Si existiera un libro sobre historias de mujeres rurales, debería haber un capítulo dedicado a San Carlos, Antioquia. El texto debería contar con unas 120 páginas para, al menos, hacer una breve reseña de cada una de ellas.
Sería un mínimo reconocimiento: este municipio del oriente antioqueño, ubicado en el área denominada zona de los embalses, es el epicentro de una sólida red natural de más de cien mujeres campesinas que decidieron despojarse de la etiqueta de ama de casa tradicional y tomaron en sus manos las riendas de su propio desarrollo. Ahora, además de sus labores de siempre, emprenden, crean e innovan.
La red la encabeza Diana González Medina, directora ejecutiva de Corprosam (Corporación con Proyección Social y Ambiental). Su voz serena y pausada se convierte en un vozarrón cuando le corresponde motivar al grupo de señoras, jóvenes y adolescentes que hacen parte de la red.
Diana cuenta que la idea de empezar a tejer esta red surgió en marzo de 2013, cuando en un conversatorio se habló sobre cómo la violencia que azotó al municipio menguó el papel protagónico de las mujeres. Ante ese evidente vacío, Diana y líderes de las juntas de acción comunal de las 78 veredas buscaron interesadas que quisieran hacer parte de una red de mujeres rurales. Se apuntaron 120.
En octubre de 2014 se reunieron por primera vez. Se conocieron, compartieron y hablaron directamente con las autoridades del municipio. “Fue un primer paso para que las mujeres de este municipio se empezaran a sentir dignificadas”, recuerda Diana. Desde ese entonces hasta hoy ha habido ocho encuentros, gracias a los convenios y alianzas que han hecho durante estos años. El último fue el 24 de noviembre de 2017.
En cada uno han compartido sus experiencias, como las que vivieron durante los años más oscuros de San Carlos, un municipio donde el conflicto armado dejó 16.151 víctimas, cifra que está al mismo nivel de los cerca de 16 mil habitantes, según las estimaciones y proyecciones del DANE para el 2017.
Pie de foto: Catalina Santillana, de 19 años, es la creadora de Katacafé, una bolsa de café tostado que elabora con materia prima de su finca, en la vereda Santa Inés.
Salida y retorno
Muchas de ellas dejaron sus fincas. La mayoría en los años 2001 y 2002, cuando fueron expulsadas 15.160 personas, el 40 por ciento de todos los registros de desplazamientos forzados en toda la historia del municipio, según cifras de la Unidad de Víctimas. Entre estas mujeres estaba Alba Janeth Arias, quien asegura que la amenazaron y le dieron 72 horas para que dejara su finca en la vereda Santa Inés. Fue en 2001.
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Ese año, San Carlos fue el municipio de Antioquia donde hubo más masacres: siete, que dejaron 41 muertos. Seis fueron cometidas por los paramilitares y una por un grupo armado no identificado, según cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica. Luego de vivir en Medellín y el casco urbano de San Carlos, Alba Janeth, de 55 años, regresó hace tres años a Santa Inés, donde hoy se dedica a su finca de café.Su historia es una de las miles de este pueblo, donde entre 2009 y 2011 se vivió una operación retorno de cientos de sancarlitanos, gracias al proyecto de retorno colectivo, una alianza entre Medellín y San Carlos. En cualquier caso, las mujeres fueron claves en las diferentes operaciones retorno. “Ellas se enfrentaron a la viudez y al desarraigo. En los conversatorios decían que sentían que la tierra las estaba esperando”, dice Diana.
Pie de foto: Sandra María Arboleda, de la vereda La Lápida, hace parte de la asociación Africolmenas, que comercializa miel de abejas. También inició un proyecto para crear dulces a base del mucílago del café.
Con marca propia
Pero estas mujeres no sólo se han quedado rememorando el dolor. Hoy sus vidas se enfocan especialmente en liderar, emprender y crear, gracias a las vías que ha abierto la red para que ellas echen a rodar sus iniciativas. Hay proyectos para todos los gustos, en su mayoría relacionados con las principales actividades productivas del municipio, como el café y la caña. También hay iniciativas de turismo que pretenden aprovechar la riqueza natural e hídrica, entre otras.
Sandra María Arboleda, por ejemplo, decidió que no sólo sería ama de casa dedicada al cuidado de sus hijos y a las labores típicas del café como la recolección y el secado. Se propuso ser emprendedora. Los resultados son tres productos denominados “Dulces María Paz”: mermelada, almíbar y bocadillo, elaborados con el mucílago del café (la pulpa). Sandra los comercializa entre sus vecinos de la vereda La Lápida y otros habitantes de San Carlos, quienes pueden ver en las etiquetas de los productos esta frase: “Por donde pasa la mujer del café, florece la paz”.
Los productos aún no están en los supermercados porque Sandra tramita el registro ante el Invima. La que sí está en las tiendas es la miel de abejas de la asociación Africolmenas, de la que Sandra es parte como una de las pioneras de la apicultura del municipio.
Catalina Santillana Arias también creó su propia marca. Se llama Katacafé. A sus 19 años, esta estudiante de administración pública, quien tenía tres años cuando su madre Alba Janeth debió salir desplazada, asegura que su vida la dedicará a potenciar su proyecto de café de alta calidad, producido en la vereda Santa Inés. “No quiero sólo tostar el café de nosotros (el de una finca de cinco mil palos), sino también llegar a tostar el de toda la vereda”.
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En San Carlos, de acuerdo con el Plan de Desarrollo 2016-2019, hay cerca de dos mil hectáreas cultivadas en café, lo que representa casi el 7 % del área dedicada a la producción. La ganadería ocupa el 80 %. Ana Giraldo Urrea y Rubiela López, por su parte, comenzaron desde abril de este año un proyecto de tejidos en la vereda Puerto Rico. La experiencia les ha permitido ver cómo los talleres de creación no sólo sirven para rescatar saberes, potenciar habilidades y tejer –como dos hermosos bolsos que ahora lucen–, sino también para construir hogares. “Eso permite que conozcamos problemas y que demos ideas para ayudar a resolverlos”, cuenta Rubiela.
Ambas mujeres quieren que su idea se convierta en un emprendimiento, enfocado en el aprovechamiento de prendas usadas para transformarlas en bolsos y otros productos artesanales.
Más protagonistas
El protagonismo de las mujeres rurales en San Carlos no sólo se ve en algunos de los nuevos emprendimientos. También está explícito en un programa del Plan de Desarrollo 2016-2019 sobre equidad de género. El programa se propone, entre otras acciones, construir una casa de la mujer en 2019 y elaborar una política pública para las mujeres rurales de la población.
De alguna manera, este municipio avanza sobre el mandato de la Ley 731 de 2002, que se propone “mejorar la calidad de vida de las mujeres rurales”. También empieza a allanar el terreno para el papel de las mujeres campesinas en la era del posconflicto. El punto uno del Acuerdo de Paz –Hacia un nuevo campo: Reforma rural integral– reconoce el papel fundamental de ellas “en el desarrollo y la economía rural” . Y en el aparte de “Planes Nacionales” expone que en los próximos cinco años “se implementarán medidas específicas y diferenciadas para hacer frente a las necesidades particulares de las mujeres en el campo y lograr la igualdad efectiva de oportunidades entre hombres y mujeres”. A propósito, un estudio encargado por la ONU para prevenir los conflictos y garantizar la paz observa que las Naciones Unidas debería “diseñar programas para las mujeres rurales, las viudas y las mujeres que encabezan sus respectivos hogares, garantizando su participación y que ellas sean las beneficiarias finales de dichos programas”.
mil mujeres en Antioquia viven en zonas rurales, lo que corresponde al 47,2 % de la población rural, según el Observatorio de Asuntos de Mujer y Género.
Al respecto, Rocío Pineda, una de las mujeres elegidas para garantizar el enfoque de género de la paz y quien conoce de cerca el proceso de San Carlos, dice que “si las mujeres no participan en la construcción de la paz, no va a haber paz. Agrega que ellas “son un baluarte moral, social, cultural y político para la construcción de la paz”.
Las mujeres rurales de San Carlos lo saben. Por eso no se detienen. Ahora quieren mostrarle al mundo lo que han hecho y cómo lo han hecho. Esperan que en el 2018 se lleve a cabo un proyecto piloto de Internet rural, gracias al apoyo de sus aliados, para contar sus historias y mostrar sus proyectos. Han pensado en crear un programa de radio. Sobre este punto, Diana dice que las grandes necesidades de la red son formación y comunicación.
Al revisar la historia de la red, sus progreso, dificultades y visión, Diana dice que todas esas mujeres están cada vez más convencidas de que es participando que se construye y se incide en sus familias y comunidades. “Somos un movimiento de mujeres rurales que quieren ser protagonistas de su propio desarrollo”, enfatiza.
Las historias de Sandra, Catalina, Ana, Rubiela y el resto de mujeres de la red demuestran que en verdad lo están logrando, que están reescribiendo los nuevos capítulos de sus vidas.