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Sandra, una niña en Buenos Aires (Cauca), escribe en el teclado de un computador. “En mi colegio hay internet de 8 megas”, dice. En eso la cámara muestra un salón polvoriento con mesas, una pila de sillas y partes de monitores, “pero los computadores están viejos y dañados”, completa. Luego aparece un tanque de agua sucia y un niño que se lava las manos en un grifo del que no sale nada. “Hay tanques llenos de agua que nadie puede consumir”, dice Sandra. Y finalmente, “en mi casa hay un televisor y un computador, pero la empresa de electricidad nos quita la luz tres veces al día”, y la niña intenta hacer sus tareas leyendo un libro en una sala oscura.
Ese es el video que termina de narrar lo que ella misma decidió contar: lo que le hace falta y cómo lo puede cambiar.
Conozca aquí la plataforma Storytelling for peace building
La historia de Sandra es una de las que 17 niños y niñas de Chocó, Cartagena y Buenos Aires decidieron narrar en talleres sobre storytelling dictados por una experta en esta materia. Esa fue una estrategia del British Council implementada por la Fundación PLAN, que trabaja en estos territorios hace más de 55 años por los derechos de los niños y niñas en Colombia. Así entonces, en cada municipio se realizaron talleres de tres días en los que las historias surgieron. A la par, Sebastián Narváez, escritor de estas narraciones, y Ricardo Rodríguez, fotógrafo y realizador de video, pensaban la mejor manera de plasmar lo ya contado. Luego, en la agencia de innovación digital Poliedro los guiones de las historias fueron ilustrados y animados para presentar la narración de los niños y niñas.
Las comunidades
Estos tres municipios tienen en común el conflicto, es decir, las historias de los niños y niñas han estado atravesadas por violencias. En el discurso de los quibdoseños aparecen las pandillas recurrentemente, el hambre, las armas y la falta de oportunidades para tomar un camino distinto. Este es el municipio con mayor número de personas en situación de pobreza en Colombia, según el Dane. De hecho, la Alcaldía y la Vicepresidencia recientemente firmaron un acuerdo con más de 600 jóvenes involucrados en pandillas, con el fin de ir adelagazando las filas de estos grupos que pelean el control territorial y el narcotráfico y microtráfico de drogas.
Pero aparece Yonier, un joven que prefiere bailar, que ama bailar y que, en zona norte de Quibdó, no toca un arma y espera que ninguno otro joven vaya a tocarlas. Yonier cuenta su sueño de ser bailarín y trabajador social, para seguir ayudando a otros como él.
En Buenos Aires la situación de violencia tiene otro componente: es el inicio de la región de El Naya, por donde han pasado guerrillas, paramilitares y bandas criminales, porque es la entrada a una ruta de narcotráfico en el sur del país. De hecho, en esta zona operó el Frente sexto de la guerrilla de las Farc y paramilitares del Bloque Calima de las AUC. Estos grupos dejaron a la población civil en medio, desembocando incluso en masacres cruentas como la de abril de 2001, donde los paramilitares asesinaron, según la comunidad, a más de 100 campesinos.
Allí ahora hay alguna tranquilidad, pero la falta de oportunidades sigue presente. Los niños y jóvenes no tienen acceso a la educación superior en el mismo municipio y les toca trasladarse a Cali o Santander de Quilichao, donde están las universidades del Cauca y del Valle. Esa es la historia de Angélica, que lleva un año buscando universidad, y que cuenta cómo se ha dedicado a conversar con sus vecinos y familiares sobre los problemas de la comunidad. Aparece el río, la minería, la falta de oportunidades, pero especialmente la educación.
Y está Cartagena, que aunque es una ciudad principal y turística, también es la segunda con mayor número de pobres, después de Quibdó. Allí también hay pandillas, de hecho, según el informe Cartagena cómo vamos, de 2017, hay 34 de esos grupos. En esta cuidad está Liliana, que también baila, estudia comunicación social y siente que con la danza muchos jóvenes pueden salvarse.
La metodología
En talleres en los que participaron los niños y niñas también estaba Sebastián Narváez, el escritor del cómic, y Ricardo Rodríguez, el realizador de video. Ellos, expectantes, observaron y documentaron el proceso. Hicieron preguntas, expusieron las ideas y decidieron los conceptos. En cada uno de los lugares encontraron cosas distintas. En Quibdó, por ejemplo, los protagonistas escogieron un lugar y una sensación que representara su mundo; En Cartagena, por ejemplo, estaban las pasiones de cada uno, lo que amaban hacer; Y en Buenos Aires, después de darle muchas vueltas, encontraron que podían narrar a través de las carencias y las propuestas para solucionar esos problemas, poniéndose en la posición de presidente o presidenta.
Así entonces, encontraron la manera de conectarse con los otros, de encontrar algo que los uniera. Eso dijeron al presentar la plataforma ante un público bogotano: para ellos contar su historia fue la manera de alzar la voz, reclamar o simplemente dar la posibilidad a otro niño de que se sintiera identificado. En esa presentación estuvieron Liliana y Kevin, de Cartagena; Yonier, de Quibdó; y Jhunnior y Angélica desde Buenos Aires. Para ellos esto significó su narración para la paz.
¿Por qué contar sus historias?
Jhunnior: Me gusta mucho la parte en la cuentas algo y otras personas se sienten identificadas con lo que cuentas y lo que piensas.
Angélica: Para mí contar historias es lo máximo, porque puedo hacer que muchas personas que, como nosotros, están calladas y tienen muchas cosas por contar, pero no encuentran la manera de decirlo, puedan reflejarlo.
Liliana: Cuando otros jóvenes vean esto se van a sentir identificados. La idea es saber que en otros lugares del mundo hay personas como yo que sienten las mismas ganas de bailar y salir adelante.
Yonier: Desde ya tenemos que trabajar por el futuro. Quiero que los otros jóvenes que vean estas historias y estos videos sepan que estamos en la lucha y que estamos para protegernos y ayudarnos.
Kevin: Desde mi historia puedo ayudar a muchos jóvenes para construir paz, muchos pueden sentirse identificados. Si jóvenes y adolescentes leen mi historia, tal vez puedan buscar un bien para su comunidad.
A estos niños y niñas ya no solo los une una historia de violencia y carencas, ya no narran su vida el dolor o la desesperanza, sino desde los sueños y las ganas de tener paz, esperando que muchos otros encuentren la magia para narrar y cambiar su entorno.