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Jaime Pardo Leal, un hombre de cartas abiertas

Los recuerdos del padre, 30 años después de su asesinato, siguen intactos. Jaime Pardo Leal fue magistrado, docente, sindicalista, candidato presidencial y, especialmente, padre ejemplar. La justicia aún no esclarece quién o quiénes ordenaron su magnicidio.

Beatriz Valdés Correa @beatrijelena
11 de octubre de 2017 - 07:38 p. m.
Jaime Pardo Leal, un hombre de cartas abiertas

Las elecciones de 1986 tuvieron un nuevo actor político, la Unión Patriótica (UP), un partido que surgió del proceso de paz en el gobierno de Belisario Betancur. Jaime Pardo Leal fue el candidato presidencial por este partido y quedó de tercero con poco más de 320 mil votos. En las elecciones legislativas obtuvieron dos escaños directos en el Senado y tres en la Cámara de Representantes. Con alianzas fueron más.

El 20 de julio se posesionaron los nuevos congresistas. El 30 de agosto comenzó el genocidio de los elegidos de la UP con el asesinato en Barrancabermeja, del representante Leonardo Posada Pedraza. Un año después, el plan de exterminio se empezaba a recrudecer, tanto que Jaime Pardo Leal tuvo que pedir seguridad. El día en que lo asesinaron, el 11 de octubre de 1987, regresaba a Bogotá con su familia luego de visitar, como casi todos los domingos, la finca que tenía en La Mesa (Cundinamarca).

Fernando Pardo Flórez, su hijo menor, tenía 11 años en ese momento. Ahora oficia como magistrado auxiliar del Consejo de Estado. Estudió Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, hizo una maestría y un doctorado, estudió becado en la Universidad Pantheón – Assas en Francia. Para lograr continuar su vida después del luto familiar, tuvo que seguir el legado que le dejó su padre: la excelencia.

Él no lo olvida, de hecho, no olvida casi nada de los años que pasó con su padre. Jaime Hernando Pardo Leal siempre les dijo a sus cuatro hijos que para surgir en este país era necesario ponerle empeño a la educación. Así lo hicieron, pues después de la muerte de su padre, la situación de la familia fue complicada. Las ayudas vinieron de los amigos cercanos y el Estado hizo a Gloria Flórez, su madre, cónsul de Colombia en la isla de Curazao. Los años siguientes fueron de luchar y no olvidar al padre.

Jaime Pardo Leal, el padre

“Los recuerdos que tengo de mi padre se remontan a mis tres o cuatro años. Era una persona presente continuamente en el espacio familiar; el padre de una familia muy unida”. Fernando es el hijo menor y, como tal, le tocó ser consentido por su papá.

La casa de su memoria queda en la Unidad Residencial Colseguros, en la calle 22 con carrera 30 en Bogotá, en un barrio de clase media. Sin embargo, ahora piensa en que quienes crecieron allí fueron niños privilegiados, pues es un sitio rodeado de zonas verdes y espacios de juego, un entorno en el que un niño puede crecer feliz.

Y así son sus recuerdos: felices. Los sábados, por ejemplo, el magistrado era un vecino más que salía temprano a comprar el periódico, a la tienda de don Bernardo, de la mano de su hijo menor. Lo leía, conversaba y luego iban a la Panadería Sajonia. “Para mí era un gusto, poder ser la compañía de él, porque siempre estaba pendiente de no despegarme de su lado los fines de semana. Cada salida con él era una experiencia particular porque era el momento en el que él socializaba con sus vecinos y nos integraba, particularmente a mí, en sus conversaciones”, dice Fernando.

El regreso a casa se trataba de indagar sobre cómo iba su hijo en el colegio, particularmente en el área de ciencias sociales y humanidades, donde él tenía particular sensibilidad. Luego, la conversación se dirigía a hablar sobre la geografía del país y a repasar las lecciones del colegio. Algunas veces, incluso, lo ayudaba a aprenderse los diálogos de las obras de teatro.

“Recuerdo que una vez conmemorábamos la batalla de Boyacá, y en el colegio hicieron unos experimentos históricos: trataron de revolver la época de la conquista, de la colonia y luego la época republicana. Ese día mi papá me acompañó y me ayudó a preparar el discurso que me tocó pronunciar personificando a Francisco de Paula Santander. Tenía seis años”.

El jurista y docente en el hogar

En 1979, Jaime Pardo Leal dejó su trabajo como juez penal superior y pasó a ser magistrado de la Sala Penal del Tribunal de Bogotá. En el 82, tres años después, invitó a sus compañeros magistrados al cumpleaños número 6 de su hijo Fernando. Siempre trató de relacionar a sus hijos, especialmente a Édison y a Fernando, con sus amigos.

Siempre privilegió la familia. “Dentro de su actividad judicial y actividad política, no recuerdo un solo fin de semana en que mi padre hubiera faltado a la casa. No recuerdo que, en los tiempos más aciagos, mi papá dejara de compartir con nosotros. Le gustaba mucho compartir con sus amigos, los viernes él generalmente llegaba tarde y se tomaba algunos tragos con sus contertulios, pero especialmente era muy cercano a sus estudiantes”, recuerda Fernando. Como profesor, Jaime Pardo Leal se vinculó a los proyectos en los que creía y se hizo amigo de sus estudiantes.

Dictaba clase en la Universidad Nacional, de la que fue egresado y en la que creía ciegamente. Esos estudiantes conocían su casa, de hecho, Fernando recuerda ver llegar a su padre al mediodía acompañado de sus estudiantes. A la curiosidad de un niño sobre por qué llevarlos, él le respondió que ellos tenían a sus familias lejos, y que, si en la casa podía comer la familia, entonces ellos también podían. También, en épocas de exámenes y en las que el magistrado estaba muy ocupado, la casa se convertía en el centro de preparación y evaluación de los estudiantes.

Su otra cátedra era en Universidad Autónoma de Colombia, una escuela que en un principio tuvo un proyecto particular: formar a los estudiantes de bajos recursos que no podían ingresar a la Universidad Nacional porque no tenían los medios intelectuales, porque quizás no habían tenido la oportunidad de estudiar en buenos colegios con una formación que les permitiera competir con los mejores estudiantes del país, o laborales, porque por sus condiciones económicas tenían que trabajar de día y solo podían estudiar de noche. El docente iba al centro a dictar clases.

El hombre cuidadoso

Las rutinas de los días libres estaban bien definidas en la familia Pardo Flórez. Los fines de semana, cada 15 días, era obligatorio ir a visitar a la abuela paterna en su casa de Ubaque (Cundinamarca), de donde Jaime Pardo era oriundo. Allí, la visita era a dos personas: la abuela y el tío Vicente. Ese tío realmente había sido un papá para Jaime Pardo Leal, pues por ser hijo extramatrimonial, su padre biológico no lo reconoció como hijo los primeros años de su vida. En realidad, hasta los 12 o 14 años, Jaime Pardo se llamó Jaime Leal: el apellido de su madre y de su tío.

Pero ya en Ubaque se compartía con más personas. “Recuerdo que, a la entrada de la casa de mi abuela, mi padre hacía tertulias. Los amigos se congregaban a echar cuentos, a echar chistes y a contar anécdotas, con la constante de que sus hijos, particularmente mi hermano Édison y yo, estábamos presentes”.

El cuidado, la planeación, se extendía a las vacaciones. Todos los años la familia iba a la costa caribe, a Santa Marta, por tierra. “Mi papá tenía un miedo cerval a los aviones. Miedo que, ulteriormente, hizo que su campaña política fuera engorrosa, porque evitaba los aviones hasta el punto de irse a Pasto por tierra”.

Entonces se iban en tren o en carro y todo iba planeado. “Desde antes de iniciar el viaje, sabíamos exactamente a dónde ir, qué visitar, los gastos en los restaurantes, si llevábamos provisiones, mercado para cuántos días, todo para que las vacaciones no fueran a irse al traste”.

Una extrañeza que recuerda Fernando Pardo de los viajes a Santa Marta era que su papá era acogido como familia por personas que él no conocía. Eran miembros de los sindicatos al servicio del Estado, Fenaltrase y Asonal Judicial, de los que su padre era vicepresidente y presidente (y fundador) respectivamente.

El castigo por ser de izquierda

Jaime Pardo Leal nunca escondió su postura política, la defendió de manera heroica en un momento en que todo lo zurdo era proscrito. Aun así, desde sus 21 años se hizo juez y continuó su carrera durante 23 años más. En ese camino se encontró muchos obstáculos, el más grande lo detuvo: el profesor destacado y egresado de mérito de la Universidad Nacional, uno de los mejores magistrados del país, no llegó a la Corte Suprema de Justicia y tampoco lo reeligieron en su cargo como magistrado del Tribunal Superior de Bogotá.

“Siempre le castigaron sus posturas ideológicas. Siempre le castigaron el haber dirigido un sindicato de la rama judicial”. Se quedó sin trabajo. Un hombre de 45 años que siempre había sido asalariado, que tenía una familia numerosa y que aún no tenía pensión, se vio en la obligación de buscar trabajo como abogado litigante, algo que no había hecho jamás.

En ese tránsito apareció la proposición de la recién conformada Unión Patriótica para que él fuera su candidato presidencial en las elecciones de 1986, en las que ganó Virgilio Barco, y quedó Jaime Pardo como tercero. También apareció la finca en La Mesa, Cundinamarca, un lugar de descanso y el sitio de donde volvía el día en que lo asesinaron.

Después del 11 de octubre de 1987

El 11 de octubre de 1987 lo asesinaron. Regresaba a Bogotá con su familia cuando un carro los alcanzó en la carretera hacia Bogotá y le disparó a Jaime Pardo Leal. Hoy, Fernando dice que no se investigó lo suficiente la escolta del DAS que tenía, pero que ese día extrañamente no estaba acompañando al candidato.

“Estamos convencidos de que en un contexto en que el Estado comenzó a ser infiltrado por paramilitares. Y mi papá tenía la escolta del DAS, pues seguramente los asesinos tenían información de primera mano sobre los movimientos de él. Quizás por eso, mi papá intuyéndolo, trataba de evadir la escolta y de evitarla. Que no conociera completamente todos sus movimientos”, analiza Fernando.

Y las pistas se fueron yendo por ahí. En un primer momento, la reacción inmediata después del magnicidio, vino del gobierno nacional. El ministro de justicia, Enrique Low Murtra, compañero de aulas de Jaime Pardo Leal en la Universidad Nacional, dio una alocución televisada en la que señaló al capo del narcotráfico Gonzalo Rodríguez Gacha como autor material, quien había organizado a los asesinos.

Entonces, se identificaron a los hermanos William y Jaime Infante, Oliveria Acuña Infante y Beyer Yesid Barrera como los autores materiales. A Gonzalo Rodríguez Gacha se le dio orden de captura, pero murió en fuego cruzado dos años después, en diciembre de 1989. Nunca se ha señalado a los autores intelectuales, ¿quién dio la orden? ¿Quiénes lo quería muerto? ¿A quiénes les afectaba las denuncias que hacía Pardo Leal?

“No perdemos la esperanza en este proceso de reforma institucional que se concreta en la Justicia Especial para la paz, esperamos que se sepa la verdad. Confiamos en que se pueda conocer quiénes estuvieron detrás de la muerte de mi papá, que, sin duda, fueron miembros del establecimiento, de los políticos tradicionales, de quienes querían defender el Statu Quo y los intereses económicos que se vieron amenazados porque surgió una fuerza que representaba a la gente oprimida”, expone Fernando Pardo Flórez.

La memoria de Jaime Pardo Leal, aunque sin justicia, es un ejemplo para sus estudiantes y para otros que no lo conocieron. No en vano, un colegio, la biblioteca de Ubaque y el edificio de Derecho de la Universidad Nacional llevan el nombre del defensor incansable de la verdad, de la justicia y de la gente: Jaime Pardo Leal.

Por Beatriz Valdés Correa @beatrijelena

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