Mientras el país observaba estas liberaciones por los medios de comunicación, fuerzas especiales del Ejército se internaban en lo más profundo de la selva para tratar de ubicar a los secuestrados. Nadie sabía que la operación Elipse (conocida como Huellas) estaba en marcha y que cuatro grupos de reconocimiento (cada uno de seis hombres) estuvieron más de 90 días en el terreno. Estos comandos tienen la asombrosa capacidad de sobrevivir comiendo ración de campaña y soportando el clima de la selva. El objetivo se logró en febrero de 2008. Uno de estos grupos logró ver a los tres estadounidenses bañándose en un caño, en la región de Abalorios, cerca de Miraflores (Guaviare).
25 minutos estuvo el helicóptero en tierra recogiendo a los 15 secuestrados y los dos jefes guerrilleros.
“La emoción fue inmensa. Lloramos de alegría. Por primera vez en todos esos años logramos verlos. Habíamos logrado el objetivo, pero no encontrábamos aún una manera segura de rescatarlos. Esa operación también nos dejó otra anécdota. Habíamos instalado en el río Apaporis unos sensores electrónicos que nos dieron los Estados Unidos para detectar movimientos. Cuál sería nuestra sorpresa cuando los encontramos todos juntitos en una lancha sobre el río. Las Farc los recogieron y los dejaron ahí para nosotros”.
A estas alturas, los jefes de inteligencia ya se habían planteado tres escenarios: uno era hacer un cerco humanitario, es decir, rodear con suficiente tropa a los secuestrados y sus captores, cortarles los abastecimientos y las comunicaciones hasta obligar al jefe del frente a negociar. El otro era el rescate militar. Y un tercer escenario que estaban empezando a contemplar era una operación humanitaria.
El tiempo apremiaba. La guerrilla sabía que los militares les seguían los pasos y tenían la intención de mover a los secuestrados hacia la zona del Parque Chiribequete, donde sería muy difícil seguirlos. Tras el éxito de avistarlos, pero ante la frustración de no poder liberarlos, los agentes de inteligencia del Ejército empezaron a pensar en otras formas, diferentes al operativo militar, para lograr la liberación.
En medio de esta circunstancia ocurrió la operación Fénix, el 1º marzo de 2008, en la que murió Raúl Reyes durante un bombardeo realizado a su campamento en Ecuador. El golpe fue producto de un largo trabajo de inteligencia en el que se logró interceptar las comunicaciones del jefe guerrillero a través de un teléfono satelital, además de la participación de un informante. Este hecho tuvo consecuencias que resultarían favorables para el Ejército, porque las Farc tomaron medidas estrictas de seguridad: los comandantes no podían hablar directamente por ningún medio, todas las comunicaciones debían hacerse a través de radio y sólo entre radioperadores. Esta terminaría siendo una debilidad de las Farc.
Podcast: Rescatados en la Operación Jaque hablan diez años después sobre su liberación
“Un día, un cabo de los que seguían las comunicaciones de las Farc me dijo que había encontrado un dato que podía resultar interesante: todos los operadores de radio del bloque Oriental eran mujeres. Ahí empezamos a pensar que era la oportunidad de montar el engaño. Teníamos certeza de quiénes estaban con César y de cuál era la manera de comunicarse y sus rutinas para los movimientos”.
Y así lo empezaron a hacer a finales de abril de 2008. Entrenaron con fonoaudiólogas a varias mujeres para que fingieran ser la India, operadora de César, y Andrea, operadora del Mono Jojoy. Para no arriesgarse a que se colara el sonido de un avión o cualquier ruido de ciudad que los delatara, buscaron una casa en Facatativá y la acondicionaron para emitir desde allí. La idea era repetir la hazaña de 2004, pero aún más arriesgada. Las mujeres debían suplantar a las operadoras de lado y lado para enviar mensajes falsos tanto a Jojoy como a César.
“Luego de estudiar todas las variables llegamos a la conclusión de que César debía unir los dos grupos de secuestrados y llevarlos hasta un punto favorable para nosotros. No queríamos que la tropa rodeara a los secuestrados, sino que ellos caminaran por su cuenta hacia un sitio estratégico, donde estaría la tropa y del cual no pudieran huir”.
Los primeros mensajes falsos se empezaron a emitir en mayo. Eran simples, de la cotidianidad, sobre los abastecimientos, sobre los recursos del frente. Al pasar los días se dieron cuenta de que el engaño funcionaba. Así que empezaron a darle órdenes a César de mover a los secuestrados. Para sorpresa de todos, César obedeció.
“El 2 de junio se le envía un mensaje pidiendo que reuniera toda la carga (los secuestrados) y creara condiciones para recibir una comisión internacional en un sitio seguro. Ahí empezó el movimiento y nosotros empezamos a abrir la tropa para rodearlos poco a poco. En ese movimiento César detectó unas tropas, pero no podíamos darles órdenes porque nos dimos cuenta de que eran del comando general. Nos íbamos a poner evidencia. No había más remedio, había que contarles a los jefes”.
80 personas participaron en Jaque. De ellas, cerca de 30 sabían en qué estaban trabajando
El 4 de junio los oficiales de inteligencia del Ejército se armaron de valor para contarle todo lo que estaban haciendo al general Mario Montoya, comandante de esa fuerza. No sabían cómo iba a reaccionar cuando se enterara de todo lo que habían hecho sin informarle.
“Se levantó de la silla y se puso la gorra para atrás. ‘Lo que me acaban de contar es para no creerles y me quito la gorra ante la inteligencia militar. Esto no es de mi nivel. Vamos a contarle al general Padilla y después al ministro de Defensa y al presidente”.
A partir de ese día los dos generales se involucraron en la planeación de la operación. El siguiente paso, además de mantener cuidadosamente el engaño en las comunicaciones, era armar el equipo que iría en esa misión humanitaria a recoger a los secuestrados. Los y las elegidas debían cumplir varios requisitos: haber tenido contacto con el enemigo, es decir, haberse infiltrado en las filas de las Farc, tener apariencia extranjera y manejo perfecto de otro idioma, además de experiencia en sobrevivir en el terreno.
Mientras tanto, las órdenes por radio iban y venían. El 5 de junio le pidieron a César organizar un helipuerto en el sitio elegido, armar una casa de madera para atender la visita y que los guerrilleros se ubicaran en un campamento seguro a tres marchas (días). “Utilicen sólo gente necesaria, disciplinada y de confianza”, decía el mensaje antes de terminar con la despedida habitual: “Saludos, Jorge B”.