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La historia detrás del edificio del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá

La construcción de este espacio, que promueve la cultura de paz, tomó cuatro años, y representa un memorial por la vida y los derechos humanos. José Antequera, quien estaba en la dirección del Centro, renunció esta semana.

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Lina Ariza
13 de octubre de 2023 - 09:39 p. m.
Fachada de este centro cultural, formulado y construido por las víctimas, ubicado junto al Cementerio Central, sobre la calle 26 con carrera 19, Bogotá.
Fachada de este centro cultural, formulado y construido por las víctimas, ubicado junto al Cementerio Central, sobre la calle 26 con carrera 19, Bogotá.
Foto: Óscar Pérez
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Cae un aguacero. Desde lejos, las cien ventanas de la edificación rectangular (el monolito, como fue bautizada) simulan lágrimas. El monolito, que parece una lápida de color café claro, mira hacia la calle 26, empapado por el agua física y marcado por el agua simbólica. A su izquierda se encuentran los columbarios con los restos mortales de personas vulnerables, víctimas del Bogotazo y del conflicto armado; y, más allá, el cementerio Central. En el ala derecha se abre delgadamente la entrada desde la cima hasta el suelo. En la esquina se leen tres palabras: Centro de Memoria.

“Central, reporto entrada de visitante”, dice cada tanto una vigilante a través del auricular una vez las personas ingresan al monolito.

El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación parece estar construido para que lo recorran con paciencia y a paso lento. Para que cualquier persona aprecie la pieza, lea el texto y más que nada, no olvide. No olvide. Mientras la altura imponente de la estructura envuelve al visitante, este baja las escaleras hasta llegar a un piso más bajo que el suelo por donde llegó. La luz viaja a través de las ventanas enalteciendo el interior.

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El lugar, que alguna vez fue vasta tierra, ahora dignifica la memoria de las víctimas, aporta a la memoria histórica del país y construye una cultura de paz. Pareciese que es inánime y estático, que se limita a proyectar el pasado, pero el Centro de Memoria en sí mismo es una historia. Un ente resiliente y cambiante que nace de la necesidad de recordar. Su arquitecto, Juan Pablo Ortiz, quiso simbolizar el resurgir de las víctimas y la penetración de la memoria en la urbe.

Quien toque el monolito sentirá frío. Con tal solo aproximarse a las paredes es posible trazar sus superficies lisas y ásperas. Cada tanto se topa con una suerte de burbujas cristalinas, que en realidad son tubos de vidrios incrustados cuidadosamente en la dureza de la piedra. Dentro de ellos descansan mensajes de paz en papelitos, junto con puñados de tierra que trajeron más de 2.000 víctimas del conflicto armado desde todos los rincones del país.

Esa tierra que los había visto crecer era motivo de lucha para quienes la habitaban y otros que la codiciaban. Testigo de la guerra y la violencia, sepultaba en sus entrañas los cuerpos de los asesinados y los desaparecidos. Esa misma tierra que había presenciado la vida y la muerte sostiene al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR).

Durante los últimos tres años, el lugar fue dirigido por el abogado y activista José Antequera Guzmán, integrante del equipo fundador del CMPR. Su padre, quien llevaba el mismo nombre, fue un dirigente político asesinado en el marco del genocidio contra la Unión Patriótica. Antequera renunció al cargo este jueves 12 de octubre.

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¿Cómo inició la construcción del Centro de Memoria?

En 2009 el Concejo de Bogotá decidió que se construiría el Centro de Memoria en el antiguo Globo B del Cementerio Central. Eso implicaba exhumar 3.500 restos de personas. El Equipo Colombiano de Investigaciones Antropológico Forenses (Eciaf), conformado por veintiocho arqueólogos y decenas de estudiantes asistentes, limpiaron, ordenaron, protegieron y clasificaron huesos de personas que fueron enterradas entre 1827 y 2002. Este proceso es considerado la mayor intervención de arqueología forense urbana en el subcontinente.

“No puede olvidarse que allí fueron enterradas muchas personas por más de un siglo. Lo que queremos hacer no es invocar la tragedia, sino dignificar la memoria de los que se fueron”, dijo en su momento Camilo González Posso, primer director del Centro.

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Desde el 6 de diciembre de 2012 la larga puerta de madera en el lateral derecho del monolito ha estado abierta para la sociedad. Frente a la exposición “Resisto, luego existo” se encuentra un grupo de estudiantes universitarios. Con libreta en mano, prestan atención a una mujer de pelo corto y gafas cuadradas. Mientras sus señala las fotografías, explica la historia. Es una visita guiada y ella es la curadora seleccionada para ese día. Los estudiantes toman nota y fotos. La profesora, que permanece tras el grupo, tuvo que haberles dejado un trabajo.

Algunos sabrán que, históricamente, cuando las guerras se acaban, se tiende a construir los memoriales para las víctimas. Pero en Colombia ha sido diferente.

Aun con la guerra latente, en 2003 diferentes organizaciones de paz y de defensa de los Derechos Humanos estaban gestionando la idea de construir un Centro de Memoria. La Corporación Salud y Desarrollo e Indepaz propusieron por primera vez construir un memorial por la vida en Bogotá. La voz de la memoria gritaba por ser materializada.

La Secretaría Distrital de Gobierno acogió la propuesta en 2008. Entre ese año y 2012 se realizó una campaña participativa, “Tierra Sembrada de Memoria”, en la que se recibieron los puñados de tierra para el memorial y más de 40.000 registros de víctimas fatales, testimonios y documentos sobre la violencia política y la búsqueda de la paz.

El monolito, que parece una lápida gigante, se hunde en las raíces del conflicto armado. La tierra del cementerio Central que había tomado de la sangre derramada ahora sostenía el recuerdo de los asesinados y desaparecidos. Paolo Vignolo, profesor de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, en su artículo ¿Quién gobierna la ciudad de los muertos?, se pregunta: “Una fosa común como Centro de la Memoria: ¿cuál metáfora más terrible para denunciar la urgencia de arreglar las cuentas con el pasado? ¿Qué otra imagen más precisa para exorcizar los fantasmas de la guerra?”

La idea de tener un Centro de Memoria surge en un escenario hostil y adverso que no contemplaba la posibilidad de recordar el pasado. Se estaba viviendo una álgida violencia en el país y el gobierno de Álvaro Uribe del 2002 al 2010 buscaba la seguridad de la ciudadanía por medio de la militarización. A pulso persistente, académicos, activistas y políticos abrieron el cráter de la incomodidad. Se empeñaron en construir memoria histórica y luchar contra la impunidad.

***

Los vigilantes, uniformados en pantalones y chaquetas azules, caminan lento entre las salas. En su mayoría con las manos atrás, no dejan de observar su entorno, alertas a la menor disrupción. Uno de ellos camina en el centro del monolito y mira hacía los cielos rocosos. Aun cuando debe estar acostumbrado al lugar, es casi imposible no apreciar la silenciosa imponencia que resguarda la arquitectura. Camina un poco más y dirige su vista hacia la exposición “Las Sobrevivientes”. Lee el texto, mira la fotografía y continua su vigilancia.

La muestra, ubicada en el centro del monolito, trata sobre la resistencia de las mujeres trans en los años 80. En unos días las fotos que allí se encuentran desaparecerán. Al costado derecho, ya saliendo del memorial y adentrándose a un salón de vidrios, se encuentra la exposición “Experiencias estéticas y narrativas del caso Masacre Mondoñedo”. Por medio del arte se recuerda a los seis jóvenes asesinados en el hecho. Al igual que la anterior, en unos días reemplazarán las piezas artísticas por la exposición “La vida entre cocales”, fotografías que retrataran la realidad de la producción cocalera en el país.

Las salas de vidrio encaran los salones de madera. Uno de ellos está vacío, pero pronto presentará “Material Inflamable”, una exposición en homenaje a Jaime Garzón. Un poco más allá, en otra sala, se encuentra “Resisto, luego existo”, una cartografía de Bogotá como una ciudad de memoria. Esta y la exposición “Nuestra película”, que resignifica el vínculo de la televisión con el espacio del hogar, permanecerán un poco más. En minutos, horas y días las historias solo esperan ser leídas.

El Centro, con sus lágrimas estampadas, se ancla firmemente a la tierra polvorosa. En su inmenso interior resguarda las historias que quieren ser recordadas. Lleva poco o más de 10 años esperando a los visitantes de Bogotá, del país y de todo el mundo para que las lean.

En la exposición sobre la masacre de Mondoñedo hay seis libretas con las páginas abiertas para ser intervenidas por los visitantes. Al costado yacen unos sellos con los nombres de los jóvenes asesinados en la masacre: Jénner, Vladimir, Juan, Arquímedes, Federico y Martín. Se ven dibujos, sellos y mensajes.

En una página se lee un mensaje “Desde Medellín, con cariño y dignidad”, que parece resumir el legado de las víctimas de tantas guerras que ha enfrentado Colombia: “Nos entierran sin saber que somos semillas, para ser árboles de vida y memoria. Los árboles morimos de pie”.

Por Lina Ariza

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